El GP de Japón de 1990, un día de ira
Domingo 21 de octubre de 1990, circuito de Suzuka, en Japón. El decimoquinto Gran Premio de la temporada está a punto de comenzar, con Ayrton Senna y Alain Prost disputándose el campeonato del mundo. Veinticinco pilotos están con su mirada puesta en el semáforo. Al encenderse las luces verdes, 800 metros y 9’2 segundos contemplaron el estallido del Día de la Ira.
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Publicado: 21/10/2021 17:30
El inicio del conflicto
Pero hay que volver atrás por un instante, antes de llegar al punto posiblemente más bajo de la historia del automovilismo. Que Ayrton Senna y Alain Prost habían desarrollado una rivalidad enfermiza era algo que sabía todo el paddock de la Fórmula 1. La primera chispa de ello, también bien conocida, fue en el Gran Premio de Portugal, en Estoril, el 25 de septiembre de 1988, cuando al final de la primera vuelta, Alain Prost se salió del rebufo de Ayrton Senna, tomando la parte interior de la pista para adelantarle. Pero entonces, Senna comenzó a estrangular a su compañero contra el muro de boxes. Un golpe de volante. Otro. Las pizarras del muro levantadas en el último momento. Prost aguantando con el pedal a fondo, y pasando pese al peligro, para lograr el triunfo. «Estaba muy cerca del muro, y no podía hacer nada en ese momento. Si hubiera levantado, seguramente me hubiera tocado con la rueda trasera de Senna, o algo así. Si nos hubiéramos tocado a esa velocidad, hubiera sido como un accidente aéreo, y teníamos a toda la parrilla cerca tras nosotros. Si Ayrton quiere el campeonato de esta forma, que lo tenga», declaraba el francés. Era la primera señal.
El estallido, por supuesto, es también célebre. El Gran Premio de San Marino en Imola, en 1989, un soleado domingo 23 de abril. Allí, tras la bandera roja tras la primera salida y el pacto de no agresión entre ambos pilotos, Senna consideró que la segunda era una nueva salida en la que el pacto ya no era aplicable, que la primera curva no era Tamburello sino Tosa, y que nada importaba más que la victoria. Pasó a Prost limpiamente, se alejó, y venció. El francés se sintió traicionado, y pese a tener que tratar de mantener el equilibrio en el seno de McLaren, el propio equipo dirigido por Ron Dennis era consciente de que Senna había ido demasiado lejos. Prost aireaba la reunión interna: «En la reunión con Ron yo no hablé, solo escuché. Le pidió a Ayrton que si había un acuerdo, y sí, lo había, pero dijo que solo existía para la primera salida y no para la segunda. Pero lo más importante: ¡dijo que yo le había adelantado! Pasaron veinte minutos hasta que Ayrton aceptara lo que había sucedido. Era increíble.” Y la prensa se hacía eco, vía el periodista Jean-Louis Moncet, que “Alain contó que Ron estaba muy molesto y fue muy duro con Ayrton, le dijo que ‘si tienes un acuerdo, debes respetarlo’. Alain nos dijo que Senna estaba llorando».
McLaren estaba rota. En un lado estaba Prost. En el otro, Senna. Y llegó la primera consecuencia real de la rivalidad sanguínea entre ambos. Por supuesto, fue en el Gran Premio de Japón de ese año, el 22 de octubre, un día nublado. Prost había tomado el liderato de la prueba, con Senna siempre detrás, pero incapaz de superarle. El título estaba en juego. El brasileño necesitaba ganar, al francés le bastaba quedar delante de su compañero y rival. Y llegó la vuelta 47 de las 53 previstas. Ambos McLaren se acercaban a la chicane, cuando el nº 1 del brasileño se lanzó a un hueco apenas existente. El nº 2 lo vio por el retrovisor, y cerró la puerta, un poco tarde, quizás todavía a tiempo. El brasileño, con las ruedas tocando la hierba. El choque, inevitable. El grito ahogado recorrió Suzuka.
Prost se bajó del coche. Senna continuó empujado por los comisarios y tomando una vía de escapatoria, en vez de volver a la pista por el punto en que se había salido. Tras pasar por boxes para cambiar su alerón dañado, remontó y ganó. El campeonato del mundo todavía estaba en liza. O eso creía. Porque mientras él cruzaba la línea de meta, Prost había vuelto a los boxes con calma. Mientras tanto, Jean-Marie Balestre, presidente de la FIA, había tomado el reglamento: los comisarios descalificaron a Ayrton Senna por cortar la pista.
El brasileño no podía creerlo: «Considero que este resultado es provisional. Ahora la pelota está en la cancha de los abogados. Lo que he hecho está hecho correctamente. Gané este evento en la pista, pero no subí al podio para celebrar este éxito frente al público, mi club de fans más grande fuera de Brasil. Es una lástima para el deporte. En cuanto al accidente en sí, no tenía otra posibilidad de adelantar y alguien que no debía estar ahí, me cerró la puerta. Es todo. Si hubiera sido un piloto que no fuera Prost, me habría dejado pasar».
El francés, celebrando su tercer título, paladeó el momento, todos los sinsabores de ver cómo su equipo McLaren se había convertido en un lugar inhóspito para él: «No tenía que dejar pasar a Senna, simplemente porque era más rápido que él y no había suficiente espacio allí. Yo estaba en mi línea, él estaba detrás de mí. Aprovechar el hueco fue demasiado fácil. Con Dennis, por supuesto, no fue muy cálido. Pero ahora no me importa. Para mí, la temporada ha terminado. Las relaciones humanas ya no me interesan. Después de haber trabajado como lo hice para este equipo, ver el premio otorgado hoy apenas me da placer».
El Tribunal de Apelación no varió el resultado. Ayrton Senna estaba en Brasil digiriendo la cruda realidad, y Alain Prost, que había fichado por Ferrari, quizás agrandó un poco más la furia del brasileño con unas últimas declaraciones tiempo después: «Tomé una línea un poco más a la derecha, pero a la velocidad a la que estaba, no pude evitarlo. Ayrton estaba sufriendo detrás mío. Quería dejarlo acercarse un poco y luego acelerar de nuevo para romper su moral». En 1990, se iban a romper más cosas que la moral.
El GP de Japón de 1990 de Fórmula 1
Avancemos al miércoles 17 de octubre de 1990, en Suzuka. Ayrton Senna y Ron Dennis hablaron con los comisarios deportivos. Insistieron en cambiar el lugar de la ‘pole’. En 1988 y 1989, el brasileño había logrado el mejor tiempo, pero al estar colocada en la zona derecha de la pista, fuera de la trazada, quien salía segundo tenía mejor tracción y ventaja, lo que había supuesto que los dos años anteriores hubiera perdido la primera posición -para ser honestos, en 1988 debido a una nefasta salida del brasileño-. Los comisarios lo estudiaron, pero negaron la concesión del cambio.
Sin embargo, Senna también estaba preocupado. En las últimas carreras, el Ferrari 641/2 se estaba mostrando más rápido que su McLaren MP4/5B. Quedaban dos carreras, Japón y Australia, y llegaba con 9 puntos de ventaja -los puntos que entonces se otorgaban a la victoria-. Es decir, que si acababa delante de Prost, o el francés no terminaba, sería automáticamente campeón del mundo. El año estaba siendo duro competitivamente, pero también emocionalmente. Recientemente, el terrible accidente de Martin Donnelly en los entrenamientos del Gran Premio de España, en Jerez, justo la carrera anterior. Y tras esa carrera, el 12 de octubre, el accidente de helicóptero de Alessandro Nannini que acabó con su carrera en la Fórmula 1. Para mayor abundamiento, el viernes Jean Alesi tenía un fuerte accidente que hacía que no pudiera competir en el resto del fin de semana, pese a haberse clasificado.
Finalmente, Ayrton Senna refrendó el sábado su ‘pole’ nº 51, superando a Alain Prost por poco más de dos décimas. Senna volvió entonces a insistir a los comisarios en el cambio de la posición de la parrilla de salida, pero dirección de carrera era inflexible: no habría cambio de posición de la ‘pole position’. En la cabeza de Ayrton Senna, la alargada y siniestra mano de Jean-Marie Balestre estaba detrás de la decisión. Y entonces, algo en la mente ultracompetitiva del brasileño se quebró y dijo basta. Pero aún tendría que llegar el colofón final que acabaría por trastornar al campeón del mundo.
Domingo por la mañana, día de la carrera. Los pilotos y jefes de equipo se dirigieron a la reunión con el director de carrera, Roland Bruynseraede. Tras repasar protocolos y demás rutinas, se entró en la fase de valorar detalles. De manera curiosa, Nelson Piquet propuso discutir la situación en caso de salida de pista en la chicane y el posible corte de pista. La conversación fue la siguiente:
- Bruynseraede: «La carrera tendrá 53 vueltas. Cualquiera que se salte la chicane tendrá que volver atrás y seguir la línea correcta».
- Nelson Piquet: «Lo más seguro es que si te saltas la chicane, los comisarios te paren. ¿Correcto? Si no hay tráfico, que te dejen seguir. Si tienes que girar y volver en contra dirección contra otro coche, es peligroso, porque si otro coche se acerca y también se la salta, chocará contra ti».
- Bruynseraede: «Ok. ¿Todo el mundo lo siente de la misma forma?»
- Pilotos: «Sí».
Ayrton Senna contemplaba la escena atónito, y no pudo sino estallar:
«Devolvedme el título de 1989. Esa chicane me costó demasiado. No puedo… no puedo soportarlo. Esto es una broma. Después de lo que pasó el año pasado, esta situación es una broma. Lo acabáis de probar aquí. No he dicho nada y alguien ha sacado el tema y todos han estado de acuerdo. Y el año pasado fue nefasto para mí».
Senna abandonó la sala furibundo. Ron Dennis, que estaba presente, añadió: «Si puedes abrir la escapatoria, también puedes cambiar el lado de la pole». Pero Bruynseraede se mantuvo impasible: «De ninguna manera. Hace tres años que la pole está en la derecha y seguirá en la derecha». La última carga de profundidad acababa de ser colocada en la mente de Ayrton Senna da Silva. A partir de ese momento, lo que ocurrió queda como la acción más brutal y premeditada de la historia del automovilismo. Algo que Senna tuvo tiempo de pensar, de analizar y de decidir. Y que se dispuso a ejecutar.
La ejecución del plan
El semáforo pasó a verde. Como era de esperar, Alain Prost arrancó mejor y tomó enseguida el liderato, dirigiéndose a la primera curva netamente por delante de Ayrton Senna. Ochocientos metros hasta ese punto, fueron 9’2 segundos hasta que ocurrió algo que inicialmente pareció un incidente de carrera, pero que no lo era. Prost levantó el pie del acelerador y frenó ligeramente para tomar la rápida curva de derechas. Giró el volante. Pero de repente, un golpe le impidió tomar la trayectoria que tenía ganada hacía muchos metros atrás. El McLaren de Ayrton Senna acababa de impactar contra él, saltando incluso levemente sobre el piano interior, arrancando su alerón trasero de cuajo, ambos girando, entrando en la escapatoria y chocando contra las barreras. Todo, con otros 23 pilotos tras ellos.
Cuando el polvo se fue disipando, surgieron los dos pilotos milagrosamente ilesos. El Día de la Ira acababa de ser impecablemente ejecutado. Ayrton Senna se apresuró a preguntar a los comisarios de pista: «¿No paran la carrera?» La respuesta fue negativa. La carrera seguía. Si se hubiese detenido con bandera roja, tanto él como Prost hubieran podido volver a tomar la nueva salida, gracias al uso de los coches de reserva que por entonces se utilizaban. No era el caso. Ayrton Senna era bicampeón del mundo de Fórmula 1. Él y Prost volvieron casi juntos a boxes, sin hablarse, sin mirarse, sin tocarse.
Hubo testigos, como un fotógrafo, que dijo que mientras que Prost había levantado, el motor de Senna seguía sonando a toda potencia. La propia telemetría de Honda confirmaría este dato. Y Nelson Piquet, vencedor de la carrera, lo vio claro: «Senna simplemente condujo directo hacia la trasera de Prost, y eso es todo», pero se tomó como una muestra más de la animadversión con su compatriota. Porque rápidamente, pilotos como John Surtees, Alan Jones o James Hunt se posicionaron a favor del brasileño, considerando que había un hueco que había ganado. El culpable, de manera histriónica, se consideraba que era el propio Prost, que había vuelto a provocar la colisión. El francés, tras el choque, declaraba:
«El campeonato del mundo es deporte, no guerra. Lo que hizo hoy ha sido absolutamente repugnante. Creedme, estaba yendo a fondo hacia esa curva, en quinta marcha, y él me golpeó tan fuerte que me arrancó el alerón trasero. Aparte de cualquier otra cosa, de lo que él piense de mí, no puedo creer que arriesgara su propia seguridad en la primera vuelta de un Gran Premio y con toda la parrilla detrás de nosotros. Os lo he dicho antes, y lo repito: trata de presentarse a sí mismo ante el mundo como el hombre que no es. Carece absolutamente de valores. Hoy todos pudieron ver su verdadera naturaleza. Había dos formas de perder el campeonato, la buena, deportiva, aceptando la derrota, y la otra. Ganó su título de la manera más repugnante. Lamentablemente, ni yo ni Ferrari queremos aceptar este tipo de juego, Senna no tiene espíritu deportivo. Para él, la F1 es la guerra. Ganar o morir. Me recuerda bastante bien lo que está sucediendo ahora en algunos países islámicos. La muerte es un juego allí. Vio que había hecho una mejor salida y que tenía un mejor coche y que no tenía posibilidad de ganar, así que me sacó. No estoy preparado para luchar contra personas irresponsables que no tienen miedo a morir».
La respuesta de Senna no se hizo esperar, llena de revanchismo y de empañada por una innegable tonalidad de odio:
«Me importa un bledo lo que diga Prost. Es una gran satisfacción para mí, y dedico este campeonato a toda esa gente que luchó contra mí el año pasado. Me hirió mucho, pero para ellos esto es una demostración de quién es el verdadero campeón. Gané aquí el año pasado, y estuvo mal, muy mal quitármelo. Así que es muy gratificante hacer esto. Cuando volvía de la curva a los boxes, dejé atrás todo el peso y el estrés de 1990. ¿Prost me llama guerrero? No tengo lecciones que aprender de él, que ha gastado y sigue gastando su tiempo destruyendo a sus oponentes y compañeros. Ya en el 1989 perdí el título en condiciones muy frustrantes. Luego pasé por un invierno doloroso durante el cual pensé en renunciar a la competición. ¡Así habría logrado su objetivo! Hoy es él quien habla de dejar la F1. Siempre reacciona de esa manera cuando pierde. Pero, ¿habló de las victorias que no se merecía? De ello tampoco hizo comentarios sinceros. Está en su carácter. El trató de destruirme en el pasado en diferentes ocasiones pero no lo consiguió, y no lo conseguirá porque se quién soy y dónde quiero ir. Que haga lo que quiera. No me importa».
Ron Dennis no ayudaba a rebajar la tensión diciendo que «después de lo que ocurrió aquí el pasado año, se ha hecho un poco de justicia».La duda restaba en si Balestre haría algo. Pero el presidente del órgano federativo carecía de argumentos:
«Es un escándalo que un título de campeón del mundo se decida con semejante colisión, y dejo a cada uno que sea su propio juez sobre quién es el culpable. El año pasado, los comisarios descalificaron a Senna porque cortó la chicane. Esta vez, me dijeron por teléfono que no había elementos para poder sostener una descalificación de Senna».
Poco después, antes del Gran Premio de Australia, se produjo la famosa entrevista con Jackie Stewart, en la que Ayrton Senna defendía la necesidad de ir a por un hueco: «Sabía que estaba justo con él. No me quedé atrás. Estaba justo con él y cuando estaba detrás de él se movió hacia la línea interior yendo hacia la primera curva, sólo lo perseguí y luego abrió el hueco. Y conociéndome como él sabe, debe darse cuenta de que si había un hueco, iba a intentar adelantarlo».
Y por supuesto, con gesto serio, a veces con una sonrisa irónica, llegó la famosa declaración: «Encuentro increíble que me haga ese tipo de preguntas, Mr. Stewart, porque es muy experto y sabe mucho sobre carreras. Debería saber que ser un piloto de carreras implica estar bajo riesgo todo el tiempo, y que ser un piloto de carreras significa que estás compitiendo con otra gente. Y si ya no vas a por un hueco que existe, ya no eres piloto de carreras, porque estamos compitiendo, compitiendo para ganar. Y la principal motivación para todos nosotros es competir por la victoria. No es para llegar tercero, cuarto, quinto o sexto».
Al acabar la entrevista, Senna le dijo a Stewart que no volvería a concederle una entrevista jamás. El escocés había hurgado en la llaga, demasiado reciente. Removido la conciencia del piloto bicampeón del mundo. Pero mientras las declaraciones volaban cruzadas, un ambiente de tristeza de adueñaba del paddock. Los había que defendían a unos y a otros. Los había que, negando lo que sus ojos veían, consideraban que la persecución contra el brasileño era tan brutal que lo que había ocurrido era también culpa de Alain Prost –y no, el francés tampoco se había comportado como un inocente, jugando en el plano político, de prensa y de despachos, a su favor-. Los había que, en definitiva, eran incapaces de admitir que habían visto a los dos mejores pilotos de su generación, y de los más grandes de todos los tiempos, estar a punto de morir por la incontrolable ira de uno de ellos. Pronto contemplarían la realidad.
Japón 1991: La confesión
Fue un año después, en el mismo circuito de Suzuka, un 20 de octubre. Ayrton Senna acababa de ganar su tercer campeonato del mundo, cediendo la victoria a su compañero Gerhard Berger casi en la línea de meta. Alain Prost estaba hundido deportivamente, el día que declaraba que «nunca he conducido un coche tan malo. Competir en un Gran Premio en estas condiciones es muy difícil, no me sentía como un piloto de F1, porque un buen conductor de camión con grandes brazos podría haberlo hecho igual de bien». Y el 9 de octubre se había producido el fin de la era Balestre al frente de la FIA: en las elecciones, Max Mosley había derrocado al francés. Todo era favorable hacia Ayrton Senna, que quizás eufórico, embriagado por el curso de los acontecimientos, decidió contar lo ocurrido un año antes. Y fue una confesión demoledora, ante la atónita mirada de Berger, Patrese y de la prensa.
«Para mí, este campeonato ha sido fantástico, como el de 1988. Pero lo que pasó en el 89 fue una situación imperdonable. Todavía lucho por hacer frente a eso. Balestre fue terrible contra mí. Todos saben lo que pasó aquí con Prost. Me comporté correctamente cuando tuvimos este incidente en la chicane, ya que Prost se me echó encima y me tiró. La única forma de volver al trazado era seguir recto y gané. Pero "ellos" me excluyeron, fue una injusticia. Lo que pasó ese invierno fue una mierda, realmente una mierda. En 1990, cuando llegamos aquí a Suzuka, yo lideraba el campeonato, había conseguido la pole. Sin embargo, esta posición estaba en el lado equivocado de la pista. Balestre prohibió que se moviera. Más mierda. Balestre dio la orden de que no cambiásemos la pole position de derecha a izquierda. Hice lo correcto cuando chocamos en la primera curva. Prost se volvió para cortarme el paso y me echó. Balestre dio la orden de no cambiar. Fue difícil, pero conozco el sistema interno. Y esto es realmente una mierda. Me dije a mí mismo que ok, que intentas trabajar limpio y luego te ves jodido por gente estúpida. Así que me dije a mí mismo, y juro que es la jodida verdad, 100 por ciento de la verdad: ‘si el domingo al comienzo, porque estoy en la posición equivocada, Prost parte y me gana la posición, en la primera curva iré a por él. Y será mejor que no gire, porque no lo logrará’. Y simplemente sucedió, supongo. Solo desearía que no hubiera sucedido. Realmente deseaba haber tenido la salida, porque entonces podríamos haber seguido. Es increíble que tuviera que suceder. Él consiguió salir bien y estaba girando y lo golpeé. Ambos estábamos fuera y fue un final de campeonato de mierda. No fue bueno ni para mí ni para la Fórmula Uno. Fue el resultado de las decisiones equivocadas y la parcialidad de la gente de adentro que toma las decisiones. Gané el campeonato, ¿y qué?».
Berger le interrumpió para tratar de rebajar una declaración tan brutal, poniendo algo de humor –«no deberías decir todo eso, no sea que el año que viene vuelva Balestre»-, pero Ayrton Senna no cejó en su empeño de dejar claro al mundo que lo había hecho a propósito sin importarle nada más que el resultado, como venganza hacia muchas personas:
«No me importa. ¡No me importa! Creo que, por una vez, todos debemos decir lo que sentimos que está bien y lo que sentimos que está mal. Las jodidas reglas sobre lo que no puedes decirle a tu mente, que no puedes decir lo que estás pensando, que no puedes decir que alguien cometió un error, que alguien hizo algo mal. Y nadie pudo decir eso porque teníamos la mierda en el 89 y yo dije lo que pensaba y todos sabéis que era cierto que lo que pasó después fue un teatro. Fue una mierda lo que sucedió. ¿Por qué la gente dice que yo causé el accidente en 1990? Porque si eres jodido cada vez que intentas hacer tu trabajo de manera limpia y adecuada, por el sistema, por otras personas que se aprovechan de él, ¿qué debes hacer? ¿Quedarte atrás, quedarte atrás y decir: ‘Gracias. Si, gracias’? No. Deberías luchar por lo que crees que es correcto. Y realmente estaba luchando por algo que era correcto. Debido a que fui jodido el año anterior, fui jodido en el invierno, estuve jodido en el procedimiento de clasificación aquí cuando obtuve la pole y se suponía que la pole estaba en el lado bueno. Si hubiera sido así, habría tenido un mejor comienzo y no habría pasado nada porque habría tenido un mejor comienzo. Hubiera sido el primero sin ningún problema. Pero volvió a ser fruto de una decisión, una mala decisión, influenciada por Balestre. Yo sé eso. Lo sabemos desde abajo. Y todos sabemos por qué, y el resultado fue la primera curva. No era mi responsabilidad. Contribuí a ello, sí. Pero no era mi responsabilidad. Estaba decidido a llegar primero a la curva, y no estaba preparado para dejar que ese tipo doblara la curva frente a mí. Porque, si estaba lo suficientemente cerca para llegar a esa curva, él no podría girar frente a mí. Solo tenía que dejarme pasar. Se arriesgó. No funcionó porque fui a por él. No me importaba si nos estrellábamos. Fui a por ello. Se arriesgó y nos estrellamos. Giró y chocamos. Pero eso fue el resultado del 89. Eso fue el resultado de toda la mierda que ya os dije y ya lo sabéis. Fue construido, era inevitable, tenía que suceder. Estuvo mal. Fue malo para mí. Fue malo para todos».
El 24 de mayo de 1992, Hitoshi Ogawa trataba de adelantar a Andrew Gilbert-Scott en la vuelta 27 de la carrera de Fórmula 3000 japonesa en Suzuka, saliendo de su rebufo al llegar a la primera curva, pero impactando contra la trasera del monoplaza que le precedía, arrancándole el alerón trasero. El coche de Ogawa acabó alzando el vuelo al tocar la grava y chocó de forma seca contra los neumáticos, mientras Gilbert-Scott derrapaba y acababa volcando. Ogawa, con severas lesiones, falleció camino del hospital, mientras Gilbert-Scott, un cámara y dos fotógrafos resultaron heridos.
Lo que Ayrton Senna puso en práctica aquél 21 de octubre fue un acto premeditado, voluntario y que abandonó el ámbito deportivo para entrar prácticamente en la esfera del derecho penal. Y no necesitaba hacerlo por su enorme talento al volante, pero no le importó ni su vida ni la de nadie: cegado por su ira, por su derecho a vencer sobre todas las cosas, llevó todo demasiado lejos. Luego vendrían otros actos de otros pilotos, otras maniobras poco decorosas y altamente reprochables, fruto de los enfrentamientos entre Senna y Prost. Pero ninguna como la de aquél aciago día en Suzuka, donde el automovilismo vivió su punto más bajo ejecutado fríamente por la mano de uno de sus mayores héroes. Fue un terrible Día de Ira.