De la importancia de ser un líder
Uno de los asuntos de discusión recurrentes durante la temporada pasada y que se ha reverdecido preventivamente antes del inicio de la temporada 2023, es el de la igualdad de trato entre los pilotos de un mismo equipo. Pero, ¿es realista o aceptable ese planteamiento?
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Publicado: 09/02/2023 14:30
Empecemos por la realidad que nos rodea. Y es que la Fórmula 1 se ha convertido, por voluntad federativa y de los organizadores, en algo estandarizado en la mediocridad. Es un hecho que lo que se busca con el límite presupuestario, las normas restrictivas en lo tecnológico, la congelación de elementos, las sanciones a veces tan fuera de sentido en caso de rotura de elementos, es encontrar una igualdad entre los competidores que haga mejor la competición.
Ni qué decir tiene que el objetivo no se está cumpliendo, ni se puede cumplir. Siempre va a haber equipos con mejor personal, con más inventiva -ya saben, siempre se puede imputar el exceso en el límite de presupuesto a cuestiones de catering- y con mejores profesionales que consigan lo que siempre se ha llamado la «unfair advantage», o ventaja injusta. Pero no ilegal. Y es algo que sigue ocurriendo y ocurrirá: apuesten su dinero a que un Haas no ganará un Gran Premio en 2023, pero no lo hagan a que Red Bull, Mercedes o Ferrari no lo consigan, porque sus probabilidades son muy altas de lograr victorias.
Por lo tanto, pese a que se sigue persiguiendo de forma incansable la igualdad entre los competidores, no se consigue. Y seamos sinceros: menos mal que no se consigue, porque el deporte siempre ha sido desigual en su igualdad, siempre ha habido mejores y peores, y todo lo que sea pretender eliminar esa crueldad en una competición como la Fórmula 1 -recordemos, supuestamente la máxima categoría del automovilismo mundial, pero sostengan su carcajada mientras lo leen-, debería producir el rechazo de equipos, profesionales implicados y de aficionados. Aunque también sabemos que eso no ocurre. Demasiados intereses.
Así que, lograda la vía libre para ir cercenando la natural desigualdad de la competición -poco a poco, paso a paso, todo va llegando-, la siguiente argumentación que se enciende alrededor de la competición es, ¿por qué un equipo debe apoyar y favorecer más a un piloto que a otro? Es injusto, claro, no darle la misma oportunidad a los dos pilotos del equipo, y eso hace que uno de ellos no pueda desarrollar todo su talento en contraposición a su compañero, que recibe todas las atenciones y favores del equipo. El argumento, anticipemos, es tan maquiavélico como infantil.
Pero en un mundo anclado en la mediocridad -es decir, según la RAE: «Mediocre, De calidad media; de poco mérito, tirando a malo»-, todo lo que sea sobresalir no produce la admiración ni el esperado apoyo por tener unas cualidades o una disciplina superiores. No, lo que provoca es que ese líder sea visto con ojos negativos por resaltar y provocar que otro u otros no puedan estar al mismo nivel. Así que los ponemos detrás de un volante y queremos que el piloto cuyo talento, muy respetable pero que no alcanza a ser excelente, tenga un trato igual o incluso mejor que el talentoso.
Líder se nace, aunque a veces también se hace. Pero los líderes en la pista, esos pilotos con una mirada asesina tras la visera y que no dejan a los demás ni las migajas para rebañar, son pocos, especiales y, visto lo visto, una especie a proteger. Pueden hacerlo con modales elegantes y gentiles, como un Fangio, o ser despiadados en grado sumo, como un Michael Schumacher. Pero a todos ellos les une un liderazgo natural que se refleja en la pista de carreras en cuanto salen a ella. ¿Por qué debería un equipo ser pusilánime y cobarde y no apoyar a su piloto líder? Eso no significa maltratar o ningunear al otro, pero desde luego no pretender que un gregario natural sea promocionado y puesto por delante del líder natural para ser los adalides de la igualdad y de la deportividad.
Cuando Stirling Moss desembarcó en Mercedes-Benz en 1955, nunca dudó en que Fangio era el líder, como tampoco lo hizo Alfred Neubauer. Cuando Colin Chapman tuvo en sus manos a Jim Clark, el resto importó poco: si alguien podía dar títulos a Lotus era el escocés. Para más explicaciones, véase Innes Ireland. Cuando Niki Lauda, un piloto que no había hecho todavía ni un podio, llegó a Ferrari en 1974 junto a Clay Regazzoni -viejo conocido del equipo-, se vio claro quién era el líder natural. Podríamos seguir con muchos ejemplos, incluso actuales. Obviamente no son tan claros o evidentes -¿Prost o Senna en McLaren?-, pero al final, un líder lo es de forma natural y tempestuosa.
Ahora se pide que equipos como Red Bull, Mercedes o Ferrari traten igual a sus pilotos. Por obligación. Por el deporte. Por el espectáculo. Para tener un mundial competido y luchado. Sin embargo, la pista es la que suele determinar quién es ese líder al que un equipo, si lo que pretende es ganar el título, debe apoyar. Y luego tener la visión de tratar al gregario con una exquisitez tal que, siendo el segundo piloto por naturaleza, se sienta respetado, valorado e incluso con la opción real de poder luchar con su compañero. Porque tenerla, la tienen. Pero pedirle a un equipo que perjudique a su líder para favorecer a su gregario resulta, cuanto menos, llamativo. Se escude en los motivos que se escude ese razonamiento.
Cuando a principios de 2022, Red Bull tomó la decisión de que Pérez no pusiera impedimentos a Verstappen para pasarle en Barcelona, fue una decisión pensando en el beneficio del equipo a largo plazo, y en la realidad de equilibrios en el equipo. ¿Dolorosa y poco estética? Sin duda, pero asumamos que es la cruda realidad en un deporte que mueve millones y en el que se puede perder precisamente por detalles minúsculos, como no hacer algo así. Claro, que tampoco era preciso porque enfrente tenían a una Ferrari con un dirigente que había perdido el norte hacía mucho, aunque algunos defendieran que debería haber continuado al frente.
Sí, cuando a un piloto le piden ceder, siempre es doloroso para el piloto, para los aficionados, incluso para los equipos, es doloroso. Para los periodistas es material de primera para atacar o para defender, ergo, para posicionarse. Pero más doloroso es no asumir la realidad del líder y el gregario. Para todos los nombrados. Toda esta divagación, por cierto, hace que nos tengamos que ir a al año 2016 y valorar la tremenda temporada de Nico Rosberg -¿alguien duda que era el gregario?- frente a Lewis Hamilton. ¿Qué hizo Nico? Estar ahí. Demostrar en la pista que estaba al nivel de Lewis. Demostrarle a su equipo que podían dejarles luchar -que sólo podían ganar ellos dos el título, siempre ayuda a dejar luchar, claro-. Demostró a todo el mundo y a sí mismo que podía, en un momento dado, con las condiciones adecuadas, derrotar al líder. Por méritos propios -y deméritos ajenos-. Cada año que pasa, lo que hizo Rosberg crece en magnitud, y se comprende más el por qué se retiró de inmediato: nunca hubiera soportado la misma presión ni tenido la misma ocasión.
Lo que demuestra que todo piloto de Fórmula 1 -o casi todos- tienen la capacidad de poder ganar una carrera, o varias, o un mundial, con las condiciones adecuadas. Algunos ejemplos se nos ocurren a todos, a buen seguro. Pero los líderes son los que son. Lo son siempre y lo son por generación tan espontánea como cruel y brutal para los demás. No es creando una falsa igualdad como el gregario podrá superar al líder. Hay que hacerlo en la pista, en cada sesión, en cada Gran Premio. Y luego, cuando ella haya hablado -porque siempre habla- asumir la realidad de la posición de cada uno. Se anuncia un año -otra vez- de lamentaciones por la igualdad forzada. Pero las carreras siempre tuvieron que ver con líderes. El de la carrera. El del mundial. El del equipo. Eso es lo único importante.
Fotos: Aston Martin Racing / Red Bull Content Pool