Eddie

Eddie se ha ido. El creador de la escudería Jordan, el irlandés inquieto de camisas llamativas que acabó como comentarista de la tele inglesa, fue un personaje inclasificable pero brillante. Por la Formula 1 han pasado decenas de escuderías sin pena ni gloria, pero la de Eddie Jordan, solo ganó cuatro carreras, y la huella de su impulsor quedó marcada como si hubiera ganado cuatro títulos.

Eddie
Eddie Jordan ha fallecido a los 77 años de edad

16 min. lectura

Publicado: 21/03/2025 10:00

Un mal cáncer, de esos que llegan de golpe y te arrebatan todo en menos de lo que dura un mundial, segó la vida de un tipo que no encajaba en ningún patrón conocido. Adorado por muchos, y odiado por unos cuantos, se medía tanto por aquellos con los que encajaba, como por los que pelearon con él dentro y fuera de las pistas.

Jordan era un negociante nato. Su primer trapi fue venderle fruta a sus compañeros de clase. Luego, currante del Banco de Irlanda, cuando unos vecinos llegaban a pedirle una hipoteca, se iban con la hipoteca y un crédito para un coche nuevo. Contaba Mark Gallagher, uno de sus responsables de marketing, que un día podía coger su jet privado, y volar a París, Ginebra, y Múnich, y volver a casa para cenar con tres o cuatro contratos firmados, cada uno en un país. Disfrutaba con aquella productividad.

Jordan empezó siendo piloto, primero de Karting, cuando descubrió la especialidad en la isla de Jersey, y más tarde de Fórmula 3. Corrió contra Alain Prost o Nigel Mansell, probó un McLaren de F1 o participó en las 24 Horas de Le Mans, pero rápidamente se dio cuenta de lo costoso de una carrera hacia lo más alto. Vio color a lo de llevar a pilotos en el camino hacia la cúspide del automovilismo, hasta que montó su propia escudería.

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Al ojo del observador común, podrían haber sido dos amigos hablando a pesar de que eran dos perfectos desconocidos

Los primeros pasos fueron en categorías inferiores, y ahí ya fue enseñando la patita. Una vez alquiló la pista de Silverstone de manera exclusiva. Sabía que el resto de formaciones no tenía ningún circuito accesible, y viajar lejos para rodar en otro les resultaría más caro. Les acabó realquilando la pista a sus contrincantes, y entre ellos al equipo de un tal Ayrton Senna. Hasta que no viera los billetes, no habría acceso al asfalto. Dicen que se partía de risa al observar la frustración de los que no contaban con los fondos para sufragar la jugada.

En aquellos años, la seguridad de los pilotos empezaba a ser un tema de preocupación. No es que antes se despreciase su vida, pero hasta los patrocinadores hacían preguntas. Cuenta la leyenda que Eddie convenció a sus auspiciadores de que sus coches tenían airbags en el volante, que no tenían de qué preocuparse. Los F1 jamás han tenido airbags en el volante, pero se dice que los anunciantes no volvieron a hacer preguntas al respecto.

La apuesta subió de nivel en 1991 y accedió a la élite de la velocidad: la Formula 1. El primero que le abrió la puerta del paddock fue Ron Dennis, que le dedicó en toda la cara el conocidísimo aserto de «bienvenido al piraña club». Era solo un aviso de lo que le esperaba, y recetado por el jefe de equipo más contrapuesto a su espíritu ruidoso, alternativo, algo estrafalario por momentos, irreverente y descarado. Un británico de esos que apuntan con la nariz al cielo a cada frase ajena, al lado de un irlandés, cachondo, impertinente y alejado de cualquier patrón formal. Solo podía conducir a una colisión frontal.

Aston Martin rinde a tributo a Eddie Jordan, pues no en vano el equipo afincado en Silverstone procede del fundado por el irlandés en 1991

La primera liada de aquel año tuvo lugar antes incluso de poner su coche sobre el asfalto. Jordan Grand Prix denominó a su coche como Jordan 911. Esto enfureció a Porsche, que consideraba que el nombre era demasiado similar al de su icónico modelo. Eddie les regaló un exabrupto, y renombró el coche como Jordan 191, pero la jugada publicitaria ya había hecho rodar el balón. Y después llegó lo de Gachot…

En su año de estreno, su piloto Bertrand Gachot protagonizó el conocido incidente con un taxista londinense. Una sencilla trifulca de tráfico desembocó en que el corredor sacara un spray de pimienta del bolso de su novia. Con él, roció la cara del chófer, y como ese tipo de arma estaba prohibida en el Reino Unido, Gachot fue detenido y pasó desde el 15 de agosto y hasta el 15 de octubre en prisión. Esto dejaba a Jordan en una situación complicada en el plano deportivo.

A dos semanas del GP de Bélgica, la escudería no tenía piloto reserva, y apareció en escena Willi Weber, el manager de un tal Michael Schumacher.

—Pero a ver, ¿tu chico ha corrido en Spa alguna vez? —Preguntaba azorado Jordan.

—Sí, claro, ha rodado allí más de cien veces. —Se conoce la pista como la palma de su mano. —Respondía sin pestañear el manager soltando una de las mentiras más gordas de su vida.

—Vale, trato hecho, pero busca 80.000 libras. —respondió Jordan. —Quiero verle en acción antes de disputar la carrera. —Jordan hizo rodar a aquel joven alemán en Silverstone unos días antes de la carrera. Desde boxes pensaron que ya era suficiente, estaba gastando gasolina y neumáticos, y eso empezaba a ser un dispendio por encima de las 80.000 libras pactadas. Sin embargo, Schumacher hizo mejor tiempo que la vuelta previa, así que le dejaron un par de giros más. Y volvió a mejorar su registro. Cuando acabó se dieron cuenta de que allí tenían algo especial.

Eddie Jordan también hizo labores de periodista y presentador para la televisión y la Fórmula 1.

—Ok, el chico es rápido. Busca 150.000 libras y correrá este fin de semana, —Espetó Eddie a un Weber que corrió a Mercedes, y le dio el dinero. Una vez en Spa, Schumacher recorrió por primera vez aquel asfalto subido en una bicicleta el día antes de los entrenamientos libres. El sábado clasificó séptimo, y en carrera rompió su monoplaza en la subida a Eau Rouge. Se rumorea que Jordan sabía que aquel embrague no aguantaría, pero uno nuevo hubiera desbaratado la jugada económica que sustentaba con pinzas la viabilidad de su equipo.

Su habilidad para convencer a la clientela se encontró con uno de los mejores ejemplos cuando ofreció a la marca Kodak anunciarse en su coche. A los ejecutivos de la compañía fotográfica norteamericana casi les da un síncope cuando vieron los diseños del monoplaza sobre el que irían colocadas sus pegatinas.

—¿Qué…? ¿Qué ocurre…? ¿Por qué ponen esas caras? —Preguntó Jordan en la reunión.

—¡El coche es verde! No podemos poner ahí la palabra Kodak. —Dijeron con pasmo los trajeados directivos.

—¿Y cuál es el problema? Son los colores de mis coches, verdes. Somos un equipo irlandés, son los colores nacionales de nuestro país.

—Es que el verde es el color representativo de Fujifilm, nuestro más directo rival. —Respondieron espantados. —¡Nuestro color corporativo es el amarillo! ¡No puede ser!

A pesar de ello, el nombre de Kodak acabó sobre los coches verdes, en un acuerdo que parecía imposible. Se las compuso para hacerlo posible. Los japoneses le devolvieron la moneda a los yanquis más tarde al comprar su alerón trasero a cambio de 1,4 millones de dólares.

Jordan parecía hacerlo todo distinto a los demás. Pintó sus coches de amarillo, pero no por Kodak, sino porque el dorado de su patrocinador Benson & Hedges parecía marrón por TV. El color chillón de sus monoplazas, los colmillos y boca de serpiente pintada en su morro, o el inolvidable logotipo con la avispa hicieron el resto. Si eso era fuera del asfalto, dentro no era muy diferente, con jugadas atípicas, inesperadas y anormales. Solía observar las estrategias de los equipos más fuertes y luego tomaba decisiones radicalmente distintas para sorprenderlos, que quedaban tan sorprendidos que no sabían cómo reaccionar. A veces funcionaba.

Su audacia y creatividad definieron un estilo único, respondo y alternativo, Jordan era el punki de las carreras. Esto descolocaba a sus rivales, sobre todo a Ron Dennis. Ambos tuvieron una relación marcada por tensiones y críticas. Jordan atizó con dureza la gestión de Dennis en McLaren, acusándolo de arrogancia y de no estar completamente centrado en la Fórmula 1 debido a su enfoque en otros proyectos, como los coches de calle. Dennis respondió llamando a Jordan “el tonto del pueblo”, ridiculizando su estilo poco convencional

Dennis era perfeccionista y metódico, mientras que Jordan era más audaz e improvisador, y sus diferencias en público reflejaban sus personalidades opuestas y su enemistad pública. En una ocasión, mientras Jordan comentaba en directo en el paddock micrófono en mano, Dennis apareció por detrás y le cortó el cable de sus auriculares con unas tijeras. El chillerío que montó el irlandés fue de los que agitan sismógrafos, cuentan.

Con el que las tuvo tiesas, pero con otro tono, fue con Flavio Briatore. Los de la misma especie se reconocen entre si, y los dos espíritus más díscolos y desvergonzados del paddock chocaban, pero de una manera muy distinta.

Siempre irreverente y dicharachero, Eddie Jordan ha sido uno de los miembros más queridos del paddock.

El italiano le sisó a Schumacher la misma noche del Gran Premio de Bélgica de 1991, impresionado por su debut. A Briatore no le tembló el pulso para firmar el finiquito de Roberto Moreno para crear el espacio necesario y dar cobijo a Schumacher, mientras Eddie se resistió y poco se sabe del acuerdo, pero es obvio que mucho dinero cambió de manos.

Tiempo después, el italiano, socarrón como pocos, le espetó durante una cena y desde el otro lado de la mesa:

—Eddie, ¿cómo logras que tus pilotos te paguen por correr? Yo debería aprender eso. —La broma hacía referencia a la reputación de Jordan por conseguir acuerdos creativos con patrocinadores y pilotos para financiar su equipo.

Jordan respondió con una carcajada, y replicó al puyazo con su propia ración de humor, diciendo:

—Flavio, si yo tuviera tu presupuesto, sería campeón del mundo cada año. —Este tipo de mandobles cargados de vitriolo reflejaba la camaradería y rivalidad amistosa entre ambos.

Esa misma noche, con mucho vino de por medio, el irlandés volvió a la carga:

—Flavio, ¿cómo haces para dirigir un equipo cuando pasas más tiempo en tu yate que en el paddock? —Le espetó, con una copa en la mano.

Briatore no se amilanó y le devolvió el perdigonazo dialéctico. —Eddie, al menos yo tengo un yate. Tú deberías preocuparte por pagar a tus pilotos primero. —Lo que hizo estallar las risas del resto de los comensales.

Edmund Patrick Jordan, Eddie Jordan, se fue a otro mundo en Ciudad del Cabo, en Sudáfrica, donde residía. Lo hizo por temporadas en Sotogrande, Cádiz. Allí se lo encontró el que esto escribe en un torneo de golf, sentado a solas sobre una excavadora amarilla mientras veía el juego.

Fue la charla de un tipo normal con otro tipo normal. Al ojo del observador común, podrían haber sido dos amigos hablando a pesar de que eran dos perfectos desconocidos. Eddie era un tipo de lo más campechano en el trato, muy propio de los buenos vendedores y una de las cosas menos normales en la Formula 1.

PD: Es fácil imaginar que aquel día alguien se acostó con una excavadora en su garaje y un puñado menos de euros en el bolsillo. ¿Que aquella máquina no era de Eddie? ¿Y qué importa eso? Te la hubiera vendido igual… no era cualquiera, sino Eddie Jordan.

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