Virutas F1Русские вещи

Todo lo que ocurre en Putinlandia tiende a resultarnos sorprendente. Su forma de hacer las cosas, muy específicas de su cultura, sociedad, acerbo político y costumbres tienden a chirriarnos, y todo esto, siempre acaba filtrándose hacia el mundo de las carreras. Cosas de rusos, lo que dicho en ruso es Русские вещи.

Русские вещи
El circuito de Moscú recibió las World Series by Renault en 2012. - Wikiwand

14 min. lectura

Publicado: 08/02/2022 13:30

Corría el año 2012, Sebastian Vettel dominaba a placer en la Fórmula 1, la Primavera Árabe eclosionaba, Barack Obama era reelegido y en Rusia mandaba, manda y mandará Vladimir Putin. En 2008 su gobierno llegó a un acuerdo con Bernie Ecclestone para que la Fórmula 1 disputase allí una carrera. Para ello comenzó a construir el Moscow Raceway, situado a unos cien kilómetros al norte de la capital.

En algún momento las negociaciones se fueron al cuerno y las obras dirigidas por Hermann Tilke se pararon… hasta que en 2012 alguien pensó que sería una buena idea resucitar el esqueleto de aquel circuito muerto antes de nacer. La categoría elegida para ejecutar el electroshock que devolviera a la vida a la pista fueron las ya extintas World Series by Renault, y por ello la organización dirigida por Jaime Alguersuari fue la elegida para estrenar el recinto. Las World Series fueron la primera competición internacional de coches de carreras disputada en suelo ruso con todo lo que ello conlleva.

Se hizo ayudar de un muy primigenio Google Earth, y combinando las dos cosas creó una suerte de guía

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El primer problema con el que se toparon los organizadores era el más sencillo de todos ellos: llegar a destino. Google Maps ayudaba muy poco por aquel entonces, los navegadores tampoco cooperaban ante la ausencia de datos actualizados, los teléfonos carecían de GPS, y al ser una presencia nueva en el calendario no había experiencia sobre el terreno. «Pues habrá que pillar la Guía Michelin», dijo alguien. Pero ese alguien desconocía que la Guía Michelin debió atascarse en su frontera, porque sus cartógrafos no llegaron hasta allí. La clave era eludir el siempre congestionado centro de Moscú y dar un rodeo por carreteras secundarias. De esta manera Óscar Urdeitx, uno de los oficiales de la organización y que más tarde trabajó en la comisión de monoplazas de FIA, tuvo que ir a una librería especializada a comprar mapas de carreteras de Rusia.

Con ellos desplegados sobre una mesa de escritorio se hizo ayudar de un muy primigenio Google Earth, y combinando las dos cosas creó una suerte de guía a base de trazar una ruta desde el aeropuerto de Sheremetievo y hasta el destino final en el circuito. Oscar, que trabajó para Médicos sin Fronteras en África y se ha tragado unos pocos Dakares, construyó un roadbook basado en las fotos que pudo encontrar. Allá donde entendía que había desvíos en el camino, un cambio de dirección, un cruce o una indicación, colaba una imagen… Porque el problema era que toda la señalética ex soviética estaba escrita en caracteres cirílicos, y aquello era un absoluto jaleo. En realidad no se reconocían las grafías, sino esa sopa de letras al revés que gastan los rusos y que a los usuarios del alfabeto latino nos suena a chino.

Urdeitx detectó que había una palabra que se repetía con cierta frecuencia, probablemente адрес, y que entendió qué significaba desvío, o dirección, o lo que fuera, así que eso le sirvió de referencia. Pero el tráfico ruso es ‘distinto’. En sus propias palabras «allí no hay rotondas, y en muchos cruces tampoco semáforos. Las avenidas son enormes, de cuatro o cinco carriles. Sencillamente te pegas al carril izquierdo, y esperas a que el tráfico que viene de frente disminuya para pegar un acelerón y cruzar a todo lo que da el coche, como en una drag race. Pocas veces he tenido mayor sensación suicida».

Vista cenital del Moscow Raceway en 2013.

Oye, Óscar, ¿y el roadbook? «Ah, sí, el roadbook, era muy rudimentario. Apenas había indicaciones legibles y casi todo era a base de que en las fotos veías un molino, un edificio alto, una estación de servicio y eso era lo que te ayudaba a orientarte un poco. Era parecido a lo que se usaba antes en el Dakar, analógico y a base de notas y apuntes, porque si te parabas a preguntar, y en ruso… pues imagínate. La gente era muy amable, pero ni ellos te entendían a ti, ni tú a ellos (risas)».

Nada más pasar bajo la pista por el consabido túnel bajo la recta principal la primera sorpresa se la toparon en forma de máquinas. Máquinas asfaltadoras, porque ¡dos días antes de empezar los entrenamientos aún estaban asfaltando la pista! Y es que cuando la pintaron el suelo aún estaba caliente… Todo estaba recién puesto, y no solo la pintura. La electricidad, por ejemplo, llegaba a través de unos cables aéreos. Cables aéreos que una grúa de la obra cortó oportunamente durante los entrenamientos libres del viernes. De manera automática en el circuito se quedaron a oscuras, sin crono, sin radios, sin dirección de carrera, sin pantallas, sin cámaras. Sin nada. Actividad dos horas KO. Alguien de la organización dijo: «No hay prrioblemas, tovarich. Tenemos un gieneradorr que nos trraerrá ienergiea a ttodos». Algo en lo que el camarada no reparó es que el ‘gieneradorr’ estaba en el exterior de la pista, justo a donde llevaba la línea cortada por la grúa asesinacables.

Prueba de lo inmaduro del escenario, instalaciones, sistemas y personal, fue una escena que pudo tornarse en drama en la primera carrera del domingo. El espectáculo estaba servido en la prueba inaugural. El graderío mostraba una buena ocupación. Alain Prost ofreció algo de espectáculo tras dar unas vueltas a bordo de un Mégane Trophy, y un equipo acrobático dirigido por el piloto Jean Ragnotti hizo las delicias del público con una colección de derrapadas y maniobras sincronizadas.

Adrián Fernández repasa la temporada triunfal de Álex Palou en la IndyCar.

La parrilla se formó, el director de carrera apagó las luces rojas, y los más de 15.000 caballos aplicados al aún caliente asfalto ruso desataron un infierno de decibelios a escape libre. Los veintidós monoplazas que formaban la parrilla salieron disparados. Todos menos uno. Aquel Dallara con tamaño calcado al de un Fórmula 1 se quedó varado en su caja de salida de forma inesperada. Los comisarios locales habían ensayado muchas cosas: salidas de pista, rescates, incendios, e incluso incidentes en el paddock pero no que un coche se quedase clavado en plena recta. Esta es una de las situaciones más peligrosas de una carrera, y aquellos noveles comisarios se limitaron a quedarse observando aquel colorido e inerte bólido con las manos metidas en sus bolsillos.

RPM, la compañía de Alguersuari, disponía de un pequeño aunque musculoso equipo de instaladores. Los fontaneros de la velocidad eran denominados por el apellido del jefe de todos ellos: «Los Tudelas». Jordi Tudela, ya fallecido, fue el mecánico de Jaime Alguersuari en sus tiempos de piloto de motocicletas, y desplazaban sus camiones de pista en pista montándolo todo. La publicidad, los semáforos si fuera necesario, la señalética del paddock, las vallas, armaban el pódium en medio de la recta ante la grada principal, etc. Eran unos tipos geniales, muy simpáticos, y curraban de lo lindo. Los Tudelas estaban en el pitlane levantando el pódium y detuvieron su actividad para ver la salida.

Cuando fueron conscientes de lo que estaba pasando, aquella extraña falta de reacción de los comisarios, saltaron el muro como propulsados por un muelle invisible y empujaron aquel coche para sacarlo por la portilla de acceso antes de que llegase el resto de la jauría… El líder de la prueba, a la postre vencedor Arthur Pic, que sacaba metros de distancia a un Jules Bianchi que acabó segundo, podía recorrer aquellos 3.955 metros en apenas 1:25, así que había mucha prisa. Ante la tesitura dirección de carrera hubiera sacado bandera amarilla y la lógica advertencia de peligro, pero faltó poco, muy poco. Aquello no fue solventado por los comisarios sino por los tíos que ponen los carteles, sin cascos, monos naranjas, guantes, ni botas de seguridad, petos distintivos, no: en camiseta.

Unos segundos más tarde pudo leerse en las pantallas de manera parpadeante: DOG BEST LAST TIME DELETED

Pero lo mejor, lo más divertido pasó el sábado, en la tanda clasificatoria. El vigilante de las instalaciones tenía un perro, blanco y negro, sin raza determinada; era un perro callejero. El chucho rondaba el paddock en aquella jornada inaugural y se andan cuestionando con cierta inquietud de dónde habría salido aquella exótica tribu que metía tanto ruido. El cancerbero estaba donde tenía que estar; eran los carreristas los que habían invadido sus dominios y para el cánido sobraban allí.

Esta tanda tiene un tiempo limitado, los equipos planifican de forma muy ceñida a ellos sus actuaciones, y que les rompan lo previsto conlleva grandes decepciones y sorpresas desagradables. El director de carrera era el belga Pierre Deletre, un tipo bastante divertido, que tenía muy en mente la escena en la que Michael Schumacher detuvo su coche en mitad de la pista en Mónaco. Por esto, siempre de acuerdo con organizadores y FIA, impuso la regla de que todo aquel que provocase una bandera roja tendría suspendido su registro. En mitad del cualifáin, el perro guardián, agobiado con aquel atosigante e inesperado ruido que de golpe había aparecido en lo que consideraba su territorio, se metió en pista, a donde fue a ladrar directamente a los coches a su paso.

Un comisario lo vio y avisó a dirección de carrera, que detuvo de forma inmediata la actividad en pista ante el evidente peligro que ello comportaba. En la sala de prensa, dirección de carrera, y en los monitores de las escuderías no fue un coche el protagonista sino aquel nervioso cánido que interrumpió la actividad prevista. Deletre, obligado por la norma que él mismo emitió, pasó a dar una orden en voz baja al oficial encargado de los mensajes que se remitía a las pantallas. Unos segundos más tarde pudo leerse en las pantallas de manera parpadeante:

DOG BEST LAST TIME DELETED

Siguiendo el reglamento, le habían eliminado el tiempo a la vuelta que hizo el perro. Cuentan los que estuvieron presentes que nunca antes el sonido de las risas habían opacado el ruido de los motores. Aquel día sí. Cosas de rusos.

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