Virutas F1SimRacing y competición real: universos paralelos

Viven dentro de Matrix, una realidad paralela pero no la de comprar el pan, pagar recibos y ducharse a diario. Quien piense que se puede bajar de un simulador, por muy buen tiempo que haya hecho en Spa, y puede pilotar un Fórmula 1 y hacer algo relativamente digno, vive en la irrealidad completamente virtual.

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Publicado: 26/08/2017 12:30

Niissan GT-R & Playseat Evolution Alcantara PRO.

Muchos jugones, algunos incluso profesionales, de verdad piensan que esto puede ocurrir, pero se equivocan de lado a lado, de hecho no ocurre. Los videojuegos viven en una edad de bronce porque la de oro, como diría Alonso, está aún por llegar. Su tecnología, el procesamiento de imágenes y el desarrollo de simuladores ha llegado a niveles impensables hace unos años.

El ecosistema de creadores, diseñadores, ingenieros, marcas, consolas e incluso medios de comunicación especializados ha creado una verdadera industria alrededor de las simulaciones de carreras de coches, un ecosistema que seguirá creciendo sin duda hasta el punto de superar en facturación al mundo real. No todo el mundo puede irse a ver las carreras en Malasia, Brasil o Canadá pero raro es el niño (y no tan niño) que no tiene una Playstation o una Xbox en su casa… las carreras virtuales las tiene en su cuarto mientras que las carreras reales las tiene a miles de kilómetros.

Tener una megaconsola en casa, repleta de megas y videojuegos no te concede la Superlicencia para pilotar un Fórmula 1

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La puerta está abierta y Liberty no ha querido perder el tren del futuro marcando las pautas de lo que viene. Carreras digitales de tíos en sus casas corriendo en vivo contra pilotos reales o venta de entradas virtuales para ver desde casa y en 3D con unas gafas desde cualquier asiento de la pista incluido el pitlane o dirección de carrera. Todo esto va a llegar pero al igual que estar virtualmente a lado de Charlie Whiting no te convierte en director de carrera, tener una megaconsola en casa, repleta de megas y videojuegos no te concede la Superlicencia para pilotar un Fórmula 1.

Hay quien sueña con esta posibilidad pero esto no va a ocurrir. El ejemplo de Lucas Ordoñez, el piloto que saltó de una Play a las pistas no es un buen ejemplo. Él no es malo, ni malo fue su camino; el problema es que Lucas ya albergaba una vasta experiencia al volante de coches reales, monoplazas y turismos. De hecho cuando ganó aquel celebrado concurso era monitor en una escuela de pilotos. Lucas puede vivir holgadamente de ser piloto de carreras y es un más que digno participante de las pruebas en las que toma parte, pero el carril no es este.

Esto fue una pértiga atlética para saltar por encima de una ineludible dificultad financiera. Enhorabuena al madrileño, gran tipo y excelente corredor, pero no es un patrón válido que de hecho no ha marcado una pauta tras la que hayan llegado otros; ninguno para ser concretos.

La tecnología del mundo de las carreras virtuales ha crecido espectacularmente, pero sigue sin recrear sensaciones tan esenciales como el peligro.

Muchos defienden que con la virtualidad precisamente se elimina una de las principales trabas al aprendizaje y desarrollo de los pilotos. La primera parte es cierta, la segunda no tanto y hay trazas evidentes que muestran a las claras la realidad más lapidaria. Un piloto de carreras que alcanza la Fórmula 1 suele tardar entre diez y quince años en formarse, rara vez ocurre esto en menos tiempo.

A los diez años tienes que estar pelándote el culo en el karting hasta que pases a pruebas internacionales antes de los catorce o quince. A esa edad tienes que estar conduciendo monoplazas con alerones, adquisición de datos, ingenieros. A los dieciséis o diecisiete deberías estar pisando la Fórmula 3, y después la lógica escalada de GP3, World Series, Fórmula 2 para al final pasar una intensa criba y llegar a la Fórmula 1. Si eres un artista como Lewis Hamilton, por poner un ejemplo, y no repites cursos te vas a pulir entre seis y ocho millones de euros. Como te atasques en la F2 vete sumando entre millón y medio y dos por temporada.

Si eres un artista como Lewis Hamilton y no repites cursos, te vas a pulir entre seis y ocho millones de euros

Una de las claves de las primeras categorías de monoplazas, esas en las que se usan motores de moto o de coches de calle, donde campan los Tatus, los Gloria, o los Formulino de Dallara, es que una de las cosas que más se valoran son las horas de pista que se hacen. Esto es así hasta el punto de que es frecuente que se disputen no una ni dos, sino tres carreras por meeting.

En esas categorías, o en F3, no se usan simuladores o su uso es de orden privado y nada extendido entre equipos y organizaciones. Esto conduce a una realidad palpable: los simuladores no forman pilotos, los forma el asfalto. El uso de los simuladores y su utilización cae de forma vertical no de abajo a arriba, sino de arriba a abajo para comprobar datos, experimentar mejoras de manera teórica ante modificaciones en pista o para que pilotos con poca experiencia conozcan los trazados pero no para aprender, que aprendido ya se viene de casa.

El que esto escribe tiene un amigo que cada noche le gana a Lebron James en el NBA2017 pero no se le pasa por la cabeza irse al estadio de los Lakers y jugar contra él. ¿Cuántos tíos que lo ganan todo en el Battlefield de su consola se atreverían a irse a patrullar por las calles de Bagdad armados con un AK47, tres cargadores y 30 kilos de carga en su mochila? Es absurdo, pero hay quien cree que el que haga un buen tiempo en Spa en su casa podría hacer algo parecido en un coche real. El que es muy bueno en una consola puede ser campeón del mundo… en las consolas.

Consolas, simuladores y realidad virtual crecerá de forma exponencial en el futuro tanto comercial como técnicamente y llegará un momento en que las imágenes que broten de un ordenador, los sonidos y quien sabe si hasta los olores, nos parezcan inconfundibles. El problema básico es que falta una pieza fundamental en la ecuación: la sensación de riesgo. Sin ella un piloto real está cojo, incompleto, no formado.

Bono Huis, el ganador de la carrera virtual del millón de dólares en Las Vegas, probó el Fórmula E de Faraday Future Dragon Racing como parte del premio.

Virutas ha visto a pilotos subirse un viernes en un monoplaza y por la tarde rescindir el contrato con la escudería, pagar la cuenta, hacer las maletas e irse. Aquel chico no soportó ver como le pasaban a medio metro tíos a más de doscientos treinta por hora mientras se hacía con los pedales. Se asustó, le dio miedo, y ya traía la lección aprendida tras años de pilotaje deportivo en otras categorías, más de un accidente, y alguna que otra visita al hospital. Bienvenido al mundo real.

En 1999 un pirado de los simuladores de vuelo llamado Yuji Nishizawa, universitario de 28 tacos, apuñaló al comandante de un Jumbo y se hizo con los mandos del aparato en pleno vuelo. El tipo tenía planeado hacer una unas cuantas acrobacias en el aire y pasar bajo un puente de Tokyo. Afortunadamente el resto de la tripulación se le tiró encima antes de que acabara de achicharrar los motores, que estaban al límite, y con toda seguridad matase a los 503 pasajeros más la tripulación del 747. Menuda pedrá tenía el tío que confundió lo virtual con lo real. Afortunadamente majaras como este hay muy pocos, pero confluye con muchos en el error de calcar realidad con virtualidad. Su consola no volaba sino que solo lo parecía.

Equiparar a un piloto virtual con uno real es ningunear a los que se la juegan cada domingo y chotearse de sus años de experiencia

Volar si que vuela la tecnología que hace posible todo esto, crece en progresión geométrica y lo que hoy nos parece lo más de lo más, en un par de años pasa a ser obsoleto y cutre. El MOOG, el simulador más avanzado del mundo y al que apuntan todos los domésticos está en Varano d´Mellegari, en la sede de Dallara. Solo hay tres en el mundo, y es tan real que en él no se permite que se suba un piloto que no posea o le vayan a conceder la licencia del coche que va a simular.

El campeón mundial de simuladores no podría subirse en él, porque no posee esa experiencia. Si a ese campeón virtual le das mañana un Sauber, el escollo principal no sería convencer a Freddie Vasseur para que se lo preste, sino evitar que se mate. Equiparar a un piloto virtual con uno real es ningunear a los que se la juegan cada domingo y chotearse de sus años de experiencia, malos ratos, sustos, dolores, disgustos, victorias y derrotas.

Todo esto no quita que en previsible futuro los eSports tengan un futuro prometedor, así que mucho respeto. Es bastante posible que su porvenir sea incluso más brillante que el de las carreras reales, con toda seguridad acabará siendo un negociazo de tirar de espaldas y hasta con carreras más espectaculares que las reales, ajenas a las limitaciones de lo tangible y presupuestado.

Esto no debería acomplejar a los jugones, sino más bien todo lo contrario, pero de ahí a querer pasar a la realidad dando tan solo un paso es como querer comerse un jamón de Jabugo binario y disfrutar de ello. En la virtualidad se pueden tener unas manos magníficas… para las carreras virtuales.

En las reales hay una preparación de años, una presión, una ingente cantidad de datos, de personas de la que se es responsable, existe un plano político, una rigurosa legalidad, errores propios y ajenos con los que lidiar y una multitud de ingredientes que volverían loco al más pintao si llegase sin experiencia previa. Esto es lo que sorprende a los jugones digitales cuando aterrizan en un circuito real, todos abren mucho los ojos y dicen lo mismo: “hostias, que follón”.

Lucas Ordóñez consiguió reconducir su carrera gracias al Gran Turismo de PlayStation, pero ya era piloto anteriormente.

Realidad y virtualidad corren en mundos paralelos, que si alguna vez se mezclan será en turismos, categorías pequeñas, de bajo coste, y siempre y cuando los promotores de estos campeonatos apoquinen la pasta que esto cuesta, pasta que ya no será virtual sino real; nada de bitcoins sino leuros contantes y sonantes pagaderos en mano, en cash.

Lo virtual es un poco como el mundo de los sueños, territorio de lo gratuito, pero machihembrado con la realidad con la que nunca llega a tocarse. Enhorabuena, van a ir a más, crecerán mucho, pero como reza el dicho “a hacer se aprende haciendo”.

Lo virtual es un poco como el mundo de los sueños, territorio de lo gratuito, pero machihembrado con la realidad con la que nunca llega a tocarse

No hay simuladores para la vida, y para no naufragar en ella hay que vivirla en primera persona como cuando besas a una chica, te comes un langostino o pagas una multa de tráfico. Lo virtual no es real sino otra cosa, un jardín florido comparado con la jungla agreste y pedriscosa que son las carreras, territorio complejo y rocoso donde muy pocos, y no solo hábiles al volante, subsisten, sobreviven, triunfan o se despeñan. Desde un simulador no duele. Afortunadamente.

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