Virutas F1Retratar en tiempos revueltos
Hace poco un reportero holandés de la Fórmula 1 solicitó una entrevista con Franz Tost. El austriaco invitó al periodista a entrar al hospitality de AlphaTauri, y con toda la mala leche pero delatando lo prohibido, un compañero de la competencia inmortalizó la escena desde enfrente.
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Publicado: 22/08/2021 17:30
Este inocente cuadro no tendría nada de malo en condiciones normales, pero desde 11 de marzo de 2020, día en que Tedros Adhanom Ghebreyesus responsable último de la OMS declaró el estado de pandemia, nada es normal. Por eso poca o muy poca gracia le hizo a un representante de FIA observar a aquel tipo saltarse la estricta regla que impide a los no pertenecientes a una escudería entrar en sus instalaciones por muy temporales que sean. Las regulaciones pandémicas lo dicen claro: a menos que no formes parte del equipo no se puede acceder a sus efímeras edificaciones.
La sentencia fue rápida e inapelable en tribunal alguno… pase suspendido durante dos Grandes Premios. Cuentan que el holandés llevaba muy baja su cabeza mientras los de seguridad lo acompañaban al exterior del circuito, igual que un niño al que han dejado sin postre después de una trastada. Acto seguido y sin posibilidad alguna de redención a corto plazo se volvió a Amsterdam para seguir las carreras desde casa, hinchándose de bitterballen con mostaza y cerveza, pero a solas en su salón con su perro como única compañía.
La correa que FIA y Liberty han puesto a los que nos traen noticias frescas de las carreras está formada por eslabones de cromo-vanadio chapados en granito. No permiten elongación ni estiramiento alguno, y su dureza es solo comparable a la de la Semana Fantástica que cada año se gasta la Legión de Ronda.
Esa cifra anda en estos tiempos cercana al centenar, pero malamente lo alcanza
En pandemia andar viajando por el mundo, meterse en aviones con desconocidos, rodeado de personas que en ocasiones falsean sus test para poder ir a ver a su novia (y cosas más mundanas) hacen de esto una profesión de riesgo. Las vacunas reducen en muchísimo la afección del virus, pero no son infalibles. Es por ello y por temor a que se joda el invento en el paddock te hacen dos test cada fin de semana; uno nada más llegar y otro que suele ser el viernes, de control. Cuando alguien da positivo de la que aterriza se le receta un encierro hotelero durante las dos semanas preceptivas, algo que ha ocurrido ya a muchos enviados especiales; algunos de ellos incluso hospitalizados y con neumonías bilaterales, así que poca broma. Mucho peor es cuando el positivo es señalado en el segundo test. Las alarmas redoblan su intensidad porque es señal de que se han infectado dentro de la burbuja. A cuenta de todo este jaleo los que pastan por los circuitos y que van de anotarios, de anotar, sólo pueden pisar los espacios asignados. Son muchos menos que los habituales, y consisten solo en ir del aeropuerto al hotel, y de allí al circuito; nada de salirse de ese ecosistema cerrado so pena de que te pase lo que a aquellos dos alemanes. En Silverstone decidieron escaparse del corral para ir a trasegarse unas pintas de rubia cerveza. De alguna manera fueron pillados in fraganti y a cambio sus pases fueron invalidados por dos razones: quedar fuera de manera preventiva, y que se pensasen un poco mejor lo de frotarse las limitaciones por la entrepierna. La prescripción federativa fue dos grandes premios de enviados especiales a su domicilio particular… y luego a ver cómo os portáis.
La bandada de grullas reporteriles habituales en un Gran Premio europeo roza el millar entre gentes de la tele, foteros y plumillas. La cifra mengua según te alejas del viejo continente y el coste del viaje se eleva. Hay mucho freelance, personal de medios de menor entidad, o los sobrevenidos de revistas electrónicas con mucho músculo mediático aunque menor peso histórico a los que deciden no expedir. Esa cifra anda en estos tiempos cercana al centenar, pero malamente lo alcanza. Las mesas de trabajo separadas entre sí, con gente que realiza extraños giros de cadera ante curvas invisibles a la hora de cruzarse con amigos de toda la vida, son moneda común en las ahora desérticas salas de prensa.
Al principio era aún peor, los escribanos solo podían estar sentados en sus mesas, y para entrevistar al que estaba en la sala de al lado, videoconferencia. Ahora ha cambiado algo, pero poco. Ya permiten que zascandileen un poco más allá pero no mucho, siempre y cuando tengan una prueba PCR negativa validada como mucho en las 24 horas previas. Ah, y de contacto con pilotos o jefes de equipo nada de nada. Que se lo digan a aquel representante de una agencia de noticias que se hizo un selfie con un piloto, ya amigo tras años de roce, al que casi quitan su pase para todo lo que queda de temporada. «Eso está forbidden, prohibido, compadre», le dijeron y casi le cuesta uno de los disgustos de su vida ante la posible y súbita desaparición de la llave de acceso a su modus vivendi. El tema no deja de tener cierta enjundia porque con ese piloto con el que no puedes ni tocarte con un palo en el paddock, más tarde vas a cenar en el comedero del hotel, porque os alojáis en el mismo y dormís en el mismo pasillo. Una absurdez.
¿Comer? No, tampoco puedes salir del circuito para comer, ni irte a los hospitalities de las escuderías a que te echen algo del menú, así que los organizadores suelen montar un buffet para los presentes. A veces es tan triste, como en Mónaco, que alguien se las compuso y a escondidas metió como pudo unas bolsas pilladas poco menos que de estraperlo en un McDonalds cercano. Los que no pillaron de aquello echaban una mirada repleta de envidia a aquellos que comían caliente, mientras roían sus tristes bocatas de chopped frío… comida de gasolinera.
Los que peor lo llevan son los foteros. Un redactor hasta podría realizar su trabajo desde casa. Haces un par de llamadas a las personas adecuadas, echas mano de unas declaraciones públicas de un piloto, le pegas algo que alguien te sopló al oído, y puedes crear algo realmente bueno. Pero un fotógrafo desde casa lo más lejos que llega es a hacer fotos a la vecina de enfrente, esa que se asoma de vez en cuando por su ventana. La ruina ruinosa les llega sin producto que vender, y si de manera habitual se acreditan no menos de un centenar de Canonistas o Nikonistas, marcas mayoritarias en el paddock, ahora el lote completo apenas llega a la veintena. Sus reglas son más delirantes si cabe, al loro. Los fotógrafos independientes están fuera, no hay fiesta para ellos. Solo campan por las pistas los de agencias establecidas y los asignados a los equipos. ¿Esto que quiere decir? Que las escuderías visten con sus colores a los fotógrafos ‘de plantilla’ para que hagan las tareas promocionales que les sirvan de plataforma de comunicación, por cuestiones publicitarias, y con ello remiten imágenes a los medios que las requieran. Esos foteros, a veces cámaras de vídeo, han de ir mimetizados con uniforme de cada equipo, y permanecer en pista todo el fin de semana o dentro del box o en su defecto en el espacio del muro asignado a la formación. El fotógrafo que asuma esa tarea ha de estar en esa posición todo el fin de semana y no salir de ese espacio. Solo puede estar ahí y en los vehículos del equipo; en el paddock solo para ir de un lado a otro. Si por alguna circunstancia ha de salir de ese microcosmos no podrá volver a entrar. Por norma general este suele ser el que al acabar todo el jaleo el domingo se acerca al llamado ‘corralito’ en el que los pilotos atienden a los medios tras la prueba. Apenas media docena de televisiones mandan personal, pero los fotógrafos de los equipos, uniformados debidamente, si tienen permiso para retratar a sus chicos.
«¡Cheeeee…! ¿Qué haces? No te pases un pelo que ese no es tuyo».
Esto es lo que los encargados dicen y no de manera amable al hipotético fotógrafo de Red Bull que saca una foto de Mick Schumacher, que es de otro negociado. «¡A lo tuyo!», rematan en un perfecto inglés los agentes del tráfico padoquero. Peor lo pasan los asignados a la pista, porque esos tienen sus propias y restrictivas reglas. Si vas a la pista solo-vas-a-la-pista, nada de boxes, ni pitlane, ni flautas en vinagre. Es más, se les asigna un shuttle, un microbús para desplazarse por los viales y sólo pueden moverse en ese. Si pasa otro que no es el suyo, no pueden ni echarle el alto, ni subirse a él. Si el shuttle está al otro lado de la pista porque uno de los fotógrafos decidió irse allí, te tienes que esperar a que venga, para lo que te suelen dejar el teléfono del chófer. Ah, y de moverte de la curva donde te dejaron ni mijita. Tu sitio es ese y de ahí no puedes moverte demasiado. El problema adquiere tintes de película de cine mudo cuando eres consciente, como en Silverstone, que las zonas por las que transitas, o directamente en las que te plantas a realizar tu tarea, están rodeadas de público, ajenísimo a todo eso de la burbuja. Si lo piensas un poco se te queda cara de idiota si eres uno de los implicados.
Añade a todo esto la App TrustOne que manejan todos los habitantes del paddock donde quedan registradas todas las pruebas, test, vacunas y registros sanitarios. Móvil en mano han de ir mostrándola a cada poco so pena de que te lean la cartilla o pases a un estatus menos favorable si no cumples los requisitos.
Epílogo:
Un buen día la pandemia acabará, la enfermedad será tratada como algo residual, seguramente y gracias a la medicina una enfermedad muy menor, pero va a cambiar cosas. Lo dijo Loquillo, que ‘saldríamos mejores’. No queda claro que vaya a ser así pero todo apunta a que si saldremos distintos. La respuesta a la no pregunta es que todo esto de los medios va a cambiar. La comodidad para el organizador de tener muchas menos moscas alrededor, los gastos recortados para los medios menos pudientes, televisiones que antes remitían a un ejército y ahora solo a tres personas o puede que a nadie, hacen de todo esto un escenario y del que muchos van a tomar nota. El siguiente paso es que lo que nos llegue será con toda seguridad más pobre. Ay.