OpiniónEl síndrome post-vacacional

El sueño americano terminó y posiblemente muchos tenemos una sensación similar a la que debe sentir Fernando Alonso en este momento. Toca volver a la rutina de la Fórmula 1. A contar decepciones y motores rotos. Sanciones por exceder el límite de uso de turbos, emegeukás y demás exquisiteces propias de la F1.

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Publicado: 31/05/2017 11:30

A contar mensajes por radio llenos de frustración y declaraciones a medio camino entre la defensa de McLaren y el rencor hacia Honda. Una especie de síndrome post-vacacional.

No podemos negarlo: lo que Fernando Alonso ha conseguido durante el Month of May de las 500 Millas ha sido algo histórico. No por la carrera, pues otros llegaron antes que él en condiciones similares para impresionar e, incluso, llevarse la victoria. Lo histórico de todo lo sucedido radica en haber sido capaz de remover los cimientos del automovilismo mundial de un modo que nadie puede recordar.

Es evidente que los tiempos contribuyen a ello. Las redes sociales, los medios digitales, la exposición mediática, el marketing y el contexto actual en el que se mueve el deporte del motor. Un contexto en el que era impensable concebir que uno de los referentes de la Fórmula 1 decidiera abandonar la comodidad de un entorno dominado para adentrarse en un universo desconocido. Porque sí, la Indy 500 no deja de ser una carrera pero no se parece a nada que Fernando Alonso hubiera experimentado con anterioridad.

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En el fondo, que Fernando Alonso terminara la carrera (en cualquier posición que no fuera la victoria) era un poco lo de menos. La guinda del pastel era que el español fuera competitivo en carrera y liderara algunas vueltas. Se consiguió. Lo que llegara después sería un complemento con el que adornar un pastel ejecutado a la perfección y que todo el mundo admiraba fascinado.

Que Alonso abandonara con el motor roto y que éste fuera Honda es muy llamativo a nivel mediático y un poco cruel en el contexto personal del piloto, pero no deja de ser una anécdota más. Para empezar, porque lo único que tiene en común dicho motor con el de la Fórmula 1 es el nombre. Ni siquiera está concebido en el mismo continente, por el mismo equipo técnico. Es más, ni siquiera por la misma empresa.

Pero, independientemente de eso, Alonso ha conseguido volver a ilusionar a sus aficionados, a todos esos que llevan años defendiendo lo especial que es y la importancia que tiene en la Fórmula 1 a pesar de llevar once años sin ganar un título. Les ha dado fuerzas para seguir llevando la cabeza alta y ha eliminado su temor a verle retirarse del automovilismo con poco más que un recuerdo verdaderamente lejano.

Y al resto les ha demostrado su grandeza. Porque lo ocurrido con su participación en las 500 Millas ha maravillado a todo el universo de las carreras. Toda la prensa internacional se ha volcado y se ha rendido ante su arrojo y talento en el Brickyard. Los pilotos de todas las categorías -excepto los de la Fórmula 1- han alabado su coraje y el público estadounidense -seguramente el que inicialmente podía parecer más reacio a aceptarle- le ha ovacionado con cada muestra de brillantez sobre la pista y de cercanía y predisposición fuera de ella.

Fernando Alonso, hoy, es un piloto que ha trascendido los límites de la Fórmula 1.

En Indianápolis hemos visto a otro Fernando Alonso. Quizá a uno que nunca habíamos visto antes. Un piloto que se siente ganador -como en la época de Renault-, pero que ha aprendido a disfrutar del momento con todo lo vivido anteriormente y siendo consciente de que sí, es uno de los grandes de la historia por mucho que los números digan otra cosa. Fernando Alonso, hoy, es un piloto que ha trascendido los límites de la Fórmula 1. Un piloto que será considerado un grande en todos los ámbitos propios de la Fórmula 1, pero también en Norteamérica. Lewis Hamilton y Sebastian Vettel se retirarán con más títulos que Fernando Alonso. Pero, o mucho cambian las cosas, o jamás lo harán con más gloria.

Fernando Alonso ha demostrado ser dos cosas: muy inteligente y un racer, como se suele definir en el mundo anglosajón. Su ambición le obliga a querer ser recordado en los libros de historia como uno de los mejores pilotos. Sabe que no podrá hacerlo a través de las estadísticas porque ha pasado demasiados años peleando con equipos que no han estado a la altura de dicho objetivo. Por tanto, ha decidido que el otro modo es consiguiendo la triple corona (GP de Mónaco, 24 Horas de Le Mans y 500 Millas de Indianápolis), algo que sólo Graham Hill ha logrado.

Dicha estrategia, además, se complementa a la perfección con su alma de corredor, de racer. O dicho de otro modo, “hay vida más allá de la Fórmula 1”, una forma de vida que muchos jóvenes pilotos no supieron ver en su momento y que terminó con sus respectivas carreras deportivas por no ser capaces de ver que se podía ser piloto profesional y feliz compitiendo en otras categorías. Pilotos como Dani Juncadella o Andy Soucek lo han demostrado, pero que lo haga Fernando Alonso sobrepasa los límites del aficionado friki y, con suerte, llegará a todos esos jovenzuelos que sueñan o ya buscan abrirse paso en el automovilismo. Fernando Alonso ha mandado un mensaje: se puede ser grande de muchas maneras y ser piloto de Fórmula 1 no lo es todo si no va acompañado de otras cosas.

¿Y ahora qué? Toca volver a adaptarse al horario laboral, a los gritos del jefe, al incompetente del compañero de curro volver a la rutina. Pero con la seguridad de que, el año que viene, volveremos a disfrutar de ese oasis de felicidad. ¿Rumbo a Le Mans, Indianápolis a un nuevo título de Fórmula 1? El destino es lo de menos, lo importante es ir en buena compañía, ¿verdad Fernando?

Fotos: IndyCar

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