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Vente al carajo, Mikel

Es un fenómeno, un artista, un referente en esto de lo vivencial. Mikel Iturriaga, alias El Comidista, es un conocedor como pocos en lo del alpiste de desayuno, comida y cena que a todos nos gusta.

Vente al carajo, Mikel
Carlos Sainz, durante la exhibición realizada en el centro de Barcelona

11 min. lectura

Publicado: 21/06/2024 15:00

Pero, ay, también es un perfecto desconocedor de lo que significa la Fórmula 1. Por eso carga contra ella, le parece una horterada, un jaleo innecesario, y le horroriza que por las calles de su ciudad rueden un par de monoplazas ante 30.000 aficionados.

Le vamos a explicar.

Estimado, la Fórmula 1 es el segundo deporte más seguido del planeta tras el fútbol. Desata pasiones, es un negocio extraordinario que no para de crecer, y millones de personas se dan cita ante la pantalla cada vez que los semáforos se apagan y los coches aceleran. Los españoles, somos, además, muy afortunados. Es más fácil ir al espacio que ser piloto de F1, y en nuestro país tenemos dos de veinte. Carlos Sainz y Fernando Alonso son el diez por ciento de un exclusivo club que nos trae alegrías a cada poco.

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La presencia de la F1 en un destino cualquiera es básicamente un reclamo publicitario para dicho entorno. Barcelona es una ciudad increíble, referente planetario, y lo es por muchas razones. Por Gaudí y su Sagrada Familia, por Las Ramblas, por el equipo de fútbol, por la Volta a Cataluña, por Marc Márquez, por el pa amb tomaquet, por el cabaret Bagdad y por mil razones más. Una de ellas es la Fórmula 1. Si te paseas por Google, verás la de veces que ambas palabras están asociadas a nivel global, muy por delante de otras a las que damos más valor.

Desde hace más de tres décadas el circuito de Montmeló recibe a la competición más rápida del planeta. Tras todos esas citas, se puede decir, sin mucho margen al error, que millones de personas de manera acumulada han llegado a este destino atraídos por la velocidad. De no haber sido así, el eco mediático, y la presencia en el imaginario colectivo del entorno, sería con toda seguridad de un más bajo nivel.

Esto tiene un valor, tasado según las autoridades organizativas hace un par de años, en 170 millones de euros de retorno por cada fin de semana de carreras. Una parte menor es en forma de recaudación de IVA en bares, restaurantes, taxis, compañías aéreas, y servicios relacionados. El bocado grande del beneficio reside en el llamado ROI, o Return of Investment. Cuando se hace una campaña de marketing, si pones 1 y recaudas 2, se considera un éxito. Lo de Montmeló ronda los 30 y se recauda 170… echa cuentas si renta o no, amigue. Otra cosa es que la ciudad condal se pete de guiris y esto cabree a quien sea. No se debe olvidar que lo que ahora es empacho para muchos, durante años fue necesidad. Esto merece otra charla, y como diría el molt honorable Jordi Puyol, «hoy no toca».

La Fórmula 1 es un deporte con una fuerte componente tecnológica. Los coches que conducimos consumen menos gracias a la F1, frenan mejor gracias a la F1, o son más eficientes gracias a la F1, por poner ejemplos de los que tocamos cada día. A partir de 2026 contaminarán poco menos que un scooter, y bastante menos que un turismo cualquiera, lo que a lo mejor acaba abriendo un nuevo camino para que nuestro planeta sea un sitio más habitable. ¿Quién está pagando parte de ese desarrollo y sirve de conejillo de Indias? Sí, la F1. Aparejado a esto hay utilidades aeronáuticas, médicas, referidas a la seguridad en la automoción, o incluso en el transporte en metro que solventó la F1. Sin este deporte y su ingeniería, nuestro mundo rodaría, aunque un poco más despacio.

Así fue el Roadshow de la Fórmula 1 en Barcelona.

El planeta se está volviendo tonto. Cada día se valora más lo emocional que lo racional, lo que resulta bastante primario, y nos aleja del pensamiento complejo que nos distingue de los animales. El problema es que las dos cosas son importantes, pero se han de barajar ambas en su justa medida. La respuesta emocional del «no me gusta», contraria al «like» de las redes sociales, obtiene más eco más que la respuesta ante lo que agrada y este artículo es un buen ejemplo. Hablando de ámbitos legales, identificables, y regulados —la F1 está muy regulada desde hace décadas y a nivel internacional—, esto de los coches es una actividad muy reconocida y reconocible. Desata pasiones y prueba de ello son sus audiencias, y esos treinta mil que se dieron cita por las calles de Barcelona para ver a unos coches pasar. Les gusta, y disfrutan de una actividad perfectamente organizada.

Si no te gusta el fútbol, no vas al fútbol. Si no te gusta la comida japonesa, no comes sushi. Si no te gustan las bodas homosexuales, no te casas con alguien de tu propio sexo. Si no te gusta la derecha, vota a la izquierda. Tienes la suerte de poder elegir participar de ello o no. Pero un evento como el que se vivió el miércoles previo al GP de España por las calles de Barna no molesta ni más ni menos que la cabalgata de reyes que tiene su público, la del orgullo gay que tiene su público, las procesiones de Semana Santa que tienen su público.

Si, todas causan molestias a los ciudadanos, pero se asumen por ser parte de nuestra cultura, nuestra sociedad y hasta nuestra economía. Siempre hay alguien que se queja porque no puede entrar en su garaje, llegó tarde a una cita ante el jaleo de tráfico, o es que tras el pasacalles del carnaval hay papelillos tirados. Sí, claro que tienen derecho a quejarse, pero dolerse de lo que muchos disfrutan es como ofenderse de que haya drag queens en las fiestas de lo LGTBI; forman parte de algo mucho más grande. Vive y deja vivir a los que disfrutan de lo que otros lo ven pasar sin más emoción que la de ver a qué hora termina.

Somos gente afortunada. Ricos en nuestra diversidad, de pareceres alternativos, de visiones y ángulos personalizables, y de nuestra forma de disfrutar del tiempo que papá y mamá nos regalaron. No entender la pasión de los demás, nos remite a la caverna de lo talibán, a lo ayatólico, al «lo mio sí pero lo de los demás no». Tener la Fórmula 1 de la mano es mejor que no tenerla, y la prueba reside en que ciudades, circuitos y gobiernos de muchos países hacen cola a las puertas con flores y bombones para los que deciden hacia donde se apunta en barco. Despreciar esto es despreciar una riqueza, y poder disfrutar de ella es una opción mejor que no poder hacerlo.

Por todo te remitimos, querido periodista del alpiste con nombre de glorioso alero de la liga ACB al carajo, al nuestro. El carajo era esa especie de tonel que sale en los tebeos de Asterix, donde un pirata tuerto y con trenzas otea el horizonte en lo más alto del barco. Desde el carajo, Rodrigo de Triana gritó aquello de «tierra a la vista» cuando los marineros de Colón estaban a punto de cocinar y comerse a su capitán al llegar a América.

Carlos Sainz atiende a sus fans en Barcelona

Te mandamos allí, Mikel para que puedas ver desde las alturas, lo que no puedes quincar desde tu mirador personal. Que puedas sopesar la magnitud, los valores, intereses y connotaciones que albergan el deporte que más nos gusta. Esto no es el pataleo del ofendido, sino un poner en órbita al astronauta anclado al suelo. Mikel, fenómeno, claro que puedes graznar contra lo que no te gusta, faltaría más, pero salta a la vista que desconoces el qué, cómo, porqué. Te quedaste en el cuándo: cuando tú mirabas.

Por cierto, en el paddock de la Fórmula 1, donde mejor se come, es en el hospitality de Pirelli, un lugar al que en alguna ocasión le hemos escrito algún artículo porque es merecedor de una estrella Michelín, menuda paradoja. Porque la F1 es tan grande, que hasta hay espacio para la gastronomía. PD: Nadie se queja de ella.

Saludos desde el carajo, desde las alturas de donde se ve más allá que desde el asfaltado suelo, ese mismo que hacen vibrar los F1 a su paso. Y que usté lo vea, pero con otros ojos.

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