Virutas F1Los mecánicos duros no bailan
El título de este artículo es una mentira y de las gordas. Los mecánicos duros de la Fórmula 1 sí que bailan. Bailan, comen, beben y se emborrachan, pero sólo después de matarse a trabajar. Esto es lo que deja caer Mark ‘Elvis’ Priestley en su libro “The mechanic”. Es tiempo de verano, de descanso y ésta puede que sea la mejor lectura del año para un verdadero loco del volante como tú.
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Publicado: 07/08/2018 18:30
Lo dice hasta el siempre moderado Jo Ramirez, “en McLaren trabajábamos duro, pero nos divertíamos más duro aún”, y esta máxima la entendió Mark 'Elvis' Priestley como pocos. Mecánico de McLaren durante la primera década del siglo XXI, trabajó con Mika Hakkinen, David Coulthard, Kimi Raikkonen, Pedro de la Rosa, Juan Pablo Montoya, Fernando Alonso, Heikki Kovalainen o Lewis Hamilton. Una década dentro de uno de los equipos más fulgurantes de la historia del automovilismo en una época en la que luchaban y conseguían títulos, da para mucho.
Para contar sus vivencias, ‘Elvis’ publicó hace unos meses un libro titulado “The mechanic” en el que desgrana una retahíla desternillante de excesos, vivencias, barrabasadas, bromas y gamberradas de todo tipo añadidas a una vida dentro de uno de los ambientes más competitivos, exigentes y rigurosos de todo el planeta: el equipo de carreras McLaren. El cómo lo hizo para poder combinar una tarea propia de virtuosos de una rigurosa compañía deportivoaeronáutica con las juergas y verbenas es algo digno de elogio.
Priestley llegó a McLaren con el cambio de siglo en un viaje que arrancó de manera inevitable en los estadios más básicos de las tareas de un mecánico. Tras acabar sus estudios en tecnología de vehículos a motor fue escalando en equipos y potencias; de trastear en un Caterham Seven, pasó a un GT3, los Fórmula Ford, la F3 británica, la extinta 3000 y finalmente llegó a Woking. De la misma manera y una vez ya dentro de la estructura fue ascendiendo en el equipo de pruebas en diversas funciones, más tarde se hizo cargo de los desaparecidos ‘tercer coche’ o T-car en términos anglosajones, para al final acabar siendo un actor principal en los pit-stops de su escudería. Entre lo primero y lo último pasó un buen tiempo, años, y todo ello trufado de trabajo duro, eficacia y no dejar pasar ni una.
Si en la F1 los errores se pagan caro, en McLaren podrías ser directamente ahogado por el director del equipo con sus propias manos en el lago frente al edificio principal. Las reglas básicas en McLaren son la perfección más absoluta, un enfermizo cuidado por el detalle y la ejemplaridad de su concurso y hay que cumplirlas a rajatabla. Entre muchas otras cosas que definen el cuidado por el detalle en esta formación, Mark cuenta que fue una verdadera pesadilla cuando Ron Dennis equipó con ropa de color blanco de cintura para arriba a sus chicos. Para un ingeniero, personal del hospitality o de prensa esto no era un inconveniente, pero para los que tocan los coches, bidones de combustible, materiales líquidos, viscosos, o que salpican, era un quebradero de cabeza.
El problema no era tanto que se manchasen, sino que Dennis no permitía ver una sola gota de aceite en aquellas impolutas camisetas blancas sobre los contorneados y musculosos cuerpos de sus marines tecnificados. Cada vez que un chorro de líquido de frenos, de aceite de la caja de cambios o de lo que fuera caía sobre una camiseta, el empleado ‘condecorado’ tenía que ausentarse del box, pedir permiso para abandonar su tarea e irse al camión donde le esperaba una prenda de recambio. Esto podía ocurrir dos o tres veces en un día a cada mecánico y era un verdadero coñazo para todos. Dennis era un pirado de la perfección, eso fue lo que llevó a su equipo a alcanzar cotas de eficiencia por encima de la media y una de sus obsesiones era que todo tuviera una pinta increíble.
Lo conseguía, pero a veces sus métodos y soluciones eran motivo de burlas por lo bajini por parte de sus curritos. En el acuerdo con la firma Hugo Boss entraba que los uniformes los hiciera la marca alemana y ciertamente los uniformes de McLaren siempre eran distintos, tenían algo diferenciador, albergaban de una forma u otra un plus. Un ejemplo de esto es que los germanos hicieron una cazadoras de cuero con el nombre del equipo serigrafiada en la espalda. Aquella pieza del guardarropa mclareniano era sólo para directivos y les daba un aire de elegancia extradeportiva al tiempo que les hacía exclusivos, el resto llevaba chupas multicolores pero no como aquellas, superiores en aspecto y calidad. Las fijaciones de Dennis apuntaban a una eficiencia, a que fuera mejor o sencillamente que tuvieran un aspecto mejor cargado de singularidad. Aburrido de ver siempre a sus chicos embozados en los típicos monos ignífugos, y de acuerdo con los de Hugo Boss, comenzaron a diseñar algo característico y pretendidamente espectacular que les distinguiera del resto. Lo que los sastres les llevaron tras diversas reuniones fue una especie de pijama de recién nacido al que se le podían quitar mangas y perneras en caso de que el calor apretase.
Los mecánicos se cocían dentro de él y se cerraba con una cremallera metálica que rayaba la carrocería
Dennis es de esos tíos a los que se les mete algo en la olla y hasta que no lo sacan hacia delante no paran. Esto es magnífico cuando el resultado es positivo, pero un horror cuando el concepto por el que apuesta es errado y aquella suerte de babero de altas prestaciones tenía varios defectos letales en cuanto a su funcionalidad. El tejido con el que estaba confeccionado no era transpirable y los mecánicos se cocían dentro de él, se cerraba con una cremallera metálica que rayaba la carrocería de los coches si trabajabas pegados a ellos, y para ir al baño tan sólo a lo de las aguas menores había que despelotarse casi al completo. Era un desastre conceptual y el personal hacía chistes y chanzas continuas sobre el invento. Al final, tras cientos de horas de diseño y modificaciones decidieron no usarlo porque no gustó a nadie, era incómodo, nada práctico y añadía más pegas que ventajas. En alguna oscura estancia de Woking debe haber cajones llenos de ellos
Vestidos de paisano y en la parte relacionada con los abusos noctámbulos fuera de las pistas Elvis narra la cantidad de fiestas a las que un grupo de mecánicos parecían estar abonados. Lo interesante no eran las juergas hasta altas horas de la madrugada, sino la habilidad de empalmar con un curro eficiente con apenas un par de horas de sueño a veces sin él sin que se notasen los efectos de la resaca. De forma paralela el autor recuerda no sin cierto rubor la de veces que ha tenido que dar explicaciones sobre los destrozos en garitos de copas en diversos puntos de la geografía planetaria; sitios donde a la mañana siguiente algún directivo del equipo tenía que aparecer para abonar los daños. Siempre iba acompañado de un cargamento de buenas palabras, un surtido de merchandising de la escudería, alguna entrada VIP para el responsable y la promesa de que ‘los chicos no lo volverían a hacer’.
No sólo pasaban cosas en ‘lugares de esparcimiento’ o en los circuitos, sino también en los trayectos. Durante unos test en Barcelona, un pequeño grupo de mecánicos y personal del equipo volvía al hotel en una furgoneta Mercedes tras una noche de intensa farra. De repente uno de ellos pensó que sería una buena idea coger un cenicero y arrojarlo por la ventana. Tras él, otro hizo lo propio con cualquier otro accesorio que no conllevase mucha dificultad el ser desgajado de su posición natural para a continuación salir volando por la ventanilla. Acto seguido y como poseídos por un extraño virus propio de una película de zombies todos los ocupantes de la Vito comenzaron a arrancar todo lo arrancable del vehículo para dejar un reguero de huérfanas piezas en el camino al hotel. Montaron un Desguaces La Torre en marcha. Lámparas de luz interior, embellecedores del cuadro, tiradores de puertas, rejillas de aire acondicionado, cabezales de asiento, apoyabrazos, botoneras del salpicadero y todo lo que sus manos pudieron desgajar de la anatomía interior del vehículo. No todo eran juergas y cachondeo, sino también mucho trabajo. Habría que ver la cara de la gente del seguro al ver el estado en que quedó el infortunado vehículo.
Tras años de espera el estreno de Elvis en una carrera de Fórmula 1 por fin llegó. Su misión era secundaria pero vital: ser el tío que cambia el morro en los pit-stops. En caso de colisión siempre está listo, pero no actúa en cada carrera sino cuando toca. Se preparó para su debut, calmó sus nervios, recibió instrucciones concretas, ensayó miles de veces (miles) su papel en la función, pero se enfundó el mono ignífugo y lo único que ocurrió es que pudo ver en primera fila y sin coste una de las operaciones más espectaculares del automovilismo planetario. No tuvo que ejecutar nada, no hubo cambio de morro. Ni en el segundo coche. Ni en la segunda parada. Ni en la siguiente carrera. Ni en la otra. Ni en la de después. Ni en unas cuantas. Se sentía un adorno extraño dentro de aquella coreografía de alta velocidad, hasta que le tocó dar la cara.
En aquella prueba Kimi Raikkonen salió como una exhalación desde una zona avanzada de la parrilla, pero no desde delante. Tras un encontronazo con otro corredor se atizó al final de la recta de meta, se salió de la pista y volvió como pudo hasta boxes en una primera vuelta dinamitada. El alerón estaba dañado, así que Elvis recibió la orden que esperaba desde hacía meses. Se situó en posición, saltó sobre el morro del bólido con su flamante apéndice nasal de recambio en el pitstop y todo ocurrió como en un sueño nebuloso a cámara lenta. La parada fue bien, nada falló y las cuatro nuevas ruedas aparecieron en escena a la misma velocidad que desaparecieron las viejas, manos en alto, semáforo en verde, el OK chasqueó por la radio pero el coche no se movía. Nada. Ni un centímetro. No hubo acelerón, ni chirriar de neumáticos. Le entró pánico de imaginar que su parte estaba mal hecha pero sólo veía al piloto agitar las manos sin saber qué estaba pasando.
En realidad nadie lo sabía. Todo en orden y el inanimado bólido seguía como el carro de La Cibeles, congelado. El problema no era técnico sino ergonómico. Una nube de gravilla de la puzolana había saltado por los aires y una china se había colado entre la espalda del finlandés y su asiento de fibra de carbono. No es que fuera molesto, es que estaba a punto de taladrar el mono y hacerle un agujero en el espinazo. Más de un minuto después, y tras soltar arneses y meter manos por la espalda de Raikkonen, el McLaren pudo volver a pista. Elvis se había estrenado en probablemente el más desastroso pit-stop de la historia de su equipo.
Esta anécdota era recordada a cada poco con Kimi en las innumerables juergas acababan de manera casi inevitable en su habitación de hotel, que al ser una suite y la formación se hacía cargo del minibar, todo era más fluido. Elvis mantuvo con el finés una excelente relación, al que describe como uno de los tíos más normales del mundo y antítesis de lo que se ve en la tele cuando comparece ante los medios de comunicación. La despedida que le preparó cuando fue fichado por Ferrari en 2007 es uno de los capítulos más divertidos del libro, la del colorante azul, al igual que la venganza fría que se tomó el corredor.
Aunque todo el volumen destila diversión para el aficionado a las carreras, no todo es gracioso; no es lo mismo. Las largas jornadas de trabajo (en su primer día en McLaren en test trabajó desde las siete de la mañana y hasta las dos de la madrugada sin parar) el espantoso diseño funcional de algunas zonas del MTC de Woking, las broncas cuando se excedía, lo doloroso de los errores o los malos resultados, las tensiones internas cuando Juan Pablo Montoya decidió dar la espalda al equipo por sus trifulcas con la dirección o uno de los episodios en los que repara y habla uno que lo vivió: el desastroso 2007. Lo peor no fue perder ambos títulos sino la atmósfera agobiante con todo lo relacionado con el caso de espionaje hacia Ferrari, o casi aún peor las casi desavenencias entre los equipos de mecánicos que atendían al coche de Fernando Alonso y el de Lewis Hamilton.
En su primer día en un test trabajó desde las siete de la mañana y hasta las dos de la madrugada sin parar
Aporta detalles tan ricos como el del color de los sobres que repartió el asturiano a sus más cercanos para animarles y ganarse su adhesión, algo bastante irregular durante la temporada y frecuente y en forma de regalos al final de ella. Guardar un secreto así en una escudería es muy difícil y la dirección del equipo pidió a todos los recepcionarios de unos 1.300 euros al cambio de hoy de aquella inesperada paga extra. El exmecánico cuenta que aquel dinero fue a parar a una entidad benéfica.
Ésta y un puñado de historias geniales contadas por alguien que las vivió, con un estilo ameno y fluido, están en uno de los libros sobre automovilismo más divertidos del año: The mechanic, de Mark ‘Elvis’ Priestley. Muy recomendable para días de vacaciones sin nada que hacer y síndrome de abstinencia de Fórmula 1.