Virutas F1Bizarrap 1 - Fórmula 1 cero
Es toda una genialidad. Los de Dazn, franquiciados en España de la emisión de la Formula 1, reiniciaron el producto al hacerse con los derechos a finales de la temporada pretérita. Nadie comprendió los cambios, pero tienen todo el sentido… comercial.
12 min. lectura
Publicado: 21/05/2024 15:00
La animosidad en vivo de Antonio Lobato siguió, el fino ojo de Toni Cuquerella encontró continuidad como fiel escudero, y Pedro de la Rosasaltamatea su papel de comentarista con el de relaciones públicas de Aston Martin. Muchos pensaron que perder las espectaculares intervenciones de Albert Fábrega, el docto conocimiento de Cristóbal Rosaleny, o los agudos análisis de Víctor Abad cada lunes, lastraría la calidad del producto, cosa que ciertamente ha ocurrido. Pero a cambio han pasado otras cosas.
El desplazamiento de estos y algunos más ha reforzado la presencia en circuitos con Roldán Rodríguez y Christine Giampaoli Zonca al lado de Melissa Jiménez, y Tomás Slafer se ha añadido al pack de rostros visibles. Hay quien piensa que se ha perdido mucho por el camino, algunos que se ha ganado, y pocos son conscientes del porqué de los cambios, porque es justo eso: cambios. Según que gafas lleve el que mira, será mejor o peor; de lo que nos haya dudas es de que se viaja hacia algo distinto.
Netflix es una pieza más, de varias
La llegada de Liberty Media fue un revulsivo para el negocio y por proximidad, el deporte. Se factura el doble, hay más carreras, se llega a más países, las audiencias se disparan, y muchos apuntan a Netflix como el catalizador de un cambio de tendencia que iba en sentido descendente. El empujón de Drive to survive es pocamente discutible, no obstante, es solo la punta del iceberg de un cambio mucho más profundo, con reflejo en lo que vemos cada fin de semana.
La clave de las claves es que Dazn, plataforma de pago donde ver las carreras no vende Fórmula 1; vende suscripciones. Su negocio no es el deporte, ni las carreras, ni Max Verstappen, ni Mercedes. El eje gravitacional alrededor del que gira su todo son los 19,99 euros que cobra a todo hijo de vecino por acceder a su producto, y, por lo tanto, sus jugadas obedecen a este lenguaje.
Ha cambiado el negocio, ha cambiado la audiencia, y no queda otra que el producto haya de seguir esa senda. La de siempre, la tradicional, o como diría Lobato ‘los frikis’ del Movistar primigenio, eran los 800.000 espectadores de promedio que tenía la F1 antes de la Era Alonso cuando se emitía en abierto. Ese es el núcleo duro de aficionados que harán las maletas allá a donde vaya la especialidad y nunca falla. Es la gente que no se pierde una, que lo conoce todo, y que venderían piezas dentales propias o de sus hijos por ver su deporte favorito. Están ganados y no merece la pena esforzarse por ellos, ya se hacen ellos mismos la tarea comercial.
Una generación en la parte trasera de la parrilla
Su drama es que son pocos de manera relativa. El grupo de los que se tragan entrenos libres, cronometrados, reportajes, sesudos análisis del estado de los neumáticos con once vueltas, o las décimas de segundo que mejora un McLaren con veinte kilos menos de combustible es casi una audiencia residual. Ese tipo de información enriquece un producto y le aporta calidad; el problema que su propuesta de valor se está quedando tan anticuada como la generación a la que pertenecen sus más acérrimos seguidores. No es que sea mala, ni vieja; al revés, es muy buena, pero los que llegan no piden eso sino otra cosa.
Los millenials y los de la generación Z se abren paso a machetazos binarios en la jungla audiovisual y no están ya en eso. Tienen un lenguaje distinto, otra emocionalidad, se fijan en otras cosas, quieren ser protagonistas de alguna manera, intercambiar opiniones, participar y están amarrados de forma química a su vida digital. Sin ella, mueren. Y que nadie pierda de vista el lavado de cara generacional de las nuevas caras, todas más jóvenes, más que las anteriores, que viejas tampoco eran —con la extraña excepción de Abad—.
No debería caer en saco roto que la edad media del espectador de la Fórmula 1 era en 2023 de 32 años, en una época en la que tener más de 40 es visto por los menores de ese hito con cristalino desprecio. Entrar en la quinta década equivale para ellos a vejez, senectud, e inutilidad; pocas veces una generación ha albergado menos respeto por la anterior. El «ok, boomer» es bandera de los que en breve se echarán las manos a la cabeza por ser recibidos de la misma forma que ahora recetan.
El iPhone fue el que la lió
En un estudio de Pew Research publicado en 2021, el 95 % de los nacidos tras 1995 tienen un smartphone. El 55 % pasan más de cinco horas al día mirando su pantalla, y un 26 % pasan cerca de diez escrutinando YouTube, Instagram, TikTok, Facebook o Twitter. Nadie piensa que esto haya podido ir a menos desde entonces, y a lo que habría que añadir las plataformas de video bajo demanda, no reflejadas en el análisis.
Los nacidos de la última década del XX para acá no conciben un mundo sin internet. Están acostumbrados a la inmediatez, la satisfacción instantánea, huyen de las esperas, y recurren a sus teléfonos para relacionarse con el resto del mundo. Ni siquiera los usan para hablar, les violenta tener que dar explicaciones verbales. Prefieren intercambiar mensajes escritos, en los que no hay emocionalidad, gestos ni reproches en forma de tono, caras serias o respuestas que no desean escuchar, que es que se agobian. Por contra van hacia lo llamativo, lo efectista, lo impactante que caduca a los diez minutos, y aquí llega el protagonismo de lo viral.
Durante el Gran Premio de Miami, Dazn puso a su equipo que atienden a las redes sociales a trabajar como de forma habitual. Con fuerte presencia en todas ellas, el contenido más popular no fue un vídeo divertido de Valtteri Bottas. Tampoco la celebración de Lando Norris. Ni siquiera las palabras, o mejores maniobras de los héroes locales, Alonso y Sainz. Fue un pequeño video —ahora denominados reels, nos vayan a llamar carcas— de Bizarrap. El pelotazo mediático del fin de semana deportivo fue un músico de permanentes gafas oscuras y tocado con una gorra negra.
Bizarrap ganó la carrera… en Instagram
Ahora se entiende que en la parrilla previa a cada carrera a los pilotos apenas se les haga caso, a qué neumáticos llevan, o si el alerón delantero del pole position sea el de tres carreras antes. Interesa más el nuevo tatuaje de un famoso influencer por allí presente, la nueva novia de un rapero, o el modelito de una cantante que representó a no se sabe muy bien que país en Eurovisión. Si cambia la audiencia, el mensaje tiene que ser otro; ha de adaptarse a ella.
Los totems mediáticos de otros tiempos pasarán, si es que no han pasado ya, al retiro, a los nichos de mercado, a las microaudiencias, o en el peor de los casos, al olvido. Su tiempo pasó, porque hablan de otra forma a lo que se lleva, no dominan las redes sociales, y siguen haciendo —como este que les escribe— lo mismo que hacían antes en un periódico de papel: clonar sus columnas de opinión en el mundo digital. No parecen valorar que todo texto que pase de más de diez líneas es un engorro. Es una de las razones por la que el autor de esta viruta piensa que es un milagro que alguien la lea.
Si no pasa por un teléfono, no funcionará, y el texto casi que molesta. La prueba reside en que las redes sociales que más lo petan son las que menos letras escritas albergan. Facebook murió y ya casi nadie lo usa. Elon Musk se emperra en llamar X al Twitter de siempre y es influyente porque la usan los periodistas y generadores de información. Sin embargo, Instagram golea a lo anterior con fotos y vídeos, y la que lo está arrasando todo es Tik Tok, donde solo ves vídeos, la clave de todo.
Desde que la F1 permitió poner vídeos cortos en las redes sociales, esto pegó un cambio fundamental, que lo del Drive to survive fue la guinda, y el producto de acceso justo a lo que los más jóvenes buscan: efectismo, impacto, hiperestimulación, viralidad, espectáculo, drama… er… ¿información? Ah, si, eso, ya lo leeré por ahí, que alguien ha escrito algo en no sé donde.
El día que Google sea capaz, mediante IA, de determinar la calidad de la información como hace hoy con los artículos, será la señal de la práctica defunción del texto escrito informativo. No entender esto es no saber que suelo estamos pisando, y de todo ello, el cambio de norte en Dazn, el canal que nos trae las carreras. Siguen estando ahí, son las mismas, pero se cuentan de otra forma, asúmelo, querido friki.