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Historieta F1 en el parón veraniego

Alex Wurz no se hizo famoso en la Fórmula 1 por ganar carreras. No fue esa la razón por que jamás ganó una sola. Pero sí despertó las simpatías por ser aquel tipo espigado que se subía a sus monoplazas con botas de distinto color; una azul y otra roja.

Historieta F1 en el parón veraniego
Johann

16 min. lectura

Publicado: 09/08/2024 18:00

Para jugarle una gamberrada, un compañero le escondió una de cada pie de las dos que tenía antes de una carrera. No le quedó otra que entrar en pista con una de cada color, y el destino quiso que ganase la prueba.

Desde entonces, y con la fijación de que aquello le trajo suerte, dio continuidad a esa costumbre. Dicha costumbre no cesó por deseo expreso, sino por mandato de Ron Dennis. Cuando fue fichado por McLaren en 2001 como piloto banquillero, el sargento prusiano que dirigía el cotarro le dijo que o se ponía las botas del mismo color, o no habría paseos en sus coches. Alex obedeció sin rechistar y dejó de ser conocido como el-chico-de-las-botas-de-colores.

En aquella época y hasta el advenimiento de los iPhone y la música online, en la Fórmula 1 se hizo muy popular el ya fenecido iPod, el reproductor musical de las 10.000 canciones. Alex tuvo varios, y la primera copla que cargaba siempre en ellos era una de Johann "Hans" Hölzel. Puede que su nombre no te diga nada, pero si ya dejaste atrás los cuarentaymuchos es posible que haya otro nombre que si te diga algo:

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Falco

Johann "Hans" Hölzel/Falco era el nombre de un músico, tan austriaco como el concierto de Año Nuevo, el café vienés o el Red Bull, Jochen Rindt, Gerhard Berger, Toto Wolff y Helmut Marko. Tocaba el piano desde los cinco años, instrumento que más tarde desplazó por el bajo, con el que actuaba por las calles de Berlín, buscándose la vida, hasta que fue descubierto como valor para la industria musical.

Alex Wurz fue piloto titular y de test del equipo Williams.

El ascenso de su éxito fue de orden parabólico, y se convirtió en la estrella más popular a nivel planetario de este país desde que Wolfgang Amadeus Mozart abandonó este mundo —a cuya vida nuestro compañero Josemi Vinuesa dedicó un libro extraordinario. A Mozart, no a Falco—. Autor de éxitos como Der komissar, The sound of music, Junge Römer, o Viena calling, con lo que lo petó en las listas de éxitos internacionales fue con el hit planetario Rock me Amadeus. Número uno en doce países, reventó los aplausómetros de destinos tan dispares como Canadá, Rusia o Japón. Hasta sale una parodia del tema en Los Simpsons.

En ella, hacía comparaciones entre la vida del autor clásico y la existencia de los rockeros de los 80, cuando los rockeros eran estrellas de verdad, no como ahora. Hoy lo son porque tiene muchos seguidores en Instagram, y lo de la música es un complemento necesario, aunque con frecuencia no lo más importante. La clave de todo es la pinta y el espectáculo; muchos de sus seguidores se saben su vida, de qué marca visten o qué coche conducen, pero no los títulos de sus canciones.

Tampoco los excesos de hoy son lo que eran. En la actualidad, la mayoría no son más que catetadas sin imaginación ni picardía; las barbaridades fueron todas anteriores al cambio de siglo. Los músicos de antes tenían en los pasillos fuentes que echaban Coca Cola, quemaban guitarras y pianos en los escenarios, se meaban en los pasillos de los aviones, pegaban fuego a las habitaciones de hotel, tiraban televisiones por las ventanas o montaban bacanales mitológicas. El súmmum eran las verbenas que montaba Freddie Mercury. En ellas participaban tragasables, contorsionistas, strippers, y el remate era lo de los enanos con bandejas de cocaína en la cabeza.

Ozzy Osbourne le arrancó de cuajo la cabeza de un mordisco a un murciélago en mitad de una actuación. Slash, el guitarrero de Guns and Roses, iba una vez tan colocado que echó a correr desnudo por mitad de un campo de golf hasta atravesar una puerta de cristal. Adujo, aterrado, que le estaba persiguiendo un extraterrestre como el Predator para liquidarlo. Cuando se lo contaron a Arnold Schwarzenegger se partía de la risa.

Para sacar a Billy Idol de la habitación de un hotel tailandés tuvieron que pedir ayuda al ejército. Se agitaba tanto que necesitaron dispararle un dardo tranquilizante, como el que usan con los animales. Los Red Hot Chilli Peppers subieron al escenario del Kit Kat Club completamente desnudos a excepción del calcetín en que cada integrante del grupo llevaba enfundado justo lo que imaginas. Jim Morrison batió un récord que nadie lo podrá quitar: fue el primer músico de la historia detenido en el escenario durante una actuación. El batería de The Who, Keith Moon, batió otro: en los años 80 había sido expulsado de todos los Holiday Inn del planeta. De la piscina de uno tuvieron que sacar su Rolls-Royce.

De esto, de abusos ochenteros, sabía mucho Falco. Cuentan que atendía debidamente todos los orificios que había en su rostro con los vicios más o menos ilegales que encontrase; que se ponía como los V10 a 21.000 RPM que fabricaba Cosworth, vamos. Al final, los excesos siempre se pagan, descubrir que su hija era descendiente de otro con el que su mujer se la pegaba, y algún bache personal, le conminaron a hacer un alto en su carrera y su vida. Decidió apartarse de todo, y la idea de donde podría ser se la dio uno de sus mejores amigos, otro austriaco célebre:Niki Lauda.

Niki Lauda, junto a Lewis Hamilton cuando ambos eran compañeros en Mercedes.

Dicen que el carrerista dejó de interesarse por pilotar coches cuando empezó a pilotar aviones. Se engolosinó con lo de volar, y acabó montando una compañía aérea: Lauda. Su último título le llegó en 1984 y sus líneas aéreas comenzaron a vender billetes en 1985. Ata cabos.

El 77 % de la población germana realiza cada año al menos un viaje en avión fuera de sus fronteras, y los austriacos lo hacen en una medida similar. La fama del corredor ganada sobre el asfalto hizo una parte, y que los alemanes sean el pueblo más viajero del mundo la otra.

Uno de los destinos más populares y que más pasta le hizo ingresar fue la República Dominicana. Lauda se pilló allí un chabolo, en una pequeña localidad llamada Cofresí, al norte de la isla. Los vuelos baratos de Lauda llevaron a una pila de alemanes y austriacos hasta aquellas latitudes, y se generó una pequeña comunidad germanoparlante en la zona.

Falco quiso aislarse, en 1996 hizo el petate, y se quedó viviendo un tiempo en la isla caribeña. Montó un estudio de grabaciones en su casa, y estuvo trabajando en su nuevo disco. En 1997 lo presentó en un concierto privado, en el que celebró algo más junto a su amigo el carrerista: sus respectivos cumpleaños. Falco cumplía los cuarenta el 19 de febrero, y el tricampeón, los cuarenta y dos, tres días más tarde, el 22 del mismo mes. Soplaron las velas juntos, por los altavoces se escuchó el Rock me Amadeus, y Niki se calzó su gorra hacia atrás para bailar al ritmo que marcaba su compadre. Ninguno de los dos sabía que el músico no cumpliría los 41.

El 6 de febrero de 1998 cogió su todoterreno —allí los llama jeepetas— y se fue a un club cercano a su casa, entre Villa Montellano y Puerto Plata. Se tomó unas copas en soledad, y se marchó. Una hora más tarde, una camarera se dio cuenta de que Falco estaba dormido al volante de su Mitsubishi Montero, parado en el aparcamiento. Lo despertó, arrancó el coche, y se dirigió a su casa. Al incorporarse a la carretera apareció un autobús cargado de turistas, y la colisión fue inevitable. Falco perdió la vida de manera casi instantánea. La autopsia, bastante discutida en Austria, indicó que en su sangre había «de todo un poco», ese de todo que queda feo en las biografías.

Niki Lauda lloró en su entierro, en el que estuvo otro amigo popular, aquel que pudo salvar la vida del guitarrista Slash cuando le persiguió el Predator: Arnold Schwarzenegger. Al igual que el ataúd de Ayrton Senna lo llevasen sus compañeros pilotos, el de Falco lo portó la banda de rockeros motorizados que salían en su videoclip más conocido, el de Rock me Amadeus.

Desde entonces, el lugar del accidente es un punto de peregrinación de muchos de sus seguidores. Hay grafitis que se renuevan a cada poco, cruces, flores, y alguna foto que sufre los rigores del sol dominicano. Es uno de los puntos de interés más extraños de todo su territorio nacional.

Niki Lauda mantuvo en su memoria a su amigo durante mucho tiempo, y prueba de ello es que en 2008 puso por nombre «Falco» a unos de los Boeing 737-800 de su compañía. Alex Wurz nunca se despidió del todo del músico, ni tampoco de sus canciones. Por eso las lleva siempre en cualquier aparato que suene y que albergue música. Flavio Briatore hacía un chiste cruel sobre Wurzie cuando corría para él en Benetton —Wurzie es como le llama su amigo Pedro de la Rosa, con el que gusta andar en bicicleta—. Sus resultados en pista no eran satisfactorios, y el italiano decía que el mono del austriaco, «era su saco de dormir». Ríete tú de las puyas del Doktor Marko.

Años después, el New York Times hizo una reseña sobre la novela que escribió Julia Wurz, 488 páginas que relataban una historia ficticia, aunque con muchos tintes de realidad. Su título era «Superego», y desgranaba las andanzas de un jefe de equipo que se las hacía pasar putas a una jefe de prensa de su escudería. La esposa y madre de los hijos de Alex Wurz tuvo exactamente esa función en la Benetton que dirigió el italiano desde 1998 a 2001. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia, claro, pero donde las dan, también las suelen tomar.

Pero…

Existe una línea invisible que une en cierto modo a Niki Lauda, Alex Wurz, el desaparecido músico vienés y Flavio Briatore. El italiano sustenta un impresionante curriculum de supermodelos entre su pasado sentimental, y entre ellas están Heidi Klum o Naomi Campbell. La misma Naomi Campbell que dejó sin palabras por su belleza a Fernando Alonso durante una cena en el apartamento londinense de Briatore junto con Adrián Campos. Dicen que las broncas que tenían Flavio y la modelo eran épicas. En una ocasión, ella le arrojó una a una todas las piezas de fruta de una enorme bandeja que había en una mesa; se lio a platanazos con el que tuvo que aguantar aquella tormenta vegetal.

Alex Wurz estuvo a las órdenes de Flavio Briatore en Benetton.

Tampoco acabó bien su relación con la espectacular presentadora de televisión Elizabetta Gregoraci —dos millones de seguidores en Instagram—. Con ella duró algo más y fruto de la relación llegó un hijo que se llamó…

FALCO

Alles klar, Herr Kommissar? (Y si ya no vas a cumplir los 50, te sonará esto)

Y para rematar: tampoco debería sorprenderte que Falco fuese un enorme aficionado al automovilismo. Tampoco que una de uno de sus temas más celebrados, The sound of music, fuese estrenado en el programa de televisión austriaco Formel Eins (Fórmula 1 en alemán) Que Red Bull TV, en canal con nombre de escudería, le dedicase en 2017 un documental debería parecerte casi lógico a estas alturas. Si es que al final, el mundo no es tan grande; solo son grandes los mapas donde lo miramos.

Aquí tienes el vídeo de su canción más celebrada, que acumula, en esta cuenta de Youtube, 81 millones de visualizaciones.

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