Virutas F1Crisis estratégica
“¡Esto con Bernie no pasaba!”, brama el graderío, pero es que pasaban otras cosas. Por primera vez en mucho tiempo, casi décadas, el negocio de la Fórmula 1 pierde dinero. Acostumbrados a crecer en entornos del 10% anual, que en el tercer trimestre se hayan dejado de ganar cuarenta y tres millones de dólares (unos treinta y siete de euros) ha hecho tentarse la cartera a unos pocos.
10 min. lectura
Publicado: 18/12/2017 08:30
Que los equipos pierdan pasta es habitual. En la mayoría de las ocasiones en realidad no la pierden, sino que pasan por temporadas de inversiones y adquisiciones de costosas tecnologías. Por una parte, con ello evitan el látigo fiscal, y se acaban recuperando en planes a varias temporadas vista. Pero que la matriz organizadora palme es un verbo que parece pronunciado en klingon, porque no le suena a nadie. La historia pasa porque del reparto anual de beneficios comen todos; a menos guita, menos a repartir y entonces la radio de Houston chasquea con su preocupante mensaje de “tenemos un problema”.
La realidad es que lo que los equipos ven como un jamón de escayola que masticar estas navidades, Liberty Media lo observa en silencio como una solución. No es que sean idiotas y les parezca bien perder dinero, sino que con un genio de la estrategia como Ross Brawn a bordo sabe que no hay nada como tener a las escuderías buscado el equilibrio para tenerlas controladas. Esta maquiavélica técnica, muy de Ecclestone, parece ser la que va a modular el futuro de las escuderías.
Rebobinemos
Lo que parecía imposible ha ocurrido. Bernie Ecclestone desapareció de la faz del reino que construyó, hizo mutis por el foro, y aunque su espíritu siga sobrevolando el paddock, nadie parece echarle de menos. Liberty Media, empresa norteamericana relacionada con el mundo del espectáculo y los medios de comunicación, se compró el tercer deporte audiovisualmente más seguido del mundo en un momento regulero.
El deporte en sí brilla menos que en otras épocas, sus protagonistas lo fueron más en un tiempo ya pasado, en los últimos años las marcas han huido en desbandada y las que han llegado (Renault o Alfa Romeo) en realidad ya estaban o hay quien piensa que casi mejor que no hubieran venido (Honda). Las audiencias caen de manera paulatina desde hace una década, la gente joven parece poco o nada interesada en los coches, una digitalización real es urgente y el futuro tecnológico de la automoción puede dejar con aspecto de máquinas antediluvianas en unos años. ¿Qué tenemos a cambio? Un logotipo nuevo. Y es que los cambios grandes llevan su tiempo.
Los nuevos amos de la Fórmula 1 quieren pegarle un cambio de arriba a abajo a su nueva criatura y han empezado por hacerle la cirugía estética a su cara visible. El día del intercambio de poderes los recién llegados se encontraron un centenar de contratos metidos en un cajón. Algunos favorecedores, otros algo menos, algunos leoninos, pero en conjunto, todos favorables en el plano financiero. Acuerdos con FIA, acuerdos con promotores o circuitos y acuerdos con patrocinadores cuya facturación neta alimenta en su mayoría los acuerdos con los equipos.
Liberty sabe que la viabilidad en el tiempo de su deporte pasa por una reorganización dineraria y la meta y punto de partida de ese cambio paulatino está puesta en la nochevieja de 2020. En esa fecha casi todos estaremos lamentando el empacho de cinco jotas y gambas, y sujetando una copa de champán y un matasuegras con la zurda, pero si antes no se firma algo similar, las escuderías estarán asistiendo al entierro del último Pacto de la Concordia.
La constitución y ley última de la velocidad, el verdadero pegamento que sujetaba el imperio de Bernie va a sufrir un cambio de orden mayor. Desde que se firmó el primero en 1981 ha sido el andamiaje sobre el que se ha sustentando todo el negocio y desde aquella edición todos los participantes la han acatado sin rechistar. Ahora que se plantea su recomposición mayor, con un nuevo reparto más equitativo, más-para-los-pobres-y-menos-para-los-ricos los pudientes braman porque ven que su época financieramente dorada puede llegar a su fin y con ello otras bagatelas propias de llevar la billetera aligerada.
La clave está en el Pacto de la Concordia, que si en su momento fue la catapulta sobre la que las escuderías vieron crecer sus ingresos de la facturación tras las revueltas de 2009, ahora puede ser su tiro en el pie. Los equipos no tienen un sueldo fijo sino que recaudan un porcentaje sobre beneficios. De manera deseada o no, el tercer trimestre del reinado de Chase Carey ha sido el primer periodo en muuuucho tiempo en que se palma pasta. Esto implica que a finales de año habrá menos para los equipos de manera perfectamente regulada, aceptada y asumida.
Los pudientes braman porque ven que su época financieramente dorada puede llegar a su fin
El problema es que es un escenario inesperado. En Alfa Romeo Sauber han contratado a una veintena de aerodinamicistas, en Renault han duplicado su personal durante el último año y medio y en McLaren han crecido tanto que el parking se les ha quedado pequeño, y el nuevo personal ha de aparcar fuera del recinto parido por Sir Norman Foster. Cada diez minutos una lanzadera pasa por un parking cercano a recoger a sus empleados de menor antigüedad.
La F1 es, o era, un negocio saludable acostumbrado a expandirse como un globo de feria que ahora y ante lo que llega por primera vez en años, va a tener que replegar velas recortar. Esto puede ser malo para los equipos pero una magnífica noticia para Liberty. Una de las premisas y pautas que quisieron imponer nada más llegar fue abaratar el producto. Crear coches de F1 es costosísimo, sólo sirven para un año, y están sujetos a evoluciones constantes de disparatada factura.
Que de golpe los equipos tengan menos dinero es perfecto para cuadrar sus planes porque cuando en la primavera de 2018 las escuderías pasen con la gorra a por su porción de tarta anual no les quedará otra que plegarse ante la tesitura porque es lo que dice en un Pacto de la Concordia que aceptaron y firmaron. Liberty pagó 8.000 millones de dólares por el circo al completo y se sabe que en 2016 la propiedad se embolsó algo más de 400. Si Liberty pierde treinta, cincuenta, o cien al año por facturar menos, sería calderilla y apenas unas monedas a cambio de someter a los equipos y hacerles tragar su plan.
Los amos cumplen con lo prometido sin inversión ni trifulca alguna, los equipos recaudan lo que en la cuenta pone y que en su momento admitieron; esto es lo que hay, colegas. Añade algo más: muchos promotores quieren rebajas en el canon anual, y otros destinos se añadirían si les costase menos. Pongamos que a Chase le pillan en un buen día y tras una copiosa comida y unos pacharanes se descuelga con una rebajita de buena voluntad. Tres millones por aquí, cinco por allá, y al final en los circuitos abren champán y Liberty factura 1.400 en lugar de 1.500, por poner una cifra aleatoria. El organizador apenas sufriría y lo añadiría a la cuenta de gastos por inversión de futuro, mientras que los equipos serían los que padecerían de verdad el roto en sus carteras.
Suena maquiavélico, pero la F1 es cualquier cosa menos un patio de colegio y sólo con decisiones firmes, de amplia mira y consecuencias graves, se puede dirigir a esa reata de pirañas capaces de dejar pelado el cadáver de un tanque Leopard hasta que se le vea el esqueleto. Dicen que Bernie era el mejor bombero del mundo de incendios que provocaba él mismo. Sus herederos empresariales tomaron nota en su momento. Siéntate y mira lo que pasa.