Virutas F1La geopolítica del asfalto
Perdemos la perspectiva. Vemos acelerones, derrapadas, frenazos, piñas espantosas, duchas de champán del bueno y helicópteros sobrevolando el teatro de operaciones, pero no vemos lo que lo mueve todo: el dinero… y la política. Y es que son siempre decisiones extradeportivas las que rigen los destinos de nuestro deporte favorito, y no los resultados sobre el asfalto.
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Publicado: 28/05/2019 17:30
La Fórmula 1 se hizo tan grande que tras Juegos Olímpicos y Mundial de Fútbol, es el deporte más seguido con esos casi 400 millones de telemirones únicos que sacan a pasear los publiciteros cuando salen de pesca. Y es que esa pesca pasó hace ya tiempo de río a pesca de altura. Bernie Ecclestone pilló a una banda de desarrapados, de mecánicos que se quedaban poco menos que en gayumbos y chancletas si hacía calor en algún circuito de por ahí, para pasearlos en jets privados que surcaban los aires para hacer sentir a los capos de los equipos como dioses griegos.
Pasaron de ir toda la escudería en una fregoneta a hacerlo en vuelos chárter con medio Airbus para cada una de las dos formaciones que pagan la factura. La Fórmula 1 no solo se convirtió en global, sino que acabó pasando a ser un producto de merchandising en sí mismo, en un elemento de marketing y televenta. El espectador medio va un circuito y se pilla una gorra de Ayrton Senna, pero los clientes de la F1, los de la competición en sí, se compran una carrera.
¿Y quien compra una carrera hoy día? Los primeros presuntos implicados tienden a ser los que venden coches y esos tienen ahora una calandraca que para ellos se queda. Lo del lío medioambiental, que si el Dieselgate, la llegada del coche eléctrico y les llega una muy previsible guerra por la supervivencia a cuenta de que la gente joven ya no quiere coches y tienen que inventar. Por todo ello eso de soltar pasta por ver una prueba en su jardín sea el último folio de una bandeja de cosas pendientes donde lo perentorio cubre una mesa repleta de problemas, y esto de la F1 no lo es.
El taco de billetes que hay que endiñarle es tan abultado que hace mucho que los promotores privados dejaron de apoquinar lo necesario y son desde hace mucho los gobiernos, de orden regional o nacional, los que se retratan para que la Fórmula 1 cobre en vida en su jardín. Hay tres tipos de clientes. Los clásicos, los de siempre, aquellos destinos de toda la vida donde hay tradición y una afición madura, conocedora, y que rara vez falla. Hablamos de Inglaterra, Alemania, Bélgica, Italia o España, o sea, el Viejo Continente. La afluencia de público y éxito deportivo-mediático es el previsible, pero los de esta tipología se topan con dos problemas crecientes.
Uno, las clases medias están dando zancadas, pero hacia atrás. El precio de las entradas es alto, los gastos de asistencia son cada vez más complicados de asumir, el producto que se les ofrece comienza a agotarse en su imaginario personal, las opciones de ocio se multiplican y la atención se disipa. A todo esto hay que añadir el déficit creciente entre unas nuevas generaciones, los millennials o la nueva, la llamada Generación T (de touch, tocar) Éstos no quieren coches; quieren chismes de satisfacción instantánea, están tiesos y quieren participar. Ver las carreras les da bastante igual; lo que quieren es un selfie con Alonso, subirse a los simuladores, pasar al pit-lane o mejor aún, a boxes, y que les cueste 20 euros pero si es gratis mejor aún. De forma paralela a las bien pensantes sociedades del bienestar, con apreturas dinerarias, les cuesta cada vez más trabajo justificar la veintena de millones a soltar cada año “para esa empresa de ricos que viene un jueves y se pira el domingo con el bolsillo lleno”. El democrático contribuyente asume mal esto y de un tiempo a esta parte las iniciativas reciben mucha respuesta adversa del… electorado.
El segundo tipo de país que se compra una carrera es el que carece de imagen internacional y quiere ponerse en el mapa. Estos suelen ser los nuevos ricos del mundo y han de mostrarlo de alguna manera. Azerbaiyán, Bahréin, Marruecos, Corea, India o Turquía entran en este saco, algunos con más fortuna que otros. Su dinero les suele llegar de un crecimiento interno de corte expansivo, por riqueza natural, o porque a base de trabajo y esfuerzo se han aupado a la primera división de las sociedades mundiales. Quieren ser protagonistas visualmente, atraer miradas de diversos tipos, y se arrojan a los brazos de la F1 en base a salir en los papeles y entrar en la historia global para crecer aún más. Con frecuencia suelen estar situados en ignotos lugares, de esos que hay que buscar en Google Maps para localizar dónde puñetas están. Su tradición automovilística suele ser poca o ninguna, su aficionariado con frecuencia no sabe ni qué es esto de la F1, y las taquillas tienden a ser exiguas pero papá estado pone lo que haga falta mientras les salga cuenta.
El tercer fenotipo del comprador de gepés es aquel país que sin ser malo, necesita lavarse la cara, refrescar la que tiene o hacer olvidar un pasado grisáceo. ¿Ejemplos? Rusia, Croacia, Vietnam, China, Sudáfrica o Arabia Saudí. No, noooo, que no son malos sitios, que no, pero por cuestiones históricas no gozan de las simpatías de todo un planeta con el que tienen que negociar, vender sus productos, abrirse al turismo sin ser un sitio particularmente obvio como destino o para restañar heridas tras conflictos. El país de Putin es el ejemplo perfecto. Con un pasado comunista, siendo ‘los malos’ del planeta durante décadas, directores del telón de acero y sus países satélites y con el deseo nada oculto de Vladimir Putin de lavarle la cara a su jardín, se ha puesto manos a la obra.
"Que llegase a un acuerdo con Bernie Ecclestone con himno y pompa por medio era sólo una cuestión de tiempo"
Hay Rusias Todays de diverso tipo, canales de televisión, webs ruskys a mayor gloria del nuevo zar y todas ellas apoyadas de forma ilimitada. Que llegase a un acuerdo con Bernie Ecclestone con himno y pompa por medio era sólo una cuestión de tiempo. Así nos olvidamos de los conflictos de Chechenia, Ucrania, aquello de Chernobyl y hasta casi nos parece una democracia homologable a estándares europeos. La jugada es redonda cual Pirelli Rojo en un país que tiene un PIB similar al de España, pero con el triple de habitantes y una renta per cápita de más o menos la mitad.
¿Y dónde nos conduce todo esto? A que a pesar de lo que parezca, el mundo está mejor repartido que hace un par de décadas, hay otros equilibrios, la competición entre mercados internacionales tiene más actores, y aparecen nuevos a cada poco. El canon anual de un gepé cuesta de promedio 20-30 millones de euros y esto para un gobierno es calderilla si con ello recaudan algo que necesiten. Si el alma de la Fórmula 1 es europea, su cuerpo ya no tanto. El porcentaje de los valores que corren en las bolsas europeas era del 19% mundial hace veinte años; hoy es del 9%. La F1 irá a donde se haya ido ese dinero, y más aún desde que el negocio lo conducen norteamericanos.
Los yankees no tienen prejuicios, no tienen demasiado aprecio por una historia a la que respetan pero saben que no cotiza al final de la cuenta de resultados. Los yankees carecen de costumbres porque proceden de un país tan joven que Mickey Mouse forma parte casi de su prehistoria, y esto les lleva a ser pragmáticos sin mirar hacia atrás, porque no tienen apenas un atrás al que mirar. Liberty pierde dinero desde el primer día, parece que se han cansado de soltar billetitos sin recibir, y andan subiendo las tarifas. “¿Que los circuitos palman pasta de forma sistémica al albergar carreras? Pues que busquen el beneficio en otra parte, pero nuestra factura tendrá que ser más gorda”. Así llegarán destinos como Vietnam, Arabia Saudí, Países Bajos, Marruecos o Sudáfrica… pagarán más, y fin de la historia (para el que no llegue a esos precios).
Siempre ha sido así, pero ahora un poco más, con otra variedad de sabores y con la mirada puesta en un calendario de 25 o puede que incluso más carreras. No, el Mundial de Fórmula 1 no degenera, muta. No perderá su sentido, pero moldeará su figura hacia una nueva realidad socioeconómica con todo lo que ello conlleva, se adapta a una situación distinta a la vista hasta ahora. Esto traerá otras cosas. Veremos pilotos procedentes de sitios exóticos que animen a sus países de origen, más duplicidad de carreras en la misma demarcación geográfica si el mercado lo permite, con países tendentes a abarrotar circuitos si están muy poblados y sus corredores locales tienen éxito al volante (con vimos con Alonso en España y Schumacher en Alemania, pero en Asia y EEUU). El núcleo fuerte de los aficionados es Europa, pero el dinero está repartido por ahí fuera, así que veremos muchas carreras a deshoras a medio plazo.
"Cada vez veremos más circuitos urbanos: se pueden montar en una ciudad que se puede promocionar en todo el mundo"
En la Fórmula 1 no hay dos campeonatos sino tres: el de piloto, el de escuderías, y el de circuitos. Todo aquel que haga mal su pretemporada se quedará fuera del calendario y ello pasa exclusivamente por preparar el taco de billetes necesario. Añade picante el tener un buen circuito, un entorno favorecedor con una infraestructura hotelera, y algo de tradición o afición, pero no es la clave. De ahí que cada vez vayamos a ver más circuitos urbanos: se pueden montar en una ciudad que se puede promocionar en todo el mundo y ya tienes allí mismo al público sin desplazamientos. Al hacerlo te ahorras los dos millones de metros cuadrados y los fácilmente 100 millones de euros que cuesta un circuito moderno sin demasiadas pretensiones (que puede irse al triple) En el trazado urbano cuando cae la bandera empiezas a recoger los bártulos y tu ciudad seguirá siendo la misma una semana después. Será una carrera Low Cost, dentro de lo Low Cost que puedes ser una carrera de Fórmula 1… rendimiento máximo a coste mínimo.
Así que un nutrido grupo de políticos, empresarios, promotores e impulsores de esta historia están reunidos en una mesa como si estuvieran jugando una partida de póker, igual que el cuadro aquel de los perros. Uno dice, “hey, ¿y la historia, tradición y horarios adecuados?”. Otro, en mangas de camisa, chaleco, con una visera de contable a la antigua y unos manguitos saca una caja registradora y dice “¿quién los necesita? Esa gente ya tiene la tele, la mayoría ve las carreras por ahí”. Y llevará su parte de razón. Esto será así hasta que podamos comprar entradas virtuales y seamos capaces de disfrutar de esto de manera remota desde casa. Para entonces ya dará igual donde se corra.