Virutas F1La maldición del segundo deporte

Como en las carreras, en la batalla de las audiencias lo más difícil no es ganar sino mantenerse. Hasta productos infalibles que han dominado durante décadas como Los Simpson, andan en horas bajas. Y no es que Bart, Homer y el resto de su patulea hayan envejecido mal, sino que pertenecen a otro tiempo y a la F1 le está empezando a ocurrir lo mismo.

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Publicado: 12/01/2018 18:30

Cada vez hay más gente en el mundo, cada día se incrementa más la teoría de La Larga Cola en la que unos pocos se reparten casi todo y muchísimos se distribuyen la nada. Cada vez hay más y mejores medios de comunicación y sin embargo la Fórmula 1 lleva una década derrapando en el mercado audiovisual, en un deslizamiento descendente que coincide con la explosión de Internet y la llegada del iPhone. El teléfono de Apple no cambió la historia de las carreras pero sí de la comunicación, y con ello modificó el carril de acceso a las cosas que ocurren.

Hoy día, si le preguntas a cualquier empresario relacionado con las nuevas tecnologías, te dirá que nada de lo que hagas funcionará si no pasa por un teléfono. En el mercado planetario de la atención, cualquier gato que pase a tu lado desviará tu mirada si es de color verde, y hay millones de gatos verdes al alcance de tus dedos gracias a doña tarifa plana. Las cosas han dejado de ser relevantes per se para ceder la atención a lo que es interesante para un mercado de millones de pares de ojos sedientos de novedades en un panorama ecléctico, cambiante y sin una personalidad definida. A esto hay que añadir algo peor (o mejor, según se mire) y es que todos tienen opinión, y un mendrugo con un teléfono barato puede jorobar la salida a bolsa de una gran empresa si toca las teclas adecuadas.

Esto hace del mundo un lugar complejo, intrincado y con muchas más mesas que atender en nuestro restaurante. Antes y de manera monolítica se ponía algo por la tele y la gente acudía como moscas a la miel porque apenas había opciones. Ahora es al revés y cuando las posibilidades se han vuelto infinitas, el camino a recorrer es justo el inverso. En la segunda década del siglo XXI hay que ir cabalgando como un cuatrero de peli del oeste y echando el lazo a las patas de las audiencia como si fueran ganado; hay que perseguirle, darle caza y traerlo a rastras. Sólo hay dos ingredientes para que esto ocurra: tener un producto mágico, premium, y único, y dos, tener abiertas todas las puertas y ventanas posibles para que las limitaciones de los telemirones fluyan en libertad.

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Movistar F1 acaba de firmar un pacto de sangre con Liberty Media para ofrecer en Españistán tres temporadas más de ‘lo de los cochecillos de colores’. Movistar tiene unos 300.000 inamovibles clientes que ni suben ni bajan, pero aportan un buen pellizco a las arcas de la operadora de telefonía. Movistar tiene sus televisiones, Vodafone sus packs respectivos, Orange está armando un banco y hay alguna que hasta piensa en lanzar su propia criptomoneda. Hace tiempo se dieron cuenta de que su omnipresente función quedaría eclipsada y reducida a mero carril del contenido de otros y se pusieron manos a la obra para hacer crecer su bocado.

¿Está siendo infrautilizado el potencial de la Fórmula 1? Sin duda.

El problema de Movistar F1 es que en el momento en que paga, y paga de narices por su producto, se enclaustra en un corral propio de otro tiempo. En la Era del Trinitron la ecuación que parece nos va a tocar durante un trienio va a meter a la F1 aún más en ese agujero negro al que apunta su tren delantero. En tres años gigantes como IBM, Blackberry, Kodak o Nokia pueden desaparecer sin dejar rastro por no saber leer el futuro y ese futuro se escribe en código binario. “Sí, pero es que Movistar F1 tiene una plataforma digital”. Sí, es cierto, y es cojonuda, pero empezamos mal. No todo el mundo ve la Fórmula 1, ni todo el mundo tiene acceso a una plataforma digital de contenidos bajo demanda, pero todo el mundo sí que tiene un teléfono móvil. Quien más y quien menos, y el que no, que levante la mano, las ha tenido tiesas alguna vez con su operadora telefónica.

No todo el mundo ve la F1, ni tiene acceso a una plataforma digital de contenidos bajo demanda, pero todo el mundo tiene un teléfono móvil

Si te vas a la lista de agravios de las asociaciones de consumidores, los recordmen no son los fabricantes de coches, bancos ni tus vecinos los ruidosos, sino las telefónicas. Las telefónicas caen mal y amarrarse a ellas es un ejercicio más de fe en ti que en la de ellos. Contratar un servicio más, extra al del propio teléfono, es otro hincar la rodilla ante alguien a quien en muchas ocasiones quieres lejos de tu vida pero no hay otra opción. Movistar debería haber apostado por una plataforma independiente tipo Netflix, HBO o Sky, ajena a sí misma aunque llevase las riendas, y en lugar de rechazo hubiera recaudado audiencia y por lo tanto facturación a estas otras. Habría que sopesar si con ello hubiera perdido cuota de clientela en el resto de servicios, pero para regular eso está la competencia, el mejor servicio y la tecnología de una de las mayores telecos del planeta.

Liberty Media tiene que dar sentido a su propio nombre y dar libertad a sus medios, lo necesita, porque si tras fumbol y unos Juegos Olímpicos que se celebran cada cuatro años, la F1 es el deporte más masivo ¿por qué no es el segundo deporte más visto en pantallas de todo el mundo de manera permanente? No sólo hablamos de pantallas de TV, sino pantallas en general, y cada día hay más, y menos de televisión. La Fórmula 1 tiene todos los ingredientes para llegar a ellas y en España está empezando a ser irrelevante en el plano mediático. No es que carezca de valor, sino que apenas le queda calderilla de la fortuna que amasó cuando los telediarios abrían con noticias sobre Alonso, los periódicos regalaban suplementos, las revistas de moda se pegaban por meter a pilotos en sus páginas y miles de padres llevaban a sus retoños a pistas de karting.

Chase Carey conoce bien los medios de comunicación y ahora dirige los designios de la Fórmula 1 desde la presidencia de Liberty Media.

En época de Franco, el segundo deporte tras el balompié fue durante mucho tiempo el boxeo. Uno de los médicos del dictador fue presidente de la federación de la especialidad y entre aspirina y aspirina, “mi general, a ver si llama usted a los de la tele y me apaña esto”. Después llegó el tenis, el baloncesto, las motos, el ciclismo o hasta casi el golf, casi siempre alentados por los éxitos de algún español empecinado en ganar que acababa elevando el pasional interés cañí. Coge el mando de tu tele y verás como hoy cuesta trabajo dar con retransmisiones de estos deportes si no es de paganini y con audiencias de calibre anecdótico comparados con aquellas. Si esto era el futuro, habría que rehacer, o al menos retocar el guión porque mira lo que les pasó a aquellas especialidades que fueron la número dos y hoy ya no tiene quien las quiera. Observa lo ocurrido al baloncesto y su ACB, la que fue considerada la segunda liga del mundo tras la NBA, con equipos a pique de un repique y pivots internacionales con sueldos de empleado de sucursal bancaria de barrio.

La meta Libertaria no debería ceñirse a las cadenas de televisión sino a los pares de ojos

Enhorabuena a los compañeros de Movistar F1 por dar continuidad a una tarea excelente, pero las decisiones industriales en el entorno de lo que atesoran como franquicias en España pertenece más a la Era Trinitrón que la Era iPhone. El palito no es para ellos, sino para Liberty, que tiene que avanzar para alejarse del barranco que tiene sonriéndoles. La meta Libertaria no debería ceñirse a las cadenas de televisión sino a los pares de ojos, estén donde estén, y hoy miran para otros sitios.

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