Virutas F1Nadie hablará de nosotros
Jean Alesi se duele de que a su hijo, piloto de Fórmula 2, lo hayan largado de la Ferrari Driver Academy. En Maranello han determinado que Giuliano apellido tiene pero nivel no, y por eso le retiran las riendas del cavallino.
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Publicado: 12/11/2020 09:30
Su padre ya no puede conducir el F40 que vendió para pagar lo que faltase y ahora se dan un baño de realidad al encontrarse sin fondos para dar continuidad a la carrera de su retoño.
Si le hicieran un scanner cerebral a Alesi padre sería fácil reconocer que tiene los lóbulos afectados por el denominado SOPAPO, o SíndrOme de PAdre de PilotO. Alesi padre y todos los padres del planeta tierra y alrededores tienen todo el derecho del mundo a pulirse su fortuna como su deseo les de a entender. El problema al que muchos se enfrentan es que con frecuencia olvidan, o desconocen (y Alesi no parece de estos últimos) la magnitud de la empresa, el camino adecuado, o las consecuencias de haber tomado ciertas decisiones en base a una mala valoración del panorama presente y venidero.
No existe mayor satisfacción para un padre que ver triunfar a su hijo. Es por esto que resulta lógico que todo aquel que ve posibilidades en su criatura, se deje la nómina para ayudar en lo posible a su príncipe heredero en pos de verle alguna vez subido a un cajón. Keke Rosberg vio a su hijo Nico proclamarse campeón, suerte que no tuvo Graham Hill por haberse ido antes de tiempo. Jacques Villeneuve engañaba a su madre y se escapaba de casa para poder correr pero si Gilles hubiera vivido, con casi toda probabilidad hubiera puesto todo un costillar en el asador. Por contra cuando se pudo observar que Mathias Lauda, Paul Stewart o Nicolas Prost carecían del brillo que les debería haber tocado vía ADN sus padres no estuvieron menos orgullosos de ellos al decidir que abandonasen la actividad. La realidad de lo costoso de la especialidad unido al limitado éxito de sus vástagos les hicieron replantearse todo esto y para nadie supuso un drama, una vergüenza o una grave pérdida.
En este mercadeo de la velocidad existen algunas historias de éxito pero muchas de ruina porque alguien calculó mal los riesgos
Mucho se ha hablado de los cuatro empleos de Anthony Hamilton, de la hipotecada casa de Juan Pablo Montoya, de los orígenes humildes de Sebastian Vettel, Kimi Räikkönen o Fernando Alonso. Pero nadie habla de aquel padre de piloto portugués que perdió su casa porque creía tener bajo su techo a la reencarnación de Ayrton Senna. O aquel español, que se quedó tan tieso tras dejarse todo lo que tenía que acabó trabajando de albañil, un trabajo digno dignísimo, pero alejado del colegueo con Ron Dennis o Flavio Briatore con el que soñó. Existe un jefe de escudería británico cuya casa y la de sus hijas está entera alicatada del suelo al techo porque el padre de un piloto tuvo que pagarle con las baldosas de su fábrica al no poder abonar en metálico una temporada de carreras de su hijo. En este mercadeo de la velocidad existen algunas historias de éxito pero muchas de ruina porque alguien calculó mal los riesgos.
No hay muchos padres como el de Sean Gelael, que desde su Global Express, el jet privado más caro sobre la faz de la tierra (su hijo dispone de otro algo más pequeño) riegue de millones una categoría pagando dos, tres y cuatro asientos al año, a pesar de que Sean siga cerrando parrillas en su quinta temporada de Fórmula 2. Existe un cálculo que apunta a que se lleva gastados entre 30 y 40 millones de euros. O el de Louis Deletraz, del que se dice lleva superados los 20 millones a la espera de alcanzar su primera victoria tras cuatro años en la antesala de la F1. Los entre 20 y 30 que algunos calculan que se fundió el heredero de uno de los aviganaderos más potentes de América latina, y apenas llegó a ser test driver de un equipo de F1.
De otro nivel es lo de Lance Stroll. Lawrence Stroll ya no cumplirá los 60 y se le calcula un patrimonio que ronda los 3.000 millones de euros. Su mayor hobby es ver cómo su hijo pilota coches de carreras por todo el planeta… lo que haría cualquier padre de éxito en los negocios que está hasta la pera de accionistas, socios y seguros sociales. Con esta costosísima afición mata el tiempo que le queda. Se lo ganó, y es muy dueño, nada que reprocharle en este sentido aunque hay una historia que contar. Mucho se ha hablado del 2017 de debut de Lance en la F1 pero muy poco de su temporada extradeportiva de 2016.
Si miras a los pilotos de su generación, Gasly, Leclerc, el desaparecido Bianchi, Albon o Russell te vas a hinchar de ver fotos en las que los ves juntos; se conocen casi desde el karting, y son amigos desde entonces. Stroll no, sus pasos iniciales en esto de la velocidad fueron tímidos, con participaciones en el subcontinente norteamericano, con visitas puntuales a Europa, y no posee el bagaje de aquellos. Ante esta carencia su viejo abrió la cartera y usó a un equipo Williams falto de fondos de rent-a-car-autoescuela. Aquel año los de Grove no hicieron un mundial sino dos: el de la FIA y el de Stroll. El chico rodó prácticamente en todos los circuitos del calendario oficial, y no pudo en muy pocos como Singapur, Mónaco o Melbourne, por razones obvias. Y no te creas que Williams le ponía un hierro con el que pegar cuatro vueltas, no… le remitía contenedores por vía aérea a destino repletos de material de última generación, con los F1 que legalmente se podían hacer rodar en semejantes circunstancias, y con los mejores ingenieros disponibles en la escudería.
Stroll padre no reparó en gastos. Siendo uno de los mayores coleccionistas de Ferraris del mundo, las relaciones con Maranello puede decirse que son fluidas, pero ante la falta de background de Lance, los italianos no sopesaron ficharle como piloto, algo que al chico le dijeron que ocurriría desde que era niño. Decepcionado pero lejos de rendirse Stroll se fue a los de Williams con la idea de comprarles el equipo, algo ante lo que la familia de Sir Frank se negó en redondo. El tercer intento sí funcionó. Force India estaba a pique de un repique, y apareció cual hada madrina y la necesaria buchaca repleta de sextercios. Como guinda del pastel, Strollfather vio la puerta entreabierta de Aston Martin, en graves problemas de diversa índole, y con espectaculares pérdidas en bolsa. Llamó a cuatro colegas inversores y se acabó quedando con la marca. Ahora le ha recolocado un puñado de acciones a Toto Wolff, el fabricante Mercedes, y hasta al propio Sebastian Vettel le han pagado su contrato como piloto de la escudería, compañero de Lance en 2021, con un porcentaje de la firma británica. Queda claro que para detener a Lawrence Stroll vas a necesitar a todos los cuerpos del ejército ruso bien desayunados esa mañana; lo de ralentizar a su hijo es otra cosa.
Llevar a alguien con talento hasta la puerta de la Fórmula 1 cuesta no menos de seis millones de euros. Eso si tiene talento y que sea no un patán, un loqueras o un atolondrado tarambana. Se calcula que la familia y patrocinadores de Mick Schumacher llevan gastados algo más de ocho millones de euros, y aún tiene que ser anunciado por un equipo de F1 al menos como tercer piloto. Cuando corrió en la F4 lo hizo en dos calendarios paralelos, el alemán y el italiano, así que vete echando no menos de 750.000 por año. En la F3 esto debió costarle al menos un millón/año, y fueron dos temporadas. La Fórmula 2 cuesta dos millones, multiplica por las dos que lleva en ello, suma el periodo del karting, ale-hop, ya tienes una bonita factura que se te puede ir con facilidad a los 8-9 millones… y aún no ha pisado la F1 en una cita oficial. Bueeeeno, sí, pero no pudo rodar en unos lluviosos Libres 1 alemanes. Mick tiene la enorme suerte de estar muy bien asesorado, muy protegido por el sistema, de tener detrás a Gerhard Berger, Jean Todt, o Bernie Ecclestone. Gracias a ello nadie le ha tomado la cabellera, siempre ha ido al equipo correcto, y el chaval y su entorno tienen la actitud adecuada.
Las patas del crecimiento son cuatro: seriedad, mucho trabajo, humildad y un entorno favorable, o lo que es lo mismo, un sargento prusiano con tintes paternalistas que ejerza de manager, amigo, compañero de viaje, administrador, y subpadre. Porque en esta ecuación, el padre tiene que limitarse a estar sentado en la terraza con un refresco en la mano y mirar lo que ocurra en la pista, que lo tengan claro todos ellos. La fórmula del padre-manager tiende a funcionar mal. Hamilton creció sin su padre, Senna se buscó a uno, el padre de Rosberg no se metía en el fregao del hijo, ni el de Felipe Massa, ni el de Alonso. Casi nadie conoce al de Mark Webber, el de Vettel pisa los circuitos de higos a brevas. Hasta el locuaz Jos Verstappen deja hacer a Raymond Vermeulen y se limita a la parte comercial y de comunicación.
No falla. Todo padre de piloto te dirá siempre unas frases muy reconocibles y que son casi siempre las mismas. «Es que mi hijo ya cogía el volante de mi coche con tres años»… «Es que mi hijo no aprendió a leer en la cartilla Palau sino el Autosport»… «Es que con cinco años se sabía el nombre de los mecánicos que tenía el coche de Senna y el resto de la parrilla»… «Es que la primera palabra que dijo cuando empezó a hablar fue Spa-Francorchamps»… Todos dicen cosas así, pero no todos entienden que eso no les hace buenos pilotos, ni siquiera rápidos, sino unos grandes aficionados. Este haz de luz cegador con frecuencia los despista y les impide ver en qué jardín se están metiendo. La casuística es diversa. Aquel piloto belga cuyo padre casi acaba en el talego por fuertes impagos, los varios que no pisaban Francia so pena de ser detenidos por cuestiones afines tras el embargo de los coches en el propio paddock del circuito, o aquel cuya casa, coche y Harley Davidson fue embargados para abonar facturas no atendidas. O el que falsificó certificados del Banco de España de avales inexistentes para poder justificar un dinero que algún día llegaría y no llegó. No hace falta investigar demasiado para descubrir la madre de que piloto de la parrilla actual pasó por la cárcel al evadir impuestos en la compraventa de coches de lujo. Era una forma de financiar la carrera deportiva del chaval; eso es lo que responden cuando se les pregunta.
Hubo una época, a finales de la primera década de este Siglo XXI en que casi toda la parrilla de las World Series era propiedad de algún padre de piloto. Casi todos de la zona de Austria-Italia-Suiza-Rumanía-Mónaco, y ni uno solo llegó a la Fórmula 1. Probablemente dinero disfrutado, pero si ponemos a la Fórmula 1 como meta final fue un dinero tirado; lo uno no les llevó a lo otro.
«Con dinero lo consigues todo en la Fórmula 1». La frase adquiere la plenitud de su sentido si se lee al revés
Y es que hay padres que ayudan a sus herederos hasta después de muertos. El progenitor de Sakon Yamamoto pasó a mejor vida antes de lo que le debería y dejó, negro sobre blanco, el vocablo «Formula 1» dentro de su generoso testamento. En una de las líneas podía leerse que cedía un pastizal a su viuda con una misión muy concreta y bien definida: que usase ese dinero para ayudar en todo lo posible para que su hijo llegase a la categoría reina de la velocidad. Sakon, que vivió en Barcelona durante su periodo en la F1, se estrenó con Super Aguri y sólo pudo dar una vuelta en su debut, jorobó el chasis de su monoplaza en su segunda cita, y se salió de la pista en su tercera actuación oficial. Vamos a dejarlo en que no fue un estreno afortunado. Pero sí que fue ganador en algo… pero fuera del asfalto: ejerció de DJ en la fiesta del Amber Lounge de Mónaco de 2006 ante Quentin Tarantino, George Lucas y el futbolista Raúl. Lo que también atesora Yamamoto es un récord: fue test driver sin derecho a roce en cuatro escuderías sin correr con ninguna de ellas, Super Aguri, Renault, Hispania y Virgin. Cuando tienes la pasta pero no confían en ti pasan estas cosas… y el cobro de la factura queda justificado.
En la entrada de cada circuito del mundo hay, o debería haber, una placa de mármol, bronce o granito donde muchos sabios del deporte, y con cierto grado de razón, podrían dejar escrito una frase oída cada fin de semana «Con dinero lo consigues todo en la Fórmula 1». La frase está bien escrita pero mal interpretada. Adquiere la plenitud de su sentido si se lee al revés. «Sin dinero no consigues nada en la Fórmula 1», porque hay que añadir otros ingredientes en este caldo. Los padres de piloto son absolutamente necesarios, pero la gran mayoría, se embarcan en la aventura esperando libar del azucarado dulzor chispeante de las Coca Colas que se trasiega a cualquier hora del día Raymond Blancafort, y sin embargo acaban conociendo el sabor del aguarrás. Tenían que haber leído con más detenimiento la etiqueta de la lata.