Bespoke: la personalización al límite
El mundo de los coches de lujo tiene sus peculiaridades. Su público es el más caprichoso, por lo que las opciones posibles son virtualmente infinitas. Veamos de qué son capaces los fabricantes más exclusivos con tal de satisfacer los deseos de la clientela.
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Publicado: 14/04/2017 20:00
El 1% de la clientela mundial es muy especial: no reparan en gastos, son los que tienen la mayoría de la fortuna planetaria. Sus bolsillos son el objetivo de los fabricantes de mayor prestigio, no son muchos, pero gastan con alegría: casi la mitad de la fortuna mundial está en sus manos.
En el amanecer del automóvil, los coches estaban destinados fundamentalmente a la gente de mayor poder adquisitivo. Hasta que no llegó la producción masiva con la cadena de montaje de Ford, las masas no tenían nada fácil acceder a un coche. Dicho concepto iba totalmente en contra de la producción artesanal.
Dicho de otra forma, cuando se fabrica lujo, se tiende a hacer algo único. Cuando se fabrica en masa, se tiende a hacer algo estándar para reducir los costes. Fabricantes como Rolls-Royce y Ferrari se jactan de no vender coches, sino piezas de arte que pueden ser conducidas. Es una definición bastante acertada a mi humilde parecer.
Los fabricantes de alta gama poseen divisiones dedicadas a satisfacer todos los gustos de sus clientes. Por ejemplo, cuando un millonario encarga un Rolls-Royce (porque no hay stocks) tardan medio año en dárselo. Los artesanos necesitan tiempo para cumplir lo deseado.
Prácticamente toda la producción de Rolls-Royce corresponde a modelos Bespoke, es decir, hechos a medida del cliente. No va a salir un modelo igual a otro a menos que el encargo exija eso, como puede ser una flotilla de coches para una cadena hotelera.
Bentley tiene su división Mulliner, Ferrari tiene Special Projects, Aston Martin tiene Q... Cuando el dinero no es problema, la imaginación de sus clientes es el único límite. Bueno, en realidad hay que considerar aquello que sea homologable y que no contravenga las normativas, y que no dañe la reputación del fabricante.
Por ejemplo, Bentley hizo una millonaria inversión para poder ofrecer cualquier color de pintura a sus clientes. Si no existe, lo crean. Sí, también es posible plantarse en un concesionario y encargar un interior del mismo tono que el bolso de Hermès de la señora (ya ha ocurrido).
Para este segmento de población no hay crisis. Solo hay que ver los obscenos valores que se alcanzan en subastas de coches clásicos, o el creciente grupo de fabricantes grandes y pequeños que crean modelos de ensueño cuyo precio supera holgadamente el millón o dos millones de euros. Chasis y motor pueden ser más o menos estándar, pero los interiores no.
Los coches han alcanzado en algunos casos el mismo grado de colectibilidad y apreciación que las obras de arte más codiciadas o los diamantes más grandes. Hasta se han convertido en bienes de inversión: se usen o no, da igual, su valor aumenta. Es difícil saber dónde va a estar el límite.
La personalización va mucho más allá. Hay clientes que quieren llevar un minibar, otros que quieren poder acomodar su colección de relojes, maleteros que portan accesorios de picnic de valor superior a un coche normal, escudos heráldicos inscritos en madera noble, etc. Hay marcas que no ponen límites al "buen gusto", si con eso los clientes quedan contentos.
A este tipo de cliente la conducción autónoma o la conectividad no le da la misma importancia. Tampoco le resulta tan relevante lo que contamina el vehículo, o si ha de pagar más o menos impuestos. En algunos países hay más racionalidad, en otros da igual pagar el triple que en Londres (caso de China).
El automóvil nació como un medio de transporte para gente de clase alta. No tiene visos de que eso vaya a dejar de ser así. El último coche que será fabricado será un deportivo, dijo Ferry Porsche. Posiblemente sea de esta forma, el último coche que será fabricado será de lujo.