Virutas F1Es que el Black Lives Matter

Tiene razón. La tiene. Lewis Hamilton se ha subido a la ola de una corriente que le pilla de cerca, que le pisa el callo desde niño, y se ha autoerigido en el faro ideológico del Black Lives Matter desde su púlpito en la Fórmula 1. El problema es que, con la mejor de las intenciones, ha pringado a gente.

13 min. lectura

Publicado: 09/08/2020 11:30

Cuenta la leyenda que el jugador de baloncesto Steve Trumbo, un jugador blanco de algo más de dos metros, llegó de sus Estados Unidos a España para jugar en la ACB. El bigardo era mormón, muy practicante, y pidió permiso al entrenador para rezar antes de cada partido. Cuando el coach entendió que aquello no afectaba a los procesos de calentamiento y explicaciones técnicas previas, le dio el visto bueno. De esta manera el pivot sacaba su Biblia y en un aparte la leía durante unos minutos mientras sus compañeros, ajenos a sus meditaciones, corrían dando vueltas al pabellón y ensayan triples.

Como aquello no alteraba su juego le dejaron hacer, aunque de vez en cuando intentaba convencer a alguno de sus compañeros de que se convirtiera, que mirase más allá de lo material, y que pusiera sus pensamientos en Dios. La mayoría, por no decir todos, le escuchaban atentos unos minutos, le daban las gracias y al final le decían: «Mira, Steve, yo vengo aquí a jugar al baloncesto. Esto, para después».

Lo que se (le) discute no es lo que se hace, algo con lo que todos parecen estar de acuerdo, sino en el cómo

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Lewis Hamilton se ha tomado lo del Black Lives Matter como una cruzada personal y lo que hay tras todo esto es comprensible, perfectamente justificable, y algo a lo que en una sociedad moderna sólo queda adherirse. Lo que postula es justo, se rechaza algo que no lo es, que resulta anticuado, y fuera de lo razonable, legal y socialmente. Hay que estar con Lewis y lo que defiende, no hay duda alguna de esto. El corredor es una figura global, que se ha ganado el aprecio planetario gracias a su buen hacer sobre el asfalto, sus títulos, y cómo ha arrasado al resto. Añade lo de su imbatida popularidad en unas redes sociales en las que gracias a sus posados fashion, su perro, y su forma de llevar su imagen, arrastra casi lo mismo que todo el resto de pilotos juntos. Es obvio que ha hecho un gran trabajo en esto.

El problema es que lo que se (le) discute no es lo que se hace, algo con lo que todos parecen estar de acuerdo, sino en el cómo. El corredor ha llevado sus reivindicaciones personales a los circuitos y está forzando las cosas en demasía a ojos de casi todos. El Black Lives Matter, un movimiento que lucha contra el racismo, funciona y está activo desde hace años pero Hamilton se ha zambullido dentro de de él esta extraña temporada. Legítimamente concienciado propuso a Liberty Media y la FIA hacer algún tipo de exhibición de su apoyo a la causa de forma visible, con idea de que se diera a conocer desde el altavoz mediático de la Fórmula 1.

Como es algo justo, organizador y reguladores dijeron que sí a una escena con todos los pilotos mostrando mensajes alusivos ataviados con una camiseta negra. Lewis se arrodilló, en un gesto extra añadido a esta causa, y cuando ganó su primera carrera de la temporada levantó su puño derecho como hicieran los atletas Tommie Smith y John Carlos en los Juegos Olímpicos de 1968; quiso repetir aquello a modo de reivindicación de los de su raza. Lo que no sabía Lewis era la parte triste de aquella escena icónica, con los dos corredores de los 200 metros de los Juegos Olímpicos de México 68, y fue lo que le ocurrió al tercer habitante de aquel pódium. El australiano Peter Norman era amigo de estos otros dos participantes y conocía sus intenciones; de hecho estaba de acuerdo con sus reivindicaciones. Lo que pasó es que para crear aquella imagen icónica con los puños en alto envueltos en guantes negros echaron mano de dos… dos guantes. No hubo un tercero. Desde entonces a Peter Norman se le trató como un apestado por no haber estado a la altura de sus compañeros de cajón.

Lewis tiene 19 compañeros, un equipo, una organización y una federación internacional que aún no le ha brindado un no a todas y cada una de sus propuestas. No sólo eso, sino que cuando ha deseado elevar de nivel el efecto, los implicados le han hecho caso y han acelerado el paso; no debería quejarse. Pero debería ser consciente de que está arrastrando a su cruzada a mucha gente que no es que no esté de acuerdo con ella, que lo está, pero no desea estar metida en la medida que él desea y dicta como único estándar válido. Pilotos como Charles Leclerc o Carlos Sainz están recibiendo duros varapalos, en esencia a través de las redes sociales, por no arrodillarse en esa suerte de ceremonia que organizan antes de cada carrera. Ceremonia, por cierto, que a Hamilton le sigue sabiendo a poco, porque quiere más ruido, más jaleo y más efecto audiovisual al respecto.

La Fórmula 1 es un negocio privado donde Hamilton es un invitado, uno muy especial, y queda claro que lo que pide es más que razonable pero al final roba parte del protagonismo a lo que hace girar todo. Habría que preguntar a los patrocinadores, que son los que ponen la pasta, qué opinan al respecto…

Pero hay dos cuitas más de cierto calado:

Una. ¿hasta cuando va a estar ocurriendo esto? El racismo, lacra fea e injusta donde las haya, existe desde el inicio de los tiempos, y por desgracia no va a desaparecer esta semana. Ni este mes. Ni esta temporada. Probablemente ni siquiera en los próximos veinte o treinta años, por desgracia.

La F1 es uno de los deportes más agradecidos con temas y gestos de orden social. Hay pocas especialidades más solidarias, que más se vuelcan con asuntos benéficos, y que siempre tienen un recuerdo cuando alguien pasa a mejor vida, hay un terremoto en Los Abruzzos, derriban torres gemelas en Nueva York u ocurre algo de cierto calado y está bien mostrar un pequeño homenaje. Unas pegatinas, unas palabras, un acto, unas flores, unas declaraciones… una vez. La pregunta es, son: ¿Esto del arrodillamiento se va a hacer para siempre hasta que el racismo desaparezca? ¿En todas las carreras? ¿Para siempre?

Dos. Cuando el creador hizo el mundo se dejó mal apretadas algunas tuercas y no lo hizo perfectamente justo en todas sus parcelas. De entre las grietas salen injusticias de todo tipo. Están los LGTB, los damnificados de Siria, los perseguidos Rohinyas, los cristianos en algunos países de África, los que no tienen vivienda, los parados mayores de 40, todos esos jubilados que viven con pensiones de menos de 500 euros y brotan por doquier cientos de tristes causas que merecen la atención de los que quieren, queremos, ser justos.

Lewis Hamilton tiene claro cuál es la suya, pero cualquiera de la parrilla podría reivindicar mañana el abandono del uso del plástico para salvar nuestros mares, la defensa de los que viajan en patera en busca de una vida mejor o que se abandone el uso de las pieles para hacernos abrigos y todas serían perfectamente justificables, nadie se negaría. La Fórmula 1 y sus carreras son un deporte, un negocio, un evento, un espectáculo… pero cómo se abra la mano a todas estas causas puede acabar convirtiendo en un carrusel de causas justas que desvirtúen el eje troncal de lo que nos reúne cada domingo ante la pantalla o en el propio circuito. De ello el que ‘un gesto sí, pero no un abono permanente a estar en el candelabro’.

Los pilotos, muy en especial cuando eres un hexacampeón del mundo, atraen millones de miradas a base de entrevistas, reportajes, redes sociales y comparecencias públicas donde tienen espacio de sobra donde promover las ideas y propuestas que les parezcan. No sólo eso, sino que cada cual tendrá las suyas y querrá entrar o no en las que les propongan sus compañeros de trabajo, en su libertad están. Hamilton está arrastrando a todos a lugares que respetan, que comparten, pero prefieren ceñirse a las obligaciones que les someten sus contratos, sus funciones, y sus quehaceres profesionales.

Lewis puede permitirse esto porque sabe que ganará el título de este año y puede que el de 2021 sin apenas esfuerzo. Es tal la ventaja que amasa su Mercedes que ganar no le preocupa lo más mínimo, y esa sí es una preocupación que albergan los otros 19 compañeros. Cada domingo todos le acompañan, quieran o no, en su ceremonia antirracista y de la que muchos empiezan a renegar con la boca pequeña por el paddock. El de Stevenage tomó como ejemplo la imagen del podio de México 68 pero le falta comprender qué ocurrió treinta y ocho años más tarde y protagonizada por el mismo trío.

El atleta Peter Norman no pareció acompañar a sus compañeros en aquel pódium, no había un guante para él. Sufrió el desprecio, los desaires de gran parte del público, e incluso hay quien piensa que su carrera deportiva se truncó tras aquello; nunca más volvió a participar en una Juegos Olímpicos. En 2006 Norman murió en Melbourne de un ataque cardiaco; Smith y Carlos, sus compañeros de podio y conscientes de lo que le ocurrió tras todo aquello, cargaron con el ataúd en su entierro.

Fotos: Mercedes AMG F1

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