Óptica alemana

A poco más de una hora en coche de Nürburgring está la factoría de las legendarias cámaras fotográficas Leica. Sus reconocidas lentes han capturado la historia viva del último siglo y su eficacia sobresale de forma probada a la hora de plasmar la realidad que nos rodea.

Óptica alemana
La F1 puede disfrutarse mucho más si se observa con la óptica adecuada. - Pixabay

13 min. lectura

Publicado: 14/10/2020 13:30

Muchos aficionados a la Fórmula 1 deberían comprarse una, porque muchos aficionados se duelen de lo sosaina de unas carreras en las que no saben disfrutar del enorme espectáculo que ocurre delante de sus ojos. Que si siempre gana el mismo, que si no pasa nada, que si a mi piloto le han chafado la estrategia… Se quedan en la superficie y se les escapan los detalles, los matices, los olores, la amplia paleta de colores que pasa ante sus narices y ni huelen.

Las cámaras Leica son capaces de obtener tal gama de grises entre el blanco y negro que es la única marca del mundo capaz de vender, y de forma nada barata, un modelo con el que sólo obtienes imágenes en blanco y negro. Esos dos comedores y sus tonos intermedios son de tal riqueza que es innecesario el color. Y propio de un contraste así es lo ocurrido a Lewis Hamilton y Sebastian Vettel. Los dos tuvieron al héroe local Michael Schumacher como referente de niños; uno porque soñó con vivir algún día su carrera de la mano de su padre en Inglaterra, y al otro porque incluso le cabreaba que le denominasen “Baby Schumi” cuando alguien apuntaba con el dedo las fotos que tenían cuando era kartista.

La antítesis dominical de Vettel fue Lewis, al que le salió todo casi tan redondo como el aro que rodea a la estrella de Mercedes

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Schumacher los unió el domingo al tiempo que los separó. El germano corría en casa, y ante su público. Llevó un estiloso casco homenaje al Kaiser con inscripciones en 3D, sus estrellas y simbología china, pero los resultados obtenidos malamente pudieron ser más tristes. Rodó más lento que su compañero en todas las sesiones que se pudieron disputar, clasificó peor en parrilla, trompeó en un intento de adelantamiento con salida de pista como resultado, y acabó con su Ferrari fuera de los puntos cuando soñaba con oír el ‘Deutschland über alles’ por la megafonía del circuito.

Y sí, sí que la oyó, pero por cortesía de Lewis Hamilton. El preheptacampeón ganó esta partida y como reconocimiento a su coche, que corre con matrícula alemana, sí que pudo escuchar el himno alemán que tantas veces disparó el otro único piloto de la historia capaz de acumular 91 triunfos en esta categoría. La antítesis dominical de Vettel fue Lewis, al que le salió todo casi tan redondo como el aro que rodea a la estrella de Mercedes. No hizo la pole, que recayó en manos de un Valtteri Bottas que padeció problemas mecánicos, que ya es raro, y abandonó. Primer enemigo KO. Max Verstappen hizo una carrera perfecta pero llevó su Red Bull hasta donde ese coche podía llegar, y eso es justo a un paso tras el W11. Segundo enemigo, controlable y reflejo de este dominio como el domador de leones que contiene a la fiera poniéndole la mano sobre la cabeza, fue justo el primer mensaje de radio tras pasar la meta.

Max pasó tras Lewis a poco más de cuatro segundos, con el punto de la Vuelta Rápida en el bolsillo recabado en ese último giro. Tras caer la bandera, la radio del monoplaza número 44 crepitó, y la voz de Peter Bonnington soltó a su piloto un «(Lewis), Max ha pasado a menos de cinco segundos y ha hecho la Vuelta Rápida». La respuesta automática no fueron risas, ni felicitaciones, ni gritos tras su victoria número 91 sino, «(los Red Bull) están yendo muy rápido y esto hay que arreglarlo». Todo un principio activo concentrado en una sola frase que resume la determinación, prioridad y reflejo de lo que crea campeones: ir más rápido que el resto y con la mayor diferencia de velocidad posible.

Lewis Hamilton muestra el casco de Michael Schumacher tras igualar sus 91 victorias.

Muchos acusan a Hamilton de artificialidad, espoleado por un manager procedente del mundo del espectáculo, que sus discursos humanistas no son más que poses para la galería, que se ha convertido en un producto de sí mismo… Es posible, pero cuando te bajas del coche y hasta que recoges el trofeo no hay tiempo ni espacio para la pose sino para lo que de verdad te sale de dentro. El Stevenageño se bajó con cierta parsimonia de su bólido, se ayudó apoyándose en el halo, se encaramó a su carrocería y lo primero que hizo fue llevarse la mano al corazón que es donde se sienten las cosas. Lo segundo fue saludar a los componentes de su equipo, a los que siempre incluye en sus agradecimientos públicos. Lo tercero fue abrazarse a la neozelandesa Angela Cullen, su entrenadora y más estrecha colaboradora desde 2016, alguien muy importante en su rendimiento.

Acto seguido llegó uno de esos detalles que muy pocos deportes tienen y que se han incrementado con el lenguaje del simbolismo propio de los norteamericanos de Liberty, procedentes de una cultura donde este tipo de gestos son más habituales. Salió a escena Mick Schumacher, vestido de rojo Ferrari, e hizo entrega de un casco de su padre, en su última etapa como piloto de F1 a bordo… del coche que Lewis heredó más tarde para igualar ese día su número de victorias. El británico estrechó su mano, le dio las gracias, y en un gesto natural, lo elevó sobre su cabeza. La gente verdaderamente grande se distingue por reconocer al contrario, al enemigo, al contrincante y a sus iguales, y Hamilton se puso por debajo de un Schumacher al que imaginamos emocionado en su casa de Suiza si pudo ver estas imágenes.

Ese hueco en el tiempo congelado, ese momento de ausencia de la realidad, esa ensimismación de Lewis acariciando el casco de Schumacher continuó hasta instantes antes de salir al pódium en la antesala del acto. Lewis seguía alejado, ido de la escena, observando el símbolo representativo del hombre al que acababa de igualar. Las paredes de gotelé blanco de la estancia sin publicidad fueron testigo de que Alex Molina, el encargado de protocolo de FOM, tuviera casi que sacarle de su éxtasis para subir al cajón. Cajón donde de forma simbólica reposaron durante un instante el ganador de la carrera, el casco de Schumacher y una botella de Moet; pódium al que de alguna forma Schumacher había vuelto a subir. Algún fotógrafo pudo haber captado esos pies enfundados en unas sudorosas botas negras y moradas, el champán, y el Schubert rojo con su cámara Leica, la que saca los contrastes de la historia.

Y en la historia de los contrastes vemos al Lewis que se queda al menos por tres años más en una Mercedes AMG que certifica su unión con la categoría, y un Vettel que se marchará en breve de Maranello… cabizbajo. A una Renault que volvió al pódium tras nueve años de ausencia, para marcharse de la categoría a cambio de traer a Alpine. A un Checo Pérez que sale de Racing Point con contrato en vigor y que es el encargado cada domingo de llevar al coche rosa hasta donde nadie más lo lleva; de hecho con su resultado del domingo ha colocado tercero en la tabla a su equipo, y deja atrás a McLaren. El teleobjetivo Leica es capaz de ver a un Sainz que está ya recogiendo los bártulos en Woking pero acomete siempre con acierto sus carreras y conduce el MCL35 hasta donde da con el ritmo constante que ya quisieran otros. La sede de Leica está a poco más de 100 kilómetros de donde vive Nico Hülkenberg.

Con su Porsche GT3 y a través de la Autobahn, bien podría hacer ese trayecto en tiempo de récord, justo el necesario para dejarlo todo y correr con el primer equipo que le llamase. El sábado tomaba café con unos amigos y su teléfono empezó a sonar como loco. La pole de las llamadas la hizo Racing Point. La indisposición que sufrió Lance Stroll le dio disputar su segundo gepé del año. Fue llegar a la pista, ponerse el mono y clasificarse, requisito indispensable para poder participar en carrera al día siguiente. Aunque saliera último, el que acabase octavo —gracias también a algunos abandonos— sólo indican que es un tío muy de fiar a la hora de poner un coche en sus manos. Relacionado con su presencia en el circuito, el drama se hubiera vivido en Red Bull. Alex Albon estuvo a pique de no correr debido a que su primera prueba de COVID-19 no daba un resultado concluyente. Hulk estaba en la recámara pero no hubiera podido subirse en dos coches a la vez. Albon sí que pudo participar finalmente y no fue necesaria la presencia de un corredor del banquillo.

En la foto final, la de grupo, sale que el imperturbable Kimi Räikkonen marcó el récord de participaciones con 324 carreras, que el índice de eficiencia de Lewis roza el 35% de salidas convertidas en victorias, la presencia en el circuito de un Luca de Meo, el amo de Renault-Alpine que parece certificar que a esta formación no sólo no le va a faltar de nada sino que cuenta con el total apoyo de su responsable último, y que la carrera fue relativamente divertida… si te aburres, es mejor que te compres una Leica. Con ella te lo pasarás mejor.

Fotos: Pixabay | Mercedes AMG F1

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