El otro Zolder de Gilles Villeneuve: GP de Bélgica de Fórmula 1 de 1979
Hay algunos circuitos que quedan marcados por momentos deportivos cuya trascendencia excede los parámetros de lo ordinario. Puede que se produzca por carreras legendarias, por duelos épicos o momentos traumáticos. Zolder, ubicado al noreste de Bruselas, es uno de ellos.
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Publicado: 08/05/2021 10:30
Porque si se piensa en Zolder, viene a la memoria aquél fatídico sábado 8 de mayo de 1982 en el que el deporte perdió a una de sus más rutilantes estrellas: Gilles Villeneuve. Pero el circuito belga, que albergó nueve Grandes Premios, tiene también otro momento con el piloto canadiense al que quedaría para siempre ligado. Fue tres años antes, y aunque queda oculto en la nebulosa de la historia de las carreras, merece recordarlo para no sólo asociar a Zolder y Gilles a la tragedia, sino a una de las carreras más impresionantes que se recuerdan.
La temporada de 1979 de Fórmula 1 no había empezado bien para los Ferrari, que usaron los 312T3 de 1978 en los dos primeros Grandes Premios, logrando sólo puntuar en el de Brasil. Sin embargo, la llegada del moderno 312T4 para el tercer Gran Premio, el de Sudáfrica en el circuito de Kyalami, supuso un soplo de aire fresco para los de Maranello. Y especialmente para uno de sus pilotos, Gilles Villeneuve, que venció consecutivamente en el continente africano y en el Gran Premio de Estados Unidos Oeste, en Long Beach, colocándose líder del mundial.
La lluvia marcó la jornada del viernes
Sin embargo, España no fue especialmente positiva, con Scheckter en cuarto lugar y Villeneuve séptimo en meta. Pero conservaba el liderato, empatado a puntos con Patrick Depailler y su Ligier. De modo que la carrera del 13 de mayo, la de Bélgica, podría ser una oportunidad para recuperar la senda de los buenos resultados. La Scuderia había puesto a disposición de Scheckter un chasis nuevo, el 040, mientras a Gilles le entregaban el 039, usado por el sudafricano en el Jarama.
El viernes, un diluvio asoló la zona del circuito. Al principio, pocos pilotos se atrevían a salir. Salvo uno. El sonido de un motor Ferrari de 12 cilindros plano se hizo dueño y señor del espacio aéreo de Zolder, y un piloto ocupó el circuito. Gilles Villeneuve desplegó su talento natural por las inundadas curvas del revirado trazado belga, haciendo las delicias del público congregado, mientras los demás pilotos esperaban a que mejorasen las condiciones. Lo cierto es que el canadiense tenía poco que obtener con esas vueltas, pues el resto del fin de semana se preveía en seco, pero para él no tenía sentido poder rodar y no hacerlo. Probarse. Y dar espectáculo.
Vuelta a vuelta mejoraba sus registros, hasta que dejó de llover, pero sin secarse la pista. Su 1’24’06 le daba la pole provisional, con Jean-Pierre Jabouille en el Renault en segundo lugar a casi medio segundo de distancia. Gilles había marcado la diferencia, pero el sábado el tiempo era totalmente seco. De modo que los tiempos mejoraron, y los Ferrari, equipados con neumáticos Michelin, padecieron por el poco rendimiento a una vuelta de esas gomas frente a los Goodyear de otros equipos punteros. Además, Villeneuve había decidido probar con el chasis muleto, el 038, para comparar puesta a punto. Y de hecho, se encontró cómodo, pero no lo suficiente como para optar a la pole.
Jacques Laffite partía de la pole
Con un mejor tiempo de 1’22’’08, el canadiense partía en sexto lugar, en tercera fila, justo delante de su compañero de equipo. Pero lejos de la pole, lograda por Jacques Laffite, al que acompañaba su compañero y colíder Depailler en segunda posición, cerrando una primera línea de Ligier muy prometedora. La carrera podría ser otra historia, y la manejabilidad del Ferrari junto al buen rendimiento del neumático radial de Michelin, podía dar a los italianos una posibilidad en las 70 vueltas, ya que a una aislada era imposible. De hecho, Scheckter aún tenía que ganar con Ferrari, siendo el oficioso número 1 del equipo, fichado por su mayor experiencia frente a un Villeneuve que estaba sólo en su segunda temporada completa en Fórmula 1.
El domingo el sol brillaba en todo su esplendor en Bélgica, calentando el ambiente y el asfalto del circuito, listo para la salida a las 15 horas. Gilles Villeneuve había decidido volver al chasis 039, menos usado, para la carrera. Con 75000 personas en la grada, la carrera estaba abierta. Tanto que Laffite perdió la posición con Depailler, que estaba decidido a afirmar su candidatura al título mundial. Al paso por meta, era líder delante de Alan Jones en el Williams, de Nelson Piquet en el Brabham, Laffite, Mario Andretti en el Lotus, Clay Regazzoni en el otro Williams, y tras él, los dos Ferrari de Scheckter y Villeneuve, que no habían tenido la mejor de las salidas, pero estaban dispuestos a empezar a remontar.
Así, llegando a la chicane de la recta posterior a los boxes, Scheckter ya había pasado al piloto suizo, pero éste intentó mantener la posición. El sudafricano cerró la puerta y se tocaron, pudiendo el Ferrari seguir sin problemas, mientras que el Williams veía frenado su impulso. Justo detrás, llegaba Gilles Villeneuve, pegado a Regazzoni, y no pudo evitar el impacto trasero y despegar. Despegar en Zolder, tres años antes. Destrozó la parte delantera de su monoplaza. Regazzoni abandonaba en el acto, dejando el Williams a un lado de la pista, mientras Gilles se dirigía –una vez más- a boxes. Dispuesto a seguir la carrera.
Villeneuve comenzó a hacer una obra de arte del pilotaje
Mauro Forghieri lo vio llegar y no podía creerlo –y no lo creería otras muchas veces en los años venideros-. Los mecánicos se pusieron manos a la obra y cambiaron con mucho trabajo el frontal del 312T4. Gilles estaba a punto de ser doblado por Depailler cuando salió de boxes, en vigésimotercera y última posición, con sólo la corta recta de Zolder como ventaja. Obviamente, la carrera estaba terminada, con los líderes del campeonato en primera y última posición. Pero era Gilles Villeneuve, y lo que comenzó a hacer fue una obra de arte del pilotaje.
Lanzado, sin nada que perder y mucho que ganar, con tanto espectáculo que dar, encendiendo a la grada en cada paso por meta, en cada curva, el canadiense era el más rápido de la pista. Más que cualquiera, incluyendo a los líderes. Mientras tanto, Scheckter seguía con su remontada, y había ascendido al cuarto lugar, mientras que su compañero todavía no llegaba ni siquiera a la cola de los últimos. Tampoco cuando Carlos Reutemman tuvo que entrar en boxes con un neumático destrozado en la vuelta 11, fue capaz de alcanzarlo antes de que volviese a pista. Así de lejos estaba Villeneuve. Pero era un hombre en una misión, y seguía rodando imperturbablemente rápido.
Llegaron problemas para otros competidores, como el recurrente turbo en el Renault de Jabouille. No sería hasta la vuelta 17 que el canadiense llegó a su predecesor, el Shadow de Jan Lammers, y lo adelantó. El piloto de Ferrari, pese a lo revirado del trazado y sus pocas y cortas rectas, no permitía verse perturbado en su ritmo. Lanzaba el Ferrari y pasaba, más rápido que nadie. Llegaban otros problemas, errores de pilotaje, y Villeneuve subía con paso firme por la clasificación. ¿Podía llegar a la cabeza de carrera?
Porque además, en el liderato, las cosas no eran plácidas. Jones, Depailler, Laffite y Scheckter –que se iba aproximando- se peleaban por la carrera, haciendo su ritmo algo más lento, mientras de manera sorprendente, Gilles apenas perdía tiempo en los adelantamientos, recortando del orden de dos segundos por vuelta. Hasta que en la vuelta 38 llegó a la espalda de Riccardo Patrese, a los mandos de un Arrows. El italiano empezó a desplegar un pilotaje defensivo duro, cerrando puertas en el último momento, provocando cambios de trazada en el Ferrari. Era la lucha por la octava posición, que poco a poco se transformó en la lucha por la cuarta, con los abandonos de Hunt, Jones o Depailler. Algunos periodistas se quejaron, pero Gilles no hacía ni un solo gesto: eso eran también las carreras, tenía que encontrar la forma de pasarlo. Lo hizo diez vueltas después, con una frenada valiente que el italiano ya no pudo evitar.
Pocas vueltas después, Jody Scheckter adelantaba a Jacques Laffite y se ponía líder de la carrera, mientras Villeneuve se lanzaba desaforadamente a por Didier Pironi, para llegar al tercer puesto. A falta de nueve vueltas, el Tyrrell fue presa fácil para el Ferrari. La distancia con Laffite era de 20 segundos. Era imposible llegar. Cualquiera hubiera aceptado y celebrado como una gran victoria ese tercer puesto, que le hubiera hecho mantenerse en el liderato del campeonato. Pero eso sería desconocer las fuerzas que movían al canadiense.
Villeneuve atacaba a Ligier a falta de solo 5 vueltas
En cuatro vueltas, con sólo cinco para acabar, la distancia se había reducido a sólo diez segundos. Villeneuve podía llegar al Ligier. Aquella velocidad no se podía frenar, en un magnífico ritual al que empezaba a acostumbrar el pequeño canadiense. Si llegaba a ese segundo lugar, no sólo daría un doblete a su equipo, sino que seguiría siendo líder en solitario, marcando el terreno a Jody. En esa caza, en la vuelta 63, hizo la vuelta rápida y registró el nuevo récord del circuito, con un 1’23’’09. El público estaba expectante.
Al iniciarse la última vuelta, Jacques Laffite tenía un Ferrari cerca. Uno que no tenía intención de quedarse allí, y que seguía apretando. El binomio francés estaba vencido, pero ocurrió un milagro, o una desgracia, dependiendo del lado desde el que se mire. Al poco de iniciada la vuelta, el motor del Ferrari rateó y perdió empuje. Se iba quedando atrás, para asombro de Laffite, que vio desaparecer la mancha roja que se había empezado a vislumbrar. A mitad de vuelta, Gilles Villeneuve se había quedado sin gasolina, teniendo que abandonar y volver a pie a boxes, mientras Jody Scheckter lograba su primera victoria con Ferrari y se encaramaba a un liderato que ya no abandonaría en todo el año.
Por el contrario, para Gilles fue el momento del cambio de tendencia, encadenando una serie de malos resultados que le separarían del mundial. Sin embargo, lo hizo en una carrera que concentró el magnífico estilo del canadiense. Y que era un reflejo casi exacto de la que protagonizó uno de los más grandes pilotos de todos los tiempos: Jim Clark en Monza, en 1967, recuperando desde la última posición para ponerse líder y acabar tercero por quedarse sin gasolina en la última vuelta. Gilles Villeneuve acabó séptimo, sin ni siquiera lograr puntos. Pero Mauro Forghieri se lo dijo a la prensa: «Si esta carrera la hubiera hecho Jim Clark todos estaríais exultantes. Al menos podrías aplaudir a Villeneuve».
De modo que quizás exista otro Zolder en el universo Villeneuve, y sea este. Ese en el que dominó desde el viernes bajo la lluvia al domingo con un pilotaje muy por encima del nivel de toda la parrilla, con una superioridad estéril en resultados, pero demoledora en cuanto a talento. Quizás el otro Zolder podría diluirse.