El día en el que no se fabricarán más coches se acerca
El auge de los negocios de movilidad asociados a la tecnología están reduciendo lenta, pero inexorablemente la cantidad de vehículos que hacen falta para atender a la población. La sociedad del futuro será más de usar que de poseer, con una utilización más racional de los recursos.
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Publicado: 17/08/2018 21:30
Desde que empezó la era de la producción masiva de automóviles, allá por 1908 -cuando el Ford Model T se hizo un coche asequible- esta industria se ha basado en una máxima: vender el máximo posible. Una minoría se decantó por otro modelo: vender al máximo precio posible, pero poco. Y otros tantos se quedaron en la zona intermedia, lo que hoy llamamos Premium.
El industrial Henry Ford buscaba vender un coche asequible a base de fabricar muchos, reduciendo el coste por unidad. La sostenibilidad de esta industria sigue basándose en aquella primitiva premisa: los costes fijos son muy altos y se tienen que repartir mucho. Cada vez se venden más automóviles en el mundo, como muestra la gráfica de la ACEA adjunta.
Podemos observar cierto estancamiento en las potencias automovilísticas tradicionales: Estados Unidos, Europa y Japón. Sus poblaciones ralentizan su crecimiento, cada vez viven más en ambientes urbanos bien conectados y la necesidad de tener un vehículo propio desvanece. En los países en vías de desarrollo es donde está el auténtico crecimiento, y China es un ejemplo de libro.
En 10, 15 o 20 años se llegará a un techo mundial de producción, es decir, ya no se fabricarán más unidades que el año anterior, pero no se deberá a causas coyunturales -que duran un tiempo- sino estructurales -con tendencia a durar muchísimo o sin vuelta atrás-. Va a pasar lo mismo con la producción de petróleo, no llegaremos a agotarlo, simplemente cada vez lo vamos a necesitar menos.
Hasta la fecha hemos entendido la movilidad ligada a la tenencia de un vehículo, pero cada vez pisa más fuerte otra idea: movilidad ligada a la disponibilidad de un vehículo, que no tiene por qué ser nuestro, sino que podamos usarlo. La tecnología ha facilitado ese salto cuántico que aún está en sus inicios.
Las grandes compañías automovilísticas están invirtiendo mucho dinero en fórmulas alternativas como coches compartidos, coches autónomos, tecnología... negocios que no son a priori relacionados con vender más. Extendiendo ese razonamiento, se va al revés: vender cada vez menos, pero ganando más dinero. ¿Cómo es posible eso?
Los ciudadanos cada vez estamos más concienciados del elevado coste que supone tener un vehículo siempre a nuestra disposición y en exclusiva. Las administraciones públicas han gravado esta comodidad moderna con tantos impuestos y obligaciones legales que cada vez nos lo pensamos más.
Disfrutar las cosas solo cuando se usan tiene muchas ventajas, y los acólitos van en aumento. Casi no nos hemos dado cuenta, pero en algunas ciudades grandes ya se pueden alquilar por minutos patinetes, bicicletas, scooters, coches y hasta limusinas. Y eso no va en contra del transporte público, es un complemento.
Se supone que cada uno de esos vehículos evita que haya otros tantos privados dando vueltas con una persona o dos de media, y que prácticamente estén parados todo el día, ocupando espacio público. La rentabilidad de ese modelo de negocio no está en vender muchos vehículos, sino en que se usen mucho, repartiendo el coste entre muchos usuarios. Así la comodidad le sale económica a todo el mundo.
Y es que prácticamente todos estos servicios no suponen ningún coste cuando no se usan, no hay que pagar cuotas, ni hay que hacer papeleos, y siguen estando ahí a nuestra disposición. Que esta sea cercana al 100% depende del número de usuarios en la zona, el número de vehículos disponible y otros factores de segundo orden.
La industria del automóvil tendrá que ir progresivamente acostumbrándose a un nuevo modelo productivo, en el que se fabrican menos unidades, aun considerando que hay que ir reponiendo las flotas, pero se añorarán estos años en los que las empresas no cesan de anunciar aumentos de ventas. No pueden llegar hasta el infinito, han de tocar techo en algún momento.
Este cambio será un auténtico shock al cabo del tiempo, no serán necesarias tantas fábricas, ni tantos trabajadores, y las administraciones públicas tendrán una importante merma de ingresos, la teta del automóvil no se podrá exprimir de la misma forma que se hace hoy. Será otra de las grandes transformaciones que nos esperan en este siglo.
De forma progresiva, se irá reduciendo la tenencia de automóviles hasta centrarse en aquellos que realmente lo necesitan en régimen de exclusividad, lo cual elevará los precios. También hay margen para la faceta más lúdica y caprichosa, siempre habrá gente que, como puede permitírselo, preferirá tener un coche en propiedad.
Hoy día empresas como Car2go, Muving, Uber... que luchan por ser sostenibles y rentables sin necesidad de seguir invirtiendo en ellas indefinidamente. Los números irán saliendo, y seguirán expandiéndose para atender a más clientes; para ello necesitarán más vehículos. Los fabricantes no se extinguirán, pero tendrán que cambiar mucho sus matemáticas para sobrevivir.
Así, poco a poco, se pone la cámara a rodar al revés, acercándonos a los tiempos del Ford T, solo que la movilidad será mucho más sencilla, bastará con tener un teléfono móvil, o en su defecto, algún implante corporal o reconocimiento biométrico que identifique al usuario. Después de usar el servicio, se le cobrará. Hasta que no vuelva a usarlo, 0 molestias.
Puede que algún día las gentes del futuro reflexionen sobre cómo nos movíamos en los primeros años del Siglo XXI, y puede que acertadamente digan que fuimos bastante imbéciles y tiramos mucho dinero. No sé si habéis hecho las cuentas, pero yo sí. En ocho años de tenencia de vehículos -dos unidades- he dilapidado más de 54.000 euros, repartidos en unos 150.000 km.
A veces pienso en qué me podría haber gastado todo ese dinero... Salgo a 36 céntimos por kilómetro, mucho más de lo que cuesta alquilar un coche por minutos, suponiendo, claro está, que la disponibilidad hubiese sido exactamente la misma, aunque no todo se puede reducir simplemente a consideraciones contables.
No se ha dejado de montar a caballo, ni se han abandonado los veleros o las bicicletas, aunque, claro está, que su utilidad y uso no es el mismo que había antes de 1908. El automóvil privado no va a desaparecer, pero cambiará de forma radical en cuestión de décadas.