Riccardo Paletti, naufragar en la orilla
Al fin había llegado el momento. Tras un año de sinsabores y problemas, estaba dirigiendo su monoplaza a la parrilla de salida de un Gran Premio de Formula 1. Su segunda carrera. Y su madre, desde los boxes, contemplando el momento. Se detuvo en el vigesimotercer puesto de salida y alzó la vista al semáforo.
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Publicado: 13/06/2022 14:30
Riccardo Paletti estaba a punto de cumplir 24 años apenas dos días después, habiendo nacido en Milán un 15 de junio de 1958. Hijo único de una familia acomodada, su padre Arietto era un constructor, empresario inmobiliario y también importador oficial en Italia de la marca de audio Pioneer. Con los años sus padres se separarían, viviendo Riccardo con su madre Gianna, pero con la presencia de su padre. De carácter tímido y educado, de joven destacó en esquí y karate, y podría haber seguido esa vía deportiva de no ser por un acontecimiento que le cambió la vida.
Los inicios
Fue en Holanda, donde su padre lo había llevado a ver el Gran Premio en el circuito de Zandvoort en 1974, recién cumplidos sus 16 años. Un año antes hubiera quedado marcado por la cruda tragedia de Roger Williamson, pero en 1974 vio a su ídolo, Niki Lauda, vencer en el Ferrari 312B3-74, apenas su segundo triunfo en el mundial, encabezando un bonito doblete para la casa italiana con Clay Regazzoni segundo. Ambos se colocaban cerca del líder del mundial, Emerson Fittipaldi. Un día casi idílico del que Riccardo Paletti regresó con un objetivo: ser piloto de carreras.
Una situación acomodada en lo financiero siempre es un punto de partida óptimo para cualquier persona que quiera iniciarse en el automovilismo, y el caso de Paletti no era diverso al de muchos otros, incluidos campeones del mundo. Pero luego hay que rendir en la pista. Así, tras algunas lecciones y consejos de iniciación, debutó un 19 de marzo de 1978 en la Fórmula Super Ford italiana, en el circuito de Varano de’ Melegari, en las proximidades de Parma. Logró la pole position, lideró algunas vueltas, pero hizo un trompo y acabó en la séptima posición final. El año tuvo algunas buenas actuaciones, con cuatro podios, dos vueltas rápidas y acabó tercero en el campeonato, lo que era un inicio muy interesante.
Sin embargo, los años siguientes serían grises en resultados. Pasado en 1979 a la Fórmula 3 y con alguna excursión a la Fórmula 2 –una carrera en Misano, con un accidente a mitad de prueba-, fue un año de aprendizaje en el campeonato italiano, con un duodécimo puesto final, el año en que Piercarlo Ghinzani se hacía con el título y Michele Alboreto era subcampeón. Pero para 1980 vendrían algunas mejores pinceladas tanto en la F3 europea, con cuatro pruebas que acabaron en retirada mientras Alboreto se hacía con el título, así como en la Formula 2, donde logró un buen tercer lugar en la carrera fuera de campeonato del XXXIX Gran Premio dell’Autodromo di Monza, a sólo 1’1 segundos del ganador, Derek Warwick y a una décima del segundo, Alberto Colombo. Al final del año acabó séptimo en el italiano de F2. No eran resultados espectaculares, pero en el año 1981 se produciría un cambio decisivo en el desempeño de Riccardo Paletti.
El patrocinio de Pioneer lo acompañaba en todas sus etapas y le permitía lograr un material decente. Así logró ingresar en el equipo Onyx, con Mike Earle a la cabeza. Earle tenía sus dudas al ficharlo: “aquí hay otro descendiente de una familia adinerada que quiere correr en un coche y que quizás no tenga el talento para hacerlo”, pensó. «Era un joven pálido y de aspecto débil. Cuando entró en Onyx descubrí con horror que no hablaba nada de inglés, lo cual era un poco más que yo de italiano. Era un tipo encantador, simpático de verdad, estupendo». Pero pronto quedó sorprendido por el enfoque profesional de Paletti. De hecho, le acompañaba un médico que medía sus constantes vitales y adecuaba su dieta a las mismas, además de prestar atención a la forma física.
A los mandos del March 812 con motor BMW comenzó el año en el Campeonato de Europa de F2 con un magnífico segundo lugar en Silverstone detrás de un talento en ciernes como Mike Thackwell, habiendo clasificado décimo. Para mayor complicación, Paletti flaqueaba con el inglés, de modo que la comunicación con el equipo era precaria. En la siguiente carrera, Hockenheim, marcó la vuelta rápida de carrera y sólo se vio frenado por un alternador que le hizo retirarse. En la tercera carrera, en Thruxton, acabó en tercer lugar, sumando otro podio. En ese instante, Paletti era segundo del campeonato empatado con Stefan Johansson y a sólo tres puntos de Mike Thackwell. Pero todo se torció a partir de entonces.
Comenzaron una serie de abandonos, en su mayoría por problemas mecánicos, que impidieron mostrar con resultados la velocidad evidente del piloto: sólo un sexto lugar en Vallelunga le hizo sumar un nuevo punto para acabar décimo en el campeonato que ganó finalmente Geoff Lees. En una entrevista, Paletti mostraba su voluntad de seguir un año más en la F2 antes de pasar a la Fórmula 1: «Para ser sincero, tengo contactos, pero o se concluyen con alguno de los equipos grandes, o bien pienso hacer una nueva temporada de F2 a un nivel ganador, porque ir a la F1 en un equipo que no tiene posibilidades no vale la pena y te quemas».
La Fórmula 1
Pero su patrocinador quería dar el salto a la máxima categoría. Y el tren de la F1 no pasa siempre. La oferta venía del equipo Osella, uno que en 1982 iniciaría su tercer año en el campeonato, siempre en posiciones retrasadas. Un equipo de medios escasos, que le dio para la pretemporada el monoplaza de 1981, el FA1B, mientras que a su compañero, el experimentado piloto francés Jean-Pierre Jarier, se le entregaba la última creación, el FA1C que había debutado a finales del año anterior. Paletti exprimía sus impresiones al volante con aires premonitorios: «La F1 es peligrosa, muy peligrosa, demasiado peligrosa. No hace falta nada para hacerse mucho daño. Son demasiado rígidos y con un reglamento engañoso que no queda claro por qué se hicieron. El coche salta por todos lados, es un gran esfuerzo físico. Después de quince vueltas preferí parar porque me dolían los riñones. Si creo que se deben dar noventa vueltas en un circuito como este, no sé cómo terminaré una carrera». Pero su meta siempre era realista: «mi objetivo es clasificarme para el mayor número de carreras».
El problema para el joven que usaba gafas y que se veía de repente en una misma sala con Niki Lauda y otros de sus héroes no iba a ser terminar una carrera de F1, sino empezarla. De hecho, su primer Gran Premio fue más positivo por la experiencia fuera de pista que en ella. Fue en Sudáfrica, en Kyalami, cuando la famosa huelga de los pilotos alrededor de la superlicencia. Paletti, tímido y reservado, estaba encerrado en un hotel con los más grandes, como un igual. En pista, mientras Jarier clasificaba el Osella en último lugar, él se quedaba fuera a casi dos segundos de su compañero. En el siguiente Gran Premio, el de Brasil, fue todavía peor. Se vio obligado a pasar por las preclasificaciones y ni siquiera lo logró al desprenderse una rueda y no poder hacer más intentos, de modo que su fin de semana se terminó el viernes. De nuevo su compañero participaría en la carrera.
En Long Beach, tercera prueba del mundial con el GP de Estados Unidos Oeste, de nuevo participó sin preclasificarse. Para mayor derrota, Jarier ponía el Osella en décimo lugar, un gran resultado. La presión que el francés, mucho más bregado en batallas, ponía en el joven italiano era intensa. No tanto por actitud del francés, pero sí por la necesidad de estar a su altura. De hecho, Paletti no sentía ninguna animadversión, y se había planteado su relación con Jarier de forma constructiva y de aprendizaje: «Tengo en el equipo a un piloto de la clase y el calibre de Jarier. Lo seguiré como hacía Cevert con Stewart, para aprender». El problema es que no era capaz de empezar una carrera, de modo que no había forma de llevar a cabo el necesario aprendizaje. Por supuesto, el Osella no ayudaba, lento y poco fiable.
La oportunidad llegó en Imola gracias a la guerra entre la FISA y la FOCA, que conllevó la presencia de sólo catorce monoplazas en pista. No era necesario preclasificar. Riccardo puso el Osella penúltimo, a casi dos segundos de Jarier y a 6’4 segundos de la pole marcada por René Arnoux. Cuando iban a dirigirse a la parrilla, el coche no quiso arrancar. Así, mientras los demás se colocaban en la parrilla y tomaban la salida, él partió desde el carril de los boxes y con una gran desventaja inicial. Pero estaba al fin corriendo un Gran Premio, aunque sólo le duró siete vueltas: la suspensión falló y tuvo que abandonar. Mientras tanto, Jarier llevaba el coche al cuarto lugar en meta, en el que es hasta hoy el mejor resultado del equipo en la F1. Obviamente, las vicisitudes de Paletti no eran las que llenaban la prensa el lunes, sino el duelo entre Gilles Villeneuve y Didier Pironi.
Con esa rivalidad en todo lo alto se llegó a Bélgica, al circuito de Zolder. Paletti estaba en boxes cuando Villeneuve tenía su accidente mortal: esta vez tampoco se había preclasificado, en esta ocasión junto con nuestro Emilio de Villota. Unos días después expresaría la serena realidad de su situación: «Si me hubiera pasado a mí en vez de a Gilles, en los periódicos hubiera salido poco más que una línea».Su intención de haber permanecido en la F2 un año más se demostraba cada vez más adecuada, pero la situación iba a rozar todavía lo increíble. Ni siquiera un nuevo chasis en Mónaco le permitió mejorar sus prestaciones y clasificarse. Paletti veía algo que le preocupaba.
Los problemas
Ocurrió en el GP de Estados Unidos Este, disputado en el circuito urbano de Detroit. El rendimiento de Riccardo mejoró, estaba más cerca en velocidad respecto a Jarier: poco más de un segundo, pero lo más importante, se había clasificado vigesimotercero, justo detrás de su compañero de equipo. Había superado con holgura la preclasificación, y no empezaría ni siquiera último. El domingo, en el warm-up, perdió una rueda y el coche tuvo daños. Los mecánicos se emplearon a fondo para repararlo mientras se acercaba la salida. El ‘muleto’ no era una opción por dos razones: la primera, que estaba siempre destinado a Jarier; la segunda, que el extintor del francés se había activado repentinamente y tenía que usar el muleto para la salida.
Así que o los mecánicos lo arreglaban o no habría Gran Premio. Y lo lograron, pero entonces sucedió lo inimaginable. Mientras Paletti se preparaba para entrar al coche y dirigirse a la parrilla, llegó andando Jarier: había chocado en la vuelta hacia la parrilla. Así que se subió al coche de Paletti y tomó la salida con él. Riccardo se quedó estupefacto en los boxes. De repente, fue todo diáfano. El equipo sólo podía poner sus esfuerzos en un coche y un piloto, que era siempre Jarier. El patrocinio de Paletti, en el fondo, pagaba un coche, que era para lo que en realidad llegaba el presupuesto. Así que entró en contacto con su viejo amigo Mike Earle para cerrar un acuerdo para 1982 en Onyx. Y estaba prácticamente hecho.
Y así puso rumbo al octavo Gran Premio, el de Canadá, que se disputaría en el circuito nombrado a la memoria del recientemente fallecido Gilles Villeneuve. La madre de Riccardo acudió a la carrera, pues tenían planeado un viaje a Nueva york al acabar para celebrar juntos el cumpleaños del piloto. Y como si todo empezase a ponerse en su sitio, los entrenamientos discurrieron con positividad, salvo por la pelea que llegó a las manos entre Raul Boesel y Chico Serra justo delante de su box. Pero en pista se preclasificó con facilidad y luego se clasificó vigesimotercero de los veintiséis participantes, a poco más de 1’1 segundos de Jarier, que estaba decimoctavo. El warm-up lo completó sin sobresaltos y al llegar el momento, por fin Riccardo Paletti se bajó la visera y dirigió su coche a la parrilla por primera vez en todo el año.
Canadá, al fin en parrilla
Era un día gris. Didier Pironi salía en la pole position, el único Ferrari 126C2 en pista en el país del que fue su compañero a inicio de temporada. En línea recta hacia detrás, en la penúltima fila, estaba Riccardo, listo para su primera salida. El embrague del Ferrari falló y Pironi caló el coche apenas un momento antes de que el semáforo pasase a verde. El francés levantó los brazos nada más cambiar el color, pero ya no había tiempo para neutralizar el procedimiento de salida. Los monoplazas empezaron a pasar a su alrededor, esquivándole milagrosamente. Hasta que el March 821 de Raul Boesel, que salía vigésimoprimero, rozó levemente la rueda trasera izquierda del Ferrari. Geoff Lees impactó con su Theodore TY2 con Boesel, mientras Jochen Mass en el otro March frenaba con fuerza y era impactado por el ATS D5 de Eliseo Salazar. Boesel y Salazar dañaron sus coches y cada uno fue a parar a un lado de la pista. Pero no se había desatado el caos.
Tras ellos aceleraba Riccardo Paletti. No falló en su primera salida de Formula 1, engranó primera, aceleró y pasó a segunda. Siempre recto, como si no se percatase de las trayectorias evasivas de sus predecesores. Quizás vigilando de reojo el régimen de revoluciones para cambiar en el momento exacto. Engranó tercera y alcanzó la velocidad de 180 kilómetros por hora. Frente a él, imposible ya de evitar, había un Ferrari detenido. Un golpe duro que le frenó en seco y que desplazó al Ferrari a la izquierda con virulencia. La carrera se detuvo.
Riccardo estaba inmóvil en el monoplaza mientras Pironi se acercaba a él, retiraba un trozo de carrocería y se apartaba con la llegada de las asistencias. De repente, el fuego engulló el monoplaza, pero pudo ser extinguido con relativa celeridad, con el propio Pironi descargando un extintor. La nube blanca del producto fue inmensa. Sin embargo, extraer al piloto del Osella iba a costar muchos minutos. Al otro lado del muro, una madre fuera de sí intentaba acercarse a su hijo. Todos los sueños se evaporaban con el humo que aún salía del coche. Riccardo, aunque fue trasladado en helicóptero a un hospital de Montreal, había fallecido en el acto. Ante los ojos de su propia madre. Su padre volaría esa misma noche para velar a su hijo.
La carrera se reanudó, pero sin el equipo Osella, que se retiró de la carrera. El director del equipo, Franco Palazzoli, fue claro con Jarier: «Bajo estas circunstancias, es la única cosa que debemos hacer». Nelson Piquet ganó la carrera: «Lamento lo ocurrido, pero esos son los riesgos que los pilotos tomamos. Es un trabajo. Conocemos los riesgos antes de ponernos delante del volante, pero tenemos un trabajo que hacer». Enzo Osella, tiempo después, fue más benévolo: «Era un joven tranquilo, querido por todos por su educación y modestia. Riccardo había demostrado en las temporadas precedentes su talento, pero todos los jóvenes pilotos empiezan en Formula 1 con los equipos menores y nosotros estábamos allí luchando por las clasificaciones. Era necesario tiempo para ganar experiencia y conocer los circuitos. Tiempo que Riccardo no tuvo».
«No tengo muchos amigos y hacer deporte es una forma de acercarme a otras personas. El automovilismo es un mundo extraño, pero cuando estoy en el cockpit todo parece maravilloso y me siento feliz». Esa felicidad se puede ver en las fotos que quedan del piloto milanés, con un brillo en sus ojos que sus gafas no pueden ocultar. Hoy el circuito en el que debutó lleva su nombre. Paletti se fue prácticamente con la misma discreción con la que llegó, casi sin molestar, solamente como uno más de los pilotos que viajaban tratando de sobrevivir en el fondo de la parrilla como un náufrago a punto de alcanzar la orilla. No mereció irse cuando la había alcanzado.