Fórmula 1 2021: Un final «Made in Hollywood»
El campeonato del año 2021 de Fórmula 1 finalizó con una última vuelta apoteósica, dejando tras la bandera a cuadros un reguero de polémica que sigue todavía vivo, y al que se volverá en el futuro con casi total seguridad. Sin embargo, con el paso de los días y con una mirada más amplia, el sabor que deja la resolución de este campeonato es un poco agria.
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Publicado: 20/12/2021 09:30
Empecemos por el principio: nadie va a juzgar ni a desmerecer al campeón del mundo de este año, un Max Verstappen del que casi habría que decir que ha tardado demasiado en ganar el campeonato, dado el enorme nivel de talento que atesora. Pero todo llega cuando tiene que llegar, cuando se cuenta con un buen coche y la madurez necesaria. Del mismo modo, no vamos a entrar a valorar si lo merecía más Lewis Hamilton, o si le arrebataron el octavo campeonato por cuestiones espúreas. No encontrarán aquí atisbo de animadversión u odio hacia ninguno de ellos: en nuestros días, se odia por encima de nuestras posibilidades movidos por convicciones personales de dudosa justificación. Aclarado esto, si quieren, pueden seguir leyendo.
No son demasiadas las películas sobre automovilismo que sean decentes. Curiosamente, en todas -o casi todas ellas- el final de la película es el producto del sueño más estrafalario de un guionista: una carrera o campeonato legendario que se decide en el último momento, a ser posible en la recta de meta, con los pilotos revolucionando los motores al reducir marchas para ir más rápido -ese absurdo truco visual que no se corresponde con la realidad- y cruzando la meta separados por el tamaño de apenas una hormiga entre sus coches, dando el triunfo al héroe de la película, lo que reconforta las expectativas del espectador.
Así, cuando uno mira este año con cierta distancia, y especialmente la última carrera, es difícil no pensar en que sea el resultado de una producción cinematográfica. Uno casi puede ver a Michael Masi en la sala de dirección de carrera de Abu Dhabi, ya con el coche de seguridad en pista en los últimos giros y tras haber dado la orden de que los doblados no podrían desdoblarse, dándose cuenta de inmediato que podría cumplir el sueño de todo niño apasionado de las carreras: crear un final épico y legendario. Pero falso. Y entonces saltarse flagrantemente el reglamento para permitir que ocurriese.
Un final falso como un decorado de cartón piedra. Esa es la sensación que arroja la última vuelta de la temporada 2021. Estaba prefabricada y en nada se parecía, por ejemplo, al maravilloso final del campeonato de 2008, que se produjo de manera espontánea y puramente deportiva. Estaba predestinado también el resultado, puesto que en el momento en que Max Verstappen se colocó detrás de Lewis Hamilton, cualquier aficionado medio sabía el desenlace, por muy explosivo que fuera: con neumáticos nuevos -y blandos, además- frente a unos neumáticos duros usados, el Mercedes era una víctima sin defensa posible, que aún resistió algo.
Porque Max iba a pasar, incluso aunque no hubiera tenido neumáticos nuevos. Sabemos que habría lanzado el coche, en esa maniobra que se ha convertido en marca de la casa en la que, sencillamente, lanza el monoplaza al hueco aunque sea desde muy lejos y provoque el desplazamiento del rival, que se ve fuertemente estrangulado hasta, a veces, tener que evitar el choque. Ojo, no es el único que la hace -o ha hecho-, pero sí que es el que más recurrentemente hace uso de una maniobra que se encuentra en la frontera de la legalidad. A veces recuerda a la que hizo Jacques Villeneuve en el Gran Premio de Europa de 1997, lanzándose sobre Michael Schumacher, que chocó voluntariamente contra él. Las telemetrías indican que Jacques, sin el toque, jamás hubiera hecho la curva, lo cual no quita lo reprobable de la acción de Schumacher.
¿Hubiera hecho lo mismo Hamilton, es decir, chocar? No, en esta ocasión era el que más tenía que perder. Ya se vio en el penúltimo Gran Premio en algunas maniobras, y por dos veces en Abu Dhabi evitó el contacto. Ninguno de los dos lo quería, pese a que durante la temporada ha habido quizás demasiados encuentros físicos entre ambos. El problema, en todo caso, era, es y será la artificiosidad de esa última vuelta, creada sólo mediante la violación del reglamento deportivo, y sólo con el fin de crear el esperado y cinematográfico duelo entre los dos contendientes.
Por supuesto, acabar un mundial tan intenso en régimen de coche de seguridad hubiera sido altamente anticlimático y poco teatral. Así que a Michael Masi -¿o quizás fue la FOM, o Liberty, o la FIA la que sugirieron este final?- tan sólo le faltó ordenar que bajasen la luz en el circuito y pusieran por megafonía a todo volumen una música de tintes épicos aunque fuese vacía -nos vale para esto el himno actual de la F1-. Más dramático, imposible. Pero se dejó mucho más drama por el camino, perjudicando a otros pilotos.
¿Por qué no dejó que el tercer y cuarto clasificado, por ejemplo, se acercasen a los líderes? Imagínense: la curva 5, donde Max atacó por el campeonato del mundo a Lewis, yéndose ambos algo abiertos, y que de repente en su interior hubiera aparecido un Ferrari, un convidado de piedra molesto que hubiera robado protagonismo y drama a la escena. Imaginen a Carlos Sainz, que persigue aún su primer triunfo en F1, luchando con los dos aspirantes al título por ganar, y arriesgando todo por esa victoria al no tener nada que perder. Si incluimos al japonés Yuki Tsunoda en la ecuación, los fuegos artificiales podrían haber sido más propios de las festividades falleras de Valencia.
Pero hubiera sido molesto. La gente quería un Pete Aron contra Scott Stoddard –Grand Prix-, un Michael Delaney contra Erich Stahler –Le Mans, aunque estos era por el segundo lugar-, un Cole Trickle contra Russ Wheeler –Días de Trueno-, un Jimmy Bly contra Beau Brandenburg –Driven- con la intercesión de Joe Tanto -¿Sergio Pérez, eres tú?-, y un largo etcétera. Pero si lo pensamos fríamente, esa última vuelta del Gran Premio de Abu Dhabi, conforme más se visiona, más pierde la brutal carga de adrenalina que produjo en el momento del directo.
La Fórmula 1 ha tenido, tiene y tendrá momentos de gran emoción sin artificios de este tipo. Hemos visto varios mundiales jugarse en la última carrera y en la última vuelta. Hemos visto choques entre los contendientes. Hemos visto abandonos dramáticos, como el de Nigel Mansell en Australia 86. Hemos vivido gestos de honor entre compañeros de equipo -ya saben, Collins cediendo el coche a Fangio para que ganase su cuarto mundial-. Y lo hemos visto siendo real. Sin intervención más que del destino. De los propios actos humanos de los protagonistas del deporte que nos apasiona aunque se corra en un circuito tan anodino como Sochi. Italia ’56, Fuji ’76, Japón ’88, Adelaida ’94, Jerez’97, Brasil en 2007, 2008 y 2012, fueron reales. Fueron épicos.
Pero en esa tarde de Abu Dhabi, simplemente se consumó el final que se venía gestando durante el año. Desde Bahréin y esa victoria ‘in extremis’ de Hamilton por el adelantamiento por fuera de la pista de Verstappen, pasando por los encuentros en pista de ambos -Imola, Montmeló-, los choques -Silverstone, Monza-, las decisiones polémicas de la FIA y las declaraciones de los protagonistas, especialmente de los jefes de equipo. Si lo miramos con perspectiva, y desde esa última vuelta del campeonato, todo parece guionizado y encaminado a ese momento. El GP de Abu Dhabi iba a ser, tenía que ser, el más grande espectáculo de motor visto sobre la faz de la Tierra, y así se vendió a base de promociones y calentamientos previos: tenía todos los espectadores del planeta con los ojos puestos en la F1.
Y la F1, a través de Michael Masi –o quien lo indujese-, falló. Decidió actuar no por el deporte, sino por el mero espectáculo. Sin más. Y no, no se trata de preferir a un piloto o equipo sobre otro. Al menos, no en estas líneas. Piensen en su piloto o equipo favorito en la posición de Hamilton ese domingo, y en que se adopte la misma decisión: ¿qué pensarían? Ya no entramos a valorar con objetividad la terrible infracción reglamentaria del propio director de carrera, la más decisiva de un año lamentable. Esa es la vara de medir de lo que ocurrió en esa última vuelta. Se destruyó -se había venido destruyendo todo el año- el deporte, y se promocionó el espectáculo más dramático posible, al más puro estilo ‘yanqui’ –de nada, Liberty Media-, aunque fuese de cartón piedra.
Fue un final ‘made in Hollywood’, pero no un final que cumpliese con la decencia deportiva que uno de los deportes más antiguos y admirados del planeta merece. Llámenme iluso o inocente, pero la FIA debe reflexionar y no permitir nunca más esto. Los aficionados no lo merecen. Los pilotos, que se juegan el pellejo por nuestra diversión, no lo merecen. Merecemos claridad y decisiones estables. Merecemos ver cómo gana el mejor. Este año, Max Verstappen lo fue en pista, como también lo fue Lewis Hamilton. Y ganó, seguramente, quien más lo merecía. Pero no merecía que se viese enmarcado por una decisión tan lamentable e injustificada. Todo sea por el «show business».