Virutas F1El viaje inacabado de Dani Juncadella
Un podio es como un apartamento veraniego en una zona de playa. Sabes que es prestado, que no te puedes quedar allí para siempre, que a fin de mes saldrás de él… pero al salir por la puerta lo interesante no es qué puedes haberte dejado dentro, sino lo que ese apartamento ha dejado dentro de ti.
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Publicado: 31/07/2018 11:30
La semana en que Dani Juncadella visitó ‘su apartamento’ empezó de una forma rara y algo inesperada. Aquel noviembre de 2011 acudió junto a su hermano Álvaro a disputar una de las carreras más míticas del calendario global: Macao. Al igual que aquella era una experiencia nada normal, la semana que comenzaba tampoco lo fue. Cuando se hacen viajes tan largos siempre se llega con mucha antelación para aclimatarse a la temperatura, el cambio horario, los ritmos vitales y el jet lag. Dani y Álvaro quisieron visitar uno de sus innumerables casinos y apostaron algo de dinero en la ruleta, un juego de azar en el que es mucho más fácil perder que ganar y ganaron. Al día siguiente volvieron y ganaron de nuevo. El tercer día quisieron repetir y contra todo pronóstico ganaron una vez más. No se lo podían creer, todos los días se llevaban algo al hotel. Era una señal.
De forma homónima los entrenos del minigranpremio comenzaron muy bien. Todo comenzó a torcerse al final de la sesión clasificatoria. Juncadella perdió el control de su mecánica, se estrelló contra las protecciones y el monoplaza quedó dañado. El renqueante F3 pudo alcanzar la zona a duras penas y los mecánicos hicieron lo que en sus manos estuvo, pero el bólido estaba malherido. Sin capacidad ni tiempo para mejorar su registro clasificó 14º, menudo desastre. El castigo mental fue de orden mayor, se marchó al hotel y estuvo llorando un buen rato maldiciendo su mala pata. Para colmo de males, a su posición en parrilla hubo que sumarle tres puestos de sanción por realizar maniobras indebidas en periodo de bandera amarilla.
Dani quedó hundido en la parrilla de una pista en la que adelantar es poco menos que un sueño lejano. La sorpresa, el golpe de suerte, llegó con una llamada a su teléfono móvil. Con los ojos muy rojos leyó en la pantalla de su iPhone el nombre del jefe de equipo y contestó secándose las lágrimas para escuchar “¡mañana sales P11! Han sancionado a una pila de tíos que hicieron la trastada de las banderas amarillas detrás de ti y has adelantado de golpe a seis”. No se lo podía creer, fue como dar oxígeno a un ahogado. Al día siguiente, en la carrera de sábado, hubo suerte y contra todo pronóstico acabó sexto. El aire tenía otro color, llegaron las palmadas en la espalda y el disgusto del día anterior se convirtió en sonrisas de satisfacción. Si en el casino de la vida le tocó ganar esa misma noche, en el del dinero volvió a llevarse un pequeño puñado de billetes para el hotel. Todo rodado.
En la carrera del domingo la cuota de fortuna llegó en forma de Safety Car, en la larga recta se puso primero y así hasta ocupar la zona superior de uno de los podios más ilustres de la velocidad planetaria. Lo mejor no fue recoger aquel trofeo dorado con forma de flor, sino lo que se desarrolló dentro de su cabeza: confianza, seguridad en sus manos y el aplomo necesario que le hacía acreedor de un escalón superior. De golpe había crecido por dentro. Si hasta entonces todo era lotería, este triunfo afirmaba sin palabras: “Estoy aquí, sirvo para esto y ya estoy al nivel de los que se ganaron su puesto en la F1”.
La psique de un piloto, un tipo de deportista que depende en gran medida de una miríada de elementos que no puede controlar, es materia sensible. Pilotar es un estado mental y cuando se sale por la puerta grande se crece. Los problemas llegan cuando se tropieza con una tapia de ladrillo sin encalar y esto fue lo que le ocurrió a continuación. El problema es que tras lo de Macao no pasó nada. No hubo oportunidades de oro, ni contratos fulgurantes, el teléfono de sus representantes permaneció en silencio. Las circunstancias y el momento deportivo no le necesitaban y aunque esto no le pasó factura de forma directa, lo peor que puede ocurrirle a un piloto es que se quede varado en mitad de ninguna parte. Que no pasara nada no fue un revés pero no era lo esperado.
Después llegó el título de la F3 europea con otro de esos chutes de alto octanaje: se ganó un paseo en un Ferrari F1, su primera vez en un coche así. Lo mejor no fue la visita VIP a Maranello, el excelente trato deparado por los de Ejército Rojo o ni siquiera la experiencia en Vallelunga. Lo mejor de todo tampoco fue haber superado a Jules Bianchi, que rodó en las mismas condiciones un par de semanas antes, o el segundo y pico que le calzó en la misma mañana al ganador de la F3 italiana, que se estrenaba como él. Lo mejor fue ver a los técnicos encarnados moverse a su alrededor, haciéndole preguntas y mirando los datos con detenimiento. Aquellas caras incrédulas que de golpe se giraban hacia él, mientras se bajaba con parsimonia del coche con el deseo nada secreto de intentar quedarse dentro del ingenio rojo el máximo tiempo posible. “Ese fue sin duda el mejor día de mi vida. Me vi por primera vez en la F1 porque no es que estuviera en un F1, sino en un Ferrari y esto es muy especial. Recuerdo cada instante de aquel día. Fue increíble”.
La teoría del causa-efecto llegó rápidamente con una frase cuyo eco aún resuena: “Queremos hablar contigo para el año que viene”, escuchó aquella misma jornada. ‘El año que viene’ se convirtió en que Mercedes, marca con la que mantenía relación, le destinó en un ciclo de cuatro años en el DTM. No era la Fórmula 1, pero con un equipo en la máxima categoría y con pilotos del certamen de turismos germano rondando la cúspide del motorsport, supuso que aterrizar le sería más fácil. De hecho su gran día estaba a punto de llegar, aunque el destino le tenía preparada una amarga jugarreta.
Una buena mañana de 2013 todos nos levantamos con unas fotos que mostraban un Mercedes rodando en Montmeló en mitad de la temporada, algo radicalmente prohibido por FIA. ¿Entrenamientos privados en mitad de la temporada? Pues sí. Y los federativos miraron para otro lado. El resto de equipos se quejaron, hicieron ruido y los reguladores dijeron: “De acuerdo, que en los próximos test de jóvenes pilotos de Silverstone los Mercedes no rueden y el resto sí, y de esta manera compensamos (y si alguien experimenta con algo igual nos despistamos un poco)”. El que quedó completamente despistado fue el asiento a medida de Juncadella, preparado y listo para rodar en aquellos test y que nunca estrenó. Otro palo del destino en las ruedas.
Los de Sir Frank no acababan de decidirse y como plan B recaló en Force India como piloto de viernes
Del plof pasó al yupi en una montaña rusa emocional, cuando le dejaron pasearse con un Williams en esos mismos test. Los de Grove acumulaban problemas con unos compuestos que reventaban como globos de feria puestos al sol y Pirelli llevó un compuesto que hizo rodar a nuestro hombre más rápido que Valtteri Bottas durante el GP. Incluso Pastor Maldonado fue más lento un día más tarde. Los de Williams sonrieron, le mostraron la puerta medio abierta y pasó una de esas cosas que a veces ocurren. Los de Sir Frank no acababan de decidirse y como plan B recaló en Force India como piloto de viernes, algo es algo. Una mañana la voz de Claire Williams sonó. “Hola Dani, tras mucho hablar con los ingenieros, hemos pensado que queremos que seas nuestro tercer piloto”. Subidón, pero con caldero de agua. La respuesta fue: “Llegáis tarde, ya estoy con los indios”.
El aterrizaje en Force India fue fluido, pero todo era nuevo. Nuevos procedimientos, nuevas caras y un Hulk y un Checo en estado de gracia. Rodar sí que rodaba los viernes, pero lo que en un principio podría ser un trampolín se convirtió en un suplicio. Apenas seis u ocho vueltas por jornada con un coche que no conocía sin test previos, con ruedas experimentales, con más de la mitad del tiempo probando cosas como velocidad constante o datos técnicos. No era divertido porque apenas podía dar dos o puede que tres vueltas rápido en un viernes afortunado.
El resto del fin de semana empezaba a ser tedioso sin nada que hacer. Los medios dejaron de hacer preguntas, nadie hablaba de él, o lo que es peor, demostrando que era poco menos que un inútil. No es que lo fuera, es que pasada la primera media hora del viernes los pilotos titulares salían con gomas, hacían tiempos y Dani quedaba condenado a ver sus registros en las profundidades de una tabla que mostraba una realidad distorsionada. “No te lo vas a creer, pero estaba allí y deseaba largarme, no volver. No quería estar en la Fórmula 1, o no así al menos. Era cualquier cosa menos divertido. Las primeras carreras eran geniales, pero luego me aburría, me desanimaba y echaba de menos cuando competía, cuando corría de verdad. Aquello no era rodar, no era correr, era dar vueltas moviendo un coche que adquiría datos para usarlos más tarde”.
A partir de ahí su espíritu deportivo chocó con la política, los intereses y lo intrincado de un ecosistema complejo. La F1 le provocó un bajón y la vuelta al DTM fue casi un alivio. En 2016 no encontró la química necesaria con su equipo y esto se tradujo en la peor temporada de su carrera deportiva hasta el punto de barajar el abandono de cualquier actividad relacionada con los coches. No se entendía con sus ingenieros y la desconfianza con los mecánicos le llevaron a querer alejarse de allí. “Vámonos de aquí, Dani, vamos a buscar el disfrute en las carreras ya que ni resultados, ni diversión”, y buscó cobijo en las Blancpain de la mano de Mercedes. La marca vio unos excelentes resultados y tras alguna victoria le quiso repescar para el DTM. Pero algo cambió. El volver a los orígenes, el no anteponer los resultados y sí plantearse las carreras de otra forma, cambiaron algo dentro de su cabeza. El plan no era ganar sino competir, disfrutar de los viajes, no ser ambicioso sino divertirse, buscar las sensaciones de su época del Karting y ese fue el secreto. Añadió algo más, un arma secreta: Nathalie.
Mitad alemana y mitad española, Nathalie Garcia escudriñó en largas conversaciones por Skype la circuitería interna de Dani
Mitad alemana y mitad española, Nathalie Garcia escudriñó en largas conversaciones por Skype la circuitería interna de Dani. La psicóloga deportiva afincada en Gerona cambió rutinas, su posición mental a la hora de trabajar, que se olvidase de expectativas, de resultados, que no mirase las tablas de tiempos sino que buscase mejoras dentro de sí mismo. Con ello llegaron los resultados. Había que analizar su status mental tras cada sesión, si se bajaba del coche alegre o preocupado, si muy estresado o no, si descansaba antes o después de correr. Dani anota en una libreta la telemetría de su organismo. Si estaba nervioso o tranquilo antes de subirse al coche, cómo se quitó ese estrés aquel día, qué había desayunado esa mañana, si durmió bien la noche anterior Juncadella encontró otro tipo de ingeniero para su actividad en pista, pero su única herramienta era una webcam, un altavoz y un micrófono.
Ahora, antes de salir al asfalto, si está calmado se pone música agitada; si está inquieto se pone chillout en un intento de equilibrarse en una curva personal constante. Antes de cada salida hace tres vueltas de ‘visualización’. Busca unos cojines, se echa en alguna parte del un tráiler donde se sienta cómodo, se pone en la postura de pilotar y cierra los ojos para recorrer el trazado al que se enfrenta sin moverse de donde está. Sale a pista con su imaginación sujetando un volante imaginario. Acelera, sube de marchas accionando levas de aire, reduce, frena, gira el volante y se cronometra con el teléfono sus tres vueltas. Al principio de desarrollar esta técnica se topaba diez o hasta quince segundos de diferencia entre giro y giro; ahora es de un segundo o puede que dos, pero no más. Si es así, es que mejoras.
“Esto me ha cambiado completamente, es lo mejor que he hecho en años. Cuando hablas de ir a un psicólogo la gente se cree que es que tienes problemas mentales y no es así, tan solo retocas tu aproximación mental a un evento para ser más eficiente. Ojalá lo hubiera hecho antes”. Dani Juncadella se enfrenta ahora a su siguiente bache deportivo-personal: Mercedes abandona el DTM y el año que viene no tendrá equipo. El barcelonés sonríe, baja la cabeza y la sube para decir: “Seguiré haciendo tres vueltas mentales. En Fórmula E, en otro equipo del DTM, en la Blancpain, el WEC quién sabe. Al final siempre siempre sale algo y es un momento interesante”. En la ruleta de la vida de Dani toca subida, así que lo obvio ahora es sentarse a esperar y ver cuál puede ser su siguiente ‘apartamento’. Sea cual sea, estará mejor amueblado y siempre será mejor crearse el suyo propio que buscar uno disponible.
Fotos: José Manuel Zapico | danieljuncadella.com