El agujero catódico
Es una guerra silenciosa, subterránea, pero como todo conflicto armado, aunque sea sin derramamiento de sangre, puede arrastrar cientos de miles de víctimas. La Fórmula 1 está en permanente proceso de cambio pero este es gordo, grave, y las pistas que dejan los que ya pasaron por ese camino no ayudan a ser del todo optimista, al menos a día de hoy.
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Publicado: 13/08/2019 15:30
En 1986 el cineasta Luc Besson, un loco de los coches por cierto, realizó “Kamikaze”, una extraña película en la que un científico loco y cabreado con el mundo inventó una máquina con la que desde su casa podía hacer estallar la cabeza de cualquier locutor de televisión que estuviera emitiendo en directo. ¿Que no le gusta Jorge Javier Vázquez, Belén Esteban o el apocalíptico Pedro Piqueras? Pues le atizaba un invisible rayo que mandaba sus sesos a abonar jardines. Pues en la Fórmula 1 están desarrollando una máquina parecida, no para reventarle la olla a los pilotos que golpeen sin necesidad a otros en una chicane, sino que puede hacerle un peligroso agujero negro a la especialidad, agujero que lleva años haciéndose más y más profundo, y conduce a un sitio más bien chungo.
Chase Carey y Liberty Media saben un taco de esto, del negocio del espectáculo, y su visión de futuro tiende a ser acertada pero en su trayecto hacia el éxito la sospecha es que va a tener consecuencias indeseadas. En su plan está el seguir cerrando las ventanas a la televisión en abierto, cada vez será más de pago. Su meta final es irse a su propia plataforma de distribución online, una plataforma de la que Liberty no aporta dato alguno y que según expertos bancarios este año no van a ganar ni un leuro, cero cartón, con tasas de abonados imperceptibles en la cuenta de resultados.
Liberty Media es una compañía norteamericana que de acuerdo con su origen tiene una visión optimista, vitalista y creativa del planeta, pero otorga al resto del mundo estas cualidades que pertenecen a su cultura y que casi nunca encajan con la realidad fuera de sus fronteras. En EEUU el índice de penetración de ventas online, pago por servicios en streaming, o el mercado comercial conectado lleva años de adelanto al resto del planeta, y la explicación es sencilla: el futuro llega allí antes. Pero mientras esto madura en el resto del orbe, con muchos países del ‘primer mundo’ donde no en todas partes hay conexiones de alta velocidad, hay un retraso de años al que un negocio global no puede entregarse con los ojos tapados. Que dentro de poco todo esto nos va a alcanzar a través de 5G, el 6G o el G que toque es evidente, pero mientras esto llega, dar pasos en falso puede dinamitar a una audiencia que puede dar la espalda y sin remedio a un deporte que en estos tiempos requiere un esfuerzo extra.
La fisonomía de las carreras apenas han cambiado desde 1950. Una pila de coches de colores manejados por un tripulante único salen lanzados tras unas luces y unos trapos de colores, y tonto el último. Lo que sí ha variado es la forma de contactar con su público y en un mundo cambiante y con medios digitales personalizables, esto requiere una revisión de sus paradigmas básicos. El problema es que en un mercado de la atención de infinitas opciones la Fórmula 1 ha pasado de ser referente a un elemento más entre muchos, al que si le cierra la ventana, se encoge. ¿Por qué Paula Echevarría se está forrando anunciando cosas en su Instagram? ¿Por qué el youtuber PewDiePie factura ocho millones de dólares al mes? ¿Por qué a Dulceida la llaman para hacer anuncios por la tele? Porque son accesibles y están a un click de distancia; no hay barreras, alargas la mano y accedes a ellos.
La escena ocurrió en plena paramera castellana. Día de calor horroroso, vuelta a casa de viaje y pitstop obligado a repostar, cambiarle el agua al canario, e hidratarse un poco. Entras en el bar pegado a la Repsol de turno y contra todo pronóstico te topas un verdadero museo del MotoGP. Posters, cascos, monos, autógrafos… “Hostias, tío, tu eres muy loco de las motos, ¿eh? Que sitio más guay”, le espetas al camarero. Aquel cuarentón melenudo desgastado por el sol y alguna cicatriz en la cara responde con un lamento, “sí, pero ya no. Las han quitao de la tele, y ahora hay que pagar, conectarse… Veinte años yendo a Jerez cada gepé y ya ni las veo. No es por no pagar, es que da todo mucha pereza, me han quitado la afición. Ya no me interesan”. Sooooopapo. Y si esto ocurre con un enfermo de velocidad, imagínate con el aficionado medio, el casual, el que mira si va ganando un corredor nacional o el recién llegado premileurista.
La conclusión es que esto de los abonos, los online y las plataformas ha llegado demasiado pronto y con más deseo que la certeza de que los mismos que lo veían todo de gañote pagarían por seguir viéndolo. La ecuación del fútbol no es aplicable. Los equipos de fútbol tienen socios, tipos que están anclados a sus colores desde niños. Van a todos los partidos y asisten virtualmente a los de fuera de casa a través de de su tele, por eso se rascan el bolsillo en una especie de prolongación financiero-emocional con su carnet de abonado. Esto no ocurre con las motos, y menos aún con la Fórmula 1 en España, con una afición de base menor a pesar del auge que tuvo gracias a la Alonsomanía.
Las cifras
En calculo a ojímetro apunta a que todo evento de cierto tirón (el fútbol) decrece en orden de 6 a 1 cuando se levanta la muralla de pago… un deporte que todavía, en nuestra piel de toro, no se ha entregado a las plataformas digitales en su integridad. Las televisiones siguen apostando a sabiendas de que es un negocio seguro y de momento esa posibilidad aparece en el horizonte pero la digiexclusividad parece lejana.
El MotoGP de Carmelo Ezpeleta ha apostado fuerte, se la ha jugado, ha querido rizar el rizo y el resultado es que todas las alarmas se han encendido, y en varios negociados. De forma tradicional las motos las veían en abierto unos tres-cuatro millones de espectadores. Al pasarse a Movistar, una plataforma que conecta por defecto con la mitad de la población española y con la que ya tiene contrato, la migración era sencilla y sin embargo la audiencia no se rebajó a una sexta parte, sino que quedó en unos 250.000 personas únicas de pago aunque había cifras que elevaban hasta a medio millón en algún momento puntual. Hoy, con acceso exclusivamente por la plataforma Dazn, la compañía no aporta cifra alguna —política de empresa— pero el número que calculan algunos analistas ronda los 120-150.000 abonados y esto raya la debacle… en terrenos insospechados. Dazn no da cifras pero ha metido publicidad y ha subido el precio del abono, lo que muestra una reacción en busca de la rentabilidad.
"Los patrocinadores y marcas andan cavilando ahora que donde está la gente que antes les veía"
El decrecimiento ronda una proporción de un desasosegante 30 a 1, con respecto a los tiempos de Valentín Requena y Ángel Nieto al micrófono, y una pérdida de un tercio al abandonar el canal de Telefonica a pesar de ofrecer el mismo producto. Si en Dazn anda corriendo por los pasillos, los patrocinadores y marcas andan cavilando ahora que donde está la gente que antes les veía y que forman parte de su negocio. Sin público no hay bisnes y esto es lo que se está dinamitando. No solo MotoGP está observando cómo su negocio se depaupera sino que las categorías inferiores comienzan a padecer el estar fuera del ojo público. Si no estás en el candelabro, tiendes a desaparecer, y si no, que le pregunten a equipos pequeños y categorías-escuela, si están notando o no el que las motos hayan desaparecido de la televisión.
Los responsables de cierto partido político que salió escaldado en las últimas elecciones quisieron enjugar el descalabro con la absurda fase de “¡pero en Twitter hemos ganado!”. Pero es que en Twitter no se ganan las elecciones sino que se ganan en las urnas, y pasando por la televisión, al menos a día de hoy. A los de las motos les ocurre lo mismo: ganan donde no hay beneficio, y pierden donde sí lo hay. La Fórmula 1 va por el mismo carril y todo apunta que, viendo el ejemplo motero, los patrocinadores huirán, los espectadores acabarán desapasionándose, y las categorías inferiores van a sufrir más aún. Pregunta a aficionado medio, medianero, por el nombre de un piloto que no sea de Fórmula 1. No sabrá decírtelo.
La Fórmula 1 se hizo grande porque grandes masas de aficionados la amaban. Hoy los millenials no tienen posters de Lauda en sus habitaciones, no quieren coches, no tienen pasta para abonarse a un servicio de pago, tienen miles de opciones de ocio en las que nunca dejan de pasar cosas, y hasta con suerte pueden hasta ganar dinero asesinando impunemente en el Fortnite, haciendo vídeos graciosos, o fotos para el Instagram. Y esos son los nativos digitales, los llamados a consumir de forma prioritaria este producto, cuya masa crítica reside en la televisión de toda la vida. La jugada de Liberty no es mala, pero es más que precipitada, se adelanta a su tiempo y tiene un espejo en lo que está ocurriendo en las motos.
El futuro distópico de la categoría, en el peor de los casos, podría ser el que sigue:
—Desaparición virtual de categorías inferiores
—Pilotos desconocidos que llegan directamente desde un simulador
—Muy poca audiencia, residual, de nicho
—Menor asistencia a los circuitos
—Desaparición de los patrocinadores y anunciantes en los equipos
—Público joven no interesado
—Adultos que irán desapareciendo por cuestiones biológicas
—El interés de la F1 desaparecerá con esas generaciones
Liberty tiene prisa por rentabilizar un negocio que hasta el día de hoy solo le ha traído pérdidas en base a las inversiones iniciales, cambios cosméticos y la asunción de ciertos negociados que no dominaba… pero la premura por cuadrar la caja puede acabar por herir al deporte y su universo. Con pasos largos y lentos puede que el deporte más rápido del mundo llegue más allá en el tiempo. ¿Catastrofista? Que pregunten a otros sobre los que revolotean los buitres y ya nadie los ve cuando una vez fueron los reyes.