Un Papa y la Fórmula 1: Juan Pablo II, Enzo Ferrari y una visita a Maranello

Han sido muchos los Papas que han recibido visitas de pilotos y equipos en el Vaticano, así como regalos, desde volantes a coches, muchos de ellos para subasta. Pero hubo una vez que un Papa fue el que visitó la sede de un equipo y tuvo el expreso deseo de encontrar a su creador.

Un Papa y la Fórmula 1: Juan Pablo II, Enzo Ferrari y una visita a Maranello
Juan Pablo II se sube al Ferrari Mondial cabrio junto a Piero Ferrari - Foto: Ferrari / Ferrari.com

11 min. lectura

Publicado: 23/04/2025 19:00

Eso sería el 4 de junio de 1988, pero la historia acabó siendo mucho más complicada que la prevista visita papal. En el fondo, era el encuentro de dos figuras capitales en sus ámbitos: Enzo Ferrari y el Santo Padre, dos símbolos no sólo de Italia, sino del mundo.

Enzo Ferrari y la religión

Pero Enzo Ferrari había perdido la fe. Nunca había sido un gran practicante, como recuerda su hijo Piero: «No iba a la iglesia y no era practicante. Pero tenía una relación especial con algunos religiosos. Era más la relación con la persona lo que le interesaba. Esa persona que tenía algo que decir y que podía transmitir algo. De hecho, el padre Clerici fue un personaje importante en su vida.»

Al padre Alberto Clerici quizás se le deba que Ferrari sea hoy Ferrari. Este clérigo responsable de la Abadía de Santa María del Monte de la ciudad de Cesena, en la Emilia Romaña. Tras la tragedia de la Mille Miglia de 1957, Enzo Ferrari estuvo encerrado en su oficina una semana, debatiendo si seguir con una actividad capaz de matar a nueve personas, entre ellas cinco niños.

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A eso se unía el dolor pesante de la pérdida de su hijo en junio de 1956. Pero tras esa semana, llamó a Romolo Tavoni para acudir a las 4 de la mañana y subir al Ferrari que condujo el propio Enzo, con dirección a Cesena. Allí se encontró con Clerici y le confesó que iba dejar su actividad. El clérigo le reconfortó y convenció con las siguientes palabras: «Tu, como todo ser humano, has recibido del Señor tus talentos y eres brillante haciendo coches especiales. Escapar de la responsabilidad no es nunca una solución. Debes seguir adelante.»

Y Enzo, con la fe en Dios perdida, siguió adelante, asumiendo incluso que el periódico oficial del Vaticano, L’Osservatore Romano, lo catalogara de «Saturno que devora a sus hijos», lo que fue un duro golpe. Pero la religión siguió alrededor de Ferrari, visitando cada día la tumba de su hijo, o con la boda en 1968 de Piero precisamente en la misma santa María del Monte de Cesena, oficiada por el padre Clerici.

La visita de Juan Pablo II

Enzo Ferrari tuvo, podría decirse, un repunte de fe con el polaco Karol Wojtyla, que desde 1978 era el Papa Juan Pablo II. Con el intento de asesinato perpetrado por Ali Agka en 1981, Enzo Ferrari volvió a rezar un Ave María rogando por la sanación de un Papa al que consideraba de gran virtud: «Es la única persona en el mundo que habla con autoridad y no se deja condicionar por nadie.»

Su sorpresa fue cuando el 1 de febrero de 1988, a punto de cumplir los 90 años, Juan Pablo II anunció que el 3 y 4 junio visitaría Módena y Maranello, y había pedido específicamente encontrarse con Enzo Ferrari, que habría reconocido a sus más allegados que con este Papa podría confesarse.

Sin embargo, en el mes de mayo la salud de Il Commendatore empeoró, hasta el punto de no ir a la fábrica. La rumorología contaba que Ferrari ya no mandaba en Ferrari, y eso lo quiso remediar el 1 de junio, con una visita a su oficina reuniéndose con sus colaboradores. Al día siguiente descansó, pero el día 3 se reunió con la comitiva vaticana para conocer el programa previsto al día siguiente.

El plan era que el sábado 4 de junio, a las 12:30 horas, Enzo Ferrari y Juan Pablo II se encontrasen de forma privada en la casa de Fiorano. Pero por la tarde del día 3, Ferrari empezó a tener fiebre, que no había remitido al día siguiente, lo que obligó a su médico a recomendarle quedarse en casa. El encuentro no iba a ser posible.

El día anterior, el párroco de la fábrica de Ferrari, Galasso Andreoli, había visitado a Ferrari en su casa para preparar la visita papal. Pero Enzo le confesó que no sería posible acudir. Pero le hizo saber que había un regalo para el Santo Padre: «Se que al Papa le gustan los relojes, así que le he hecho hacer uno específico para él, de una fábrica suiza, y mañana hago que se lo den.»

Andreoli siempre se había preocupado por el alma de Ferrari, al que había felicitado siempre por sus victorias y pedido que dedicase tiempo también para su alma. Il Commendatore, en un telegrama el 11 de agosto de 1972, le contestó que «de la carrera celeste mi preparación y puesta punto está en angustiosa espera del rayo que ilumine el camino justo todavía desconocido.»

Juan Pablo II acudió a Maranello, con veinte mil personas presentes. Piero Ferrari, el presidente Vittorio Ghidella, los pilotos Gerhard Berger y Michele Alboreto, el director deportivo Marco Piccinini, o también el español Joan Villadelprat, estaban entre los presentes. Y entonces se produjo un hecho inédito y curioso.

Juan Pablo II observa el Ferrari F187C de 1988, y al fondo con bigote, Joan Villadelprat - Foto: Ferrari / Ferrari.com

Al llegar en helicóptero a las 9:45 horas, el Papa vio el Toyota blanco que usaba como papamóvil. Pero no quiso usarlo. El momento lo cuenta el mismo Piero Ferrari: «Y preguntó al moonseñor Stanislao Dziwisz: ‘¿Cómo es que hoy no tenemos un Ferrari?’. El monseñor vino a mí, y me dijo: ‘¿Podemos obtener un Ferrari para Su Santidad?’. Le dije a un ayudante: ‘¡Encuéntrame un Mondial cabrio!’. El coche llegó, y tras la misa, quiso dar una vuelta con el Ferrari. Yo conducía, y estaba muy preocupado, porque el coche estaba en reserva. Pero lo conseguimos.”

Se trataba del Ferrari Mondial cabrio chasis 77848, de imprescindible color ‘rosso corsa’ con interior beige, motor V8 de 3.2 litros y 270 caballos. Un modelo que no fue el éxito esperado, pero que de repente tenía de pie al Santo Padre, dando una vuelta al circuito de Fiorano. El coche en concreto pasó por varias manos hasta que fue adquirido por el coleccionista holandés Almar Gouweloos, que el pasado 14 de enero lo anunció a la venta por 6 millones de euros. El coche ha estado expuesto en el Museo Ferrari y también en el del príncipe de Mónaco.

La imagen era -y lo sigue siendo- de una potencia absoluta. Y así lo consideraba la prensa, en preguntas a Ghidella, que respondía prudente: «Creo que este evento le ha gustado a los creyentes y a los ateos. Ha dicho aquello que un Papa moderno debe decir.»

El Papa observó algunos modelos expuestos. El Ferrari F187C de la temporada 1988, el 500, el F40, la réplica recién realizada del primer Ferrari, el 125C, y preguntaba por la velocidad de estos coches. Cuando Alboreto y Berger le comentaron que el Fórmula 1 superaba los 300 kilómetros por hora, Juan Pablo II respondía con gestos de estupefacción.

Tras la misa, fue llevado a una sala apartada, le esperaba una llamada. Al otro lado del teléfono, Enzo Ferrari. Dicen que el anciano estaba emocionado, y Dino Tagliazucchi, su chófer, recuerda que dijo estas palabras:

«No soy un buen católico y no he rezado nunca, pero cada noche, antes de dormirme, pienso en las personas que me son queridas, aquellas que he perdido y aquellas que me son cercanas, y cuando lo vi caído en la Plaza de San Pedro tras el atentado, le he incluido también a usted en mis pensamientos. Me disgusta no haber podido encontrarme con usted.»

El Ferrari Mondial usado por el Papa, expuesto en Maranello en 2022 - Foto: Ferrari / Museo Ferrari / Ferrari.com

Más allá de este recuerdo, nunca han trascendido las palabras que se dijeron en una conversación breve, en la que sobre todo habló el Papa, y de la que sólo queda una fotografía hecha por Piero Ferrari de Juan Pablo II en el momento en que hablaba con Il Commendatore.

La imaginación es libre, pero se puede pensar que hubo una confesión, un consuelo a un hombre enfermo. Que ya no se le consideraba aquél Saturno endiablado y que su culpa por haber sobrevivido -frase emblemática de Enzo- era perdonada. Pero eso son sólo elucubraciones. Juan Pablo II, el Papa, había rendido visita a la sede de Enzo Ferrari, y no al revés. El 14 de agosto de ese año, Enzo Anselmo Giuseppe Maria Ferrari encontró el camino justo de su carrera celeste.

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