La fiebre amarilla
El mundo seguirá siendo redondo al menos unas cuantas temporadas más pero el epicentro del mapa sobre el que gira el calendario ha cambiado. Durante décadas, siglos o incluso milenios, el mapamundi lógico ponía a la vieja Europa en medio. Esto ya no es así, y en la segunda década del Siglo XXI ese eje virtual alrededor del que todo da vueltas se encuentra en alguna parte entre la costa californiana y la del este asiático.
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Publicado: 23/04/2018 09:30
El planeta ha basculado hacia ese sitio, la Fórmula 1 debería tomarse esto mucho más en serio de lo que lo hace ahora mismo y la clave es China. El gigante asiático crece de forma sostenida a tres y cuatro veces la velocidad de los países occidentales más afortunados, y su economía es ya la primera del mundo basada en diversos elementos. Uno de ellos es que si sumamos la población de Estados Unidos y las veintiocho naciones de la Unión Europa tendremos sólo la mitad de la población china, y esto significa una cosa: audiencia.
Existe un estudio de la revista Forbes que apunta a que en 2030 más de la mitad de sus habitantes se verán establecidos en la clase media, esto es, 780 millones de chinos a mediados de la década de 2020-2030 y hoy son ‘solo’ la mitad de esa cifra. Ese mismo estudio indica que en la vieja Europa, cuna del automovilismo deportivo y la Fórmula 1, esa clase media descenderá por debajo del veinte por ciento de la población y es justo de esa clase media de donde sale el grueso de la afición que hizo de la F1 el tercer deporte o evento planetario más popular del mapamundi citado al principio. Dicho de otra forma: si la Fórmula 1 quiere vivir, subsistir al futuro, tendrá que ponerse mirando hacia allí.
Singapur, Corea del Sur, Malasia o incluso el Gran Premio de China han vivido un destino dispar. En concreto éste último,nunca se ha caracterizado por ser un éxito apoteósico con medio graderío desértico. Pero este año ha pasado algo, algo distinto, y es que la venta de entradas se ha incrementado casi un 30% con respecto al año anterior. La explicación parece estar en dos elementos que poco o nada tienen que ver directamente con la F1 pero cualquier pequeño cambio en el equilibrio social chino detrae cambios de orden mayor. Las alas de la mariposa en términos pekineses multiplican su efecto de manera exponencial.
Los chinos de a pie se están enriqueciendo a una velocidad y a una escala como nunca antes se había visto, y poco a poco están adquiriendo las costumbres occidentales. Están empezando a viajar, a consumir tirando de tarjeta, o a divertirse. Poco acostumbrados a salir de casa con la única misión que fundirse unos cuantos cientos en el mero hecho de disfrutarlos se está larvando en el seno de su ciudadanía algo que hace no muchos años no es que fuera impensable, sino que era casi imposible dentro de una cultura del trabajo intenso en jornadas de once horas y sólo una semana de vacaciones al año.
La Fórmula 1 siempre ha sido muy eficaz en buscar dinero donde estuviera. Que si tabacos, que si jeques, que si bancos, que si preservativos, revistas guarras, empresas tecnológicas o lo que hiciera falta con tal de echar leña a la hoguera del deporte más caro de la creación. Si los coches consumen gasolina, los equipos consumen dinero y sin él, no hay fiesta. Hoy ves los McLaren y están pelados de pegatinas, Ferrari lleva sus alas traseras sin letrero alguno, Williams lleva los patrocinadores justitos y sus dos carreristas han de poner guita, Sauber más de lo mismo, Haas apenas lleva nada y si a Toro Rosso le quitas las que les pone Red Bull se quedan in albis.
La Fórmula 1 se ha hecho tan costosa, y son tan pocas las empresas que se pueden permitir pagar decenas de millones de euros y que puedan recaudar luego en esa medida a modo de beneficio, que los equipos están pasando las de Caín, y no ya uno, sino todos. Hoy la organización les aporta una locura de pasta, y reparte casi mil millones de euros entre los participantes, pero hace dos décadas no repartía nada y vivían más o menos igual tan sólo de la publicidad. La conclusión es que el dinero está ahora en otro sitio.
Hace dos décadas la F1 no repartía nada y los equipos vivían más o menos igual tan sólo de la publicidad
Al viejo continente han venido a correr tíos de Australia, de Venezuela, de Argentina, colombianos, malayos, sudafricanos pero ni un chino, nada, cero. Sin equipos chinos, sin pilotos chinos, sin apenas unos patrocinadores chinos que a día de hoy son testimoniales no se puede invadir este nuevo mercado y esto necesita cambiar o el despeñadero estará cercano. Lo más parecido a este sueño lúbrico de Chase Carey es el holandés de origen chino Ho-Pin Tung. Este piloto puede haber ayudado a la F1 sin saberlo ni quererlo tras las dos escenas que ha protagonizado. Tung tiene veintiocho años, no tiene nivel para estar en la F1 y tampoco es su deseo el llegar a ella, pero ha conseguido de golpe que muchos chinos miren para esto de los coches. El primer aldabonazo fuerte que pegó en el imaginario de los mandarines fue la pila de vueltas que estuvo liderando la carrera de Le Mans el año pasado subido en uno de los LMP2 de Jackie Chan. El actor mete una morterada de pasta en una suerte de franquicia que adquiere su nombre, y en el circuito de La Sarthe dieron el do de pecho de una forma bastante sorprendente.
A cambio de ello el pico de espectadores que dieron los audiómetros chinos fue histórico; medio país encendió tele a medianoche para ver a aquel nacional por delante de todos los demás. La fotografía era de un piloto chino, que aunque hable chino con acento holandés desde hace apenas un par de años, tiene cara de chino y nombre de chino, y en un equipo de carreras con el nombre de un actor chino, de Hong Kong, pero referente en su país. Esto era algo que nunca había ocurrido y la gente se volvió loca.
El otro proyectil disparado por Ho-Pin fue un anuncio de coches. Las firmas occidentales se matan por hacerse un hueco en un explosivo mercado automovilístico, que por cierto acaba de permitir el acceso de las marcas sin estar obligadas a asociarse con compañías locales. Una de ellas es Land Rover, y a uno de sus publicistas se le ocurrió una de esas frikadas que funcionan tan bien en la publicidad. No fue fácil, pero lo hizo. Tung condujo a toda castaña un Range Rover Sport híbrido por las noventa y nueve curvas de una carretera de montaña en la provincia de Tianmen para trepar, subido en su coche, la escalinata de novecientos noventa y nueve escalones dispuestos en un ángulo de 45º que llega al muy popular monumento, repleto de simbolismo, denominado La Escalera al Cielo.
Los lugareños le dijeron que ese tío estaba cucu, que se iba a matar, que no lo conseguiría, pero no solo lo hizo sino que ha sido uno de los anuncios de coches más vistos de la historia en aquel país. Según los de Land Rover, la denominada “Dragon challenge” ha sido la promoción más barata que han hecho jamás porque ha sido la que más y mejor han amortizado. Como efecto colateral sus ventas se han multiplicado, y cuando ahora Ho-Pin Tung va a su país de origen tiene que contratar guardaespaldas para que la gente le deje respirar o coge plantas completas de hotel para que sus vecinos de habitación no le den la noche. Gracias a estos dos pequeños empujones 1.400.000.000 de chinos miran no ya hacia los coches, sino a un piloto de carreras como un héroe nacional, y esto le pone en pole position de audiencias en todo aquello que haga en lo sucesivo.
Los chinos de a pie no son tanto unos locos de la velocidad, sino más bien del espectáculo con coches. Si hay acelerones, humaredas, derrapadas, motos haciendo el caballito, y sobre todo, comer mucho, los shows funcionan y esto es justo lo que han dado a este público los de Liberty este año. La zona de merchandising ha triplicado su tamaño, los comederos y food trucks han brotado de forma masiva donde antes había jardines, y las opciones de ocio paralelos a las carreras con simuladores, experiencias en 3D, drones y juegos donde pasar el rato antes y después de la carrera ha sido una de las claves para explicar el incremento de visitantes.
Visto el éxito obtenido, Liberty Media ya ha anunciado la instalación de una oficina permanente en el país y que nadie se extrañe si con el tiempo se ve más de una prueba allí. En China hay al menos una decena de circuitos bastante dignos que con unas inversiones razonables podrían ser puestos al día para albergar pruebas mundialistas. Los asiáticos tienden a ser frugales y poco gastones al hacer cosas, pero cuando se tiran de verdad, lo hacen a lo bestia. Si deciden gastar, lo hacen a las bravas y basta con ver su circuito de Shanghái, o la ciudad que lo rodea.
Huelga decir que no hay nada como esto en occidente. Hay ejemplos en el automovilismo que refrescan esta idea de inmersión masiva. Cuando Toyota decidió dar el asalto a la F1 se tiró tan de cabeza que hace casi dos décadas llegaron a manejar presupuestos que veinte años después, la mitad de la parrilla actual, gasta menos de la mitad. Firmas niponas como Panasonic, Denso o KDDI cubrieron de pegatinas aquel coche para que no le faltase de nada, y esto es lo mismo que le ocurrió a Jackie Chan. A su coche, el Oreca de Le Mans, hace falta buscarle sitio en los bajos para poder ponerle un solo adhesivo más porque es que ya no le queda más espacio que el de los faros y la luna delantera.
Bang & Oluffsen le dio una leña para estar allí como fuera con la sola idea de estar visible en el boyante mercado chino, mercado en el que en 2017 se vendieron más de 24.000.000 de coches, casi un 50% más que en Europa. Esto reventará el día que un fondo chino compre Ferrari, Sauber, o Toro Rosso, y un tipo paliducho y de ojos rasgados sea capaz de ganar carreras en la Fórmula 2. Ese día vamos a comer arroz tres delicias para desayunar, almorzar, merendar y cenar. Para crear el futuro de la Fórmula 1 hay que tener los ojos muy abiertos, pero sin duda dentro de poco serán rasgados (o habrá poco futuro).
Fotos: Red Bull Content Pool | Williams F1