Virutas F1Pasen por caja
Durante el primer Gran Premio de Europa ocurrió algo que sacó de sus casillas a Bernie Ecclestone. La prueba inaugural, de las cinco que la Fórmula 1 disputó en el puerto de Valencia, fue la más accidental por motivos diversos.
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Publicado: 25/07/2023 17:30
La inexperiencia en un evento de este calibre pagó su cuota de imperfecciones en el plano organizativo; con el tiempo, todos los detalles se fueron puliendo. Pero hubo alguien que fue más listo que todos los organizadores, locales o venidos desde fuera: los de la empresa Boluda. Tienen remolcadores, prestan servicios a navieras, y son muy conocidos por su capacidad de transporte marítimo y terrestre. Es, en definitiva, una muy conocida y potente compañía local que se maneja como pez en el agua por aquellos andurriales.
Con base en las inmediaciones, debieron asistir al regulado evento previo como entrenamiento libre de lo que acabaría siendo un Gran Premio de Fórmula 1. FIA obliga los nuevos destinos a organizar una carrera internacional en cada destino que albergue una carrera de la máxima categoría. Ese papel le tocó al Campeonato de España de Fórmula 3, prueba que ganó Jaime Alguersuari Jr. Se conoce que los de Boluda tomaron nota de espacios, accesos, y posibilidades, porque a la primera de cambio en la F1, movieron ficha y sacaron una histórica tajada gracias a su profundo conocimiento del terreno.
En la sesión de Libres 1 de aquel viernes 22 de agosto, el responsable de la publicidad del evento, pegó un salto en su asiento cuando observó algo que no debería estar viendo. La cámara principal, la más importante de todas, la que apuntaba a la recta de meta, estaba sacando algo que no debería estar allí. El plano mostraba de izquierda a derecha la calle de boxes, en medio el asfalto, a la derecha la tribuna principal… y al fondo, un gigantesco cartel de color rojo ladrillo y que con letras blancas anunciaba algo: la empresa de Vicente Boluda.
El que fuera presidente interino del Real Madrid al año siguiente, le había metido un gol por la escuadra a uno de los mecanismos comerciales más pulidos del planeta. Había pillado un gigantesco plafón con el letrero de su compañía, y lo había elevado con una enorme grúa hasta lo que era el fondo de la imagen que la F1 emitía a todo el mundo. Dicho de otro modo: publicidad planetaria de balde, por la patilla, lograda con medios propios, y seguramente plantando la maquinaria en terrenos incluso de su propiedad, o al menos de su control.
Al día siguiente el truco del almendruco no funcionó. Los gestores de la publicidad se encargaron de poner un letrero lo suficientemente grande como para ocultar el cartel de Boluda. En lo sucesivo, la Fórmula 1 dispuso de un fondo específico, colocado allí para eludir al okupa promocional. A ese segundo letrero le sacaron una buena tajada en forma de anuncio publicitario de pago.
Las Vegas
Lo que pasó en Valencia, no se quedó en Valencia, sino que parece que se ha transmitido a Las Vegas. La Fórmula 1 va a montar un espectáculo del carajo-la-vela por sus calles, y los Boludas locales ya tienen sus letreros preparados. En los letreros dice «tengo un hotel, un comedero, o una terraza con vistas a la carrera, y se las puedo reservar al nada módico precio de muchos taquitos de billetes». Los de la F1 se han enfurruñado al ver que a coste cero, todos esos señores se van a poner las botas de cowboy a cuenta de un negocio al que no aportan nada.
Y ante la acción, la reacción. Justo como un reactor, los promotores del evento han remitido una carta a todos los empresarios de los negocios aledaños pidiendo 1.500 dólares por barba a modo de tasa impositiva. Es una diatriba interesante, porque si ciertamente estos señores van a hacer su agosto con la presencia de un espectáculo gratuito, a ellos tampoco les preguntaron cuando montaron su circo por la calle a la que ellos contribuyeron con sus bien pagados impuestos y molestias correspondientes. Los organizadores han amenazado a estos destinos con interponer algún tipo de cartel como el que le pusieron a Boluda en Valencia, o unos deslumbrantes focos, y que nadie pueda ver nada. Lo dejan clarinete: «o me pagas, o la carrera va al río». Menuda jugarreta de última hora para todos aquellos que ya vendieron su producto con antelación, sin contar con este impuesto revolucionario.
La exposición de la jugada se resume en dos frases extraídas de la misiva que han recibido sus destinatarios:
«Las Vegas Grand Prix hará todos los esfuerzos razonables para mantener la visibilidad desde el local del licenciatario hasta la pista/carrera», tal y como publica The New York Post. A esto añaden otra píldora, del calibre de las que se les pueden dar sin disimulos a un mamut, que reza como sigue: «La cuota de la licencia será igual a la ocupación máxima del local del licenciatario multiplicada por 1.500 dólares». Dicho de otra manera: les venden a precio de oro tribunas VIP a las que las tienen por defecto en las cunetas de la pista, sin poder tampoco escapar de esta circunstancia. El negocio ya estaba allí cuando llegaron los de las carreras, y esto les ha caído tan de sorpresa como la propia carrera.
El tema forma parte de una diatriba interesante porque podría servir de precedente para futuras citas en otros destinos, y donde a día de hoy ni ocurre, ni pasa por la cabeza de nadie. En Bakú nada se pide a los propietarios de balcones, que usan o alguna a su capricho. O en Mónaco, donde los negocios aledaños a la pista no ponen nada. Tampoco el hotel Viceroy, pegado a la pista de Abu Dabi apoquina nada a pesar de que cobra sus habitaciones por encima de los mil maravedíes cuando los carreristas asoman por allí.
La muy previsible llegada de más pistas urbanas llevará esto más allá, y puede cambiar el lenguaje de este negocio. El vecino que se come los inconvenientes, de semanas de atascos, calles cortadas, y aparcar lejos, ¿debería pagar además la entrada por ver los coches pasar si además no le interesan? ¿Y si le interesan si? ¿Y si invita a sus cuñados? ¿Puede o no alquilar su balcón? Es que esto ya se hizo en Valencia, y el que llegó no fue Bernie Ecclestone con más plafones como para tapar los de Boluda, sino el Tío Sam ibérico: Hacienda.
España es un país imperfecto, pero hay dos cosas que muy rara vez fallan: La Guardia Civil y la Agencia Tributaria. Si los vecinos de la avenida del Doctor Juan José Dómine hubieran recibido la visita de La Benemérita, se hubiera asustado; entraron poco menos que en pánico, cuando pegaron en la puerta los inspectores de Hacienda. Fueron varias comunidades de vecinos las que tuvieron que dar explicaciones a los de los impuestos por haber alquilado terrazas, piscinas en azoteas, y pisos. Si ganas pasta, pagas pasta, amiguete, que así es como funciona esto, te guste o no. Lo que pareció un negocio redondo, se empañó a la hora de cuadrar la cuenta final.
En Las Vegas lidian con el IRS —el mellizo fiscal del gobierno de Joe Biden—, los impuestos municipales, la Comisión del Juego de Nevada, y hasta con los agentes del CSI si fuera necesario, pero ninguno esperaba esto. Para el vecindario, la Fórmula 1 es en maná caído del cielo, y el capo comercial del evento —Greg Maffei— dejó caer que la facturación de su verbena podría rondar los 500 millones de euros. Lo que no dijo es que esa media tonelada de billetes tendría que caer a sus bolsillos y no a los de los demás.
Se aviene jaleo legal, y será interesante saber que acaba ocurriendo. Los tribunales de justicia norteamericanos suelen dictaminar muy rápido, sobre todo cuando estas cosas son previsibles. Y resulta interesante, porque lo que ocurra allí podría tener reflejo en otros destinos. Avaricia o no, el tema puede convertirse en un verdadero jaleo legal a aquellos que tengan reservas hechas y probablemente hasta pagadas… a las que ahora tendrán/tendrían que incrementar su precio en 1.500 dólares si no quieren perder el dinero previsto en un principio.
En 1988 el que esto escribe estuvo en el primer Gran Premio de España en el Circuito de Jerez. En las puertas fue asaltado por un tipo de melena a lo Camarón de la Isla, barba de cuatro días y una chaqueta de cuero que parecía dos tallas más grandes de las necesarias. A saber de donde la habría sacado. El tipo hizo una oferta en firme al grupo, enseñando unas tenazas que agitaba en el aire. «Por 500 pesetas (tres euros) os abro un agujero en la valla». En Las Vegas, el agujero en la valla más costoso, es el que ofrece a un grupo de doce personas el hotel casino Caesar´s Palace, a cambio de 5 millones de dólares, unas cuantas veces más. La otra diferencia es que los organizadores no se enfadarán con el César, porque se llevan su parte. Ahí está el eje de todo, que esto es un negocio.