Poesía sobre ruedas
Benditos coches, reina de la belleza de todas las máquinas según muchos, hasta el punto en que el poeta e ideólogo Filippo Tommaso Marinetti llegó a decir enamorado de un Hispano-Suiza “un automóvil de carreras es más bello que la Victoria de Samotracia”.
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Publicado: 01/11/2019 18:30
Lo que no cuenta esta frase es que el 15 de octubre de 1908 el tipo se pilló un Isotta Fraschini capaz de desarrollar la temeraria potencia para la época de 35 caballos y a escasos 1.000 metros del concesionario lo estrelló para convertirlo en siniestro total; poco le duró su adquisición. El escritor adujo que en su ‘heroica’ maniobra en plena vía Domossola de Milán, a unos 20 kilómetros de donde se construyese catorce años más tarde el Autódromo de Monza, quiso evitar el atropello de dos ciclistas y a cambio metió su pepino en una zanja con agua. Menos mal que unos obreros andaban por allí y dieron la vuelta al biplaza que había caído sobre el infortunado tripulante. Salvaron así el gaznate al inopinado bañista que emergió chorreando del improvisado parking. Marinetti jamás volvió a conducir.
Esta es una de las sabrosas historias que ofrece la revista literaria Litoral. Referente de las letras españolas, concentrada en la poesía, el arte y el pensamiento, la publicación vio la luz hace casi 100 años, en 1927. Sus ejemplares no tienen número, sino nombre, y la que acaban de lanzarse denomina “El automóvil”, y es que los locos maravillosos que la confeccionan piensan que existe una conexión evidente entre lo lírico y lo mecánico. Una revista por la que se pirraban y en la que colaboraron tipos como (agárrate que nómina) Federico García Lorca, Pablo Picasso, Jorge Guillén, Ramón Gómez de la Serna, Rafael Alberti, Manuel de Falla, Juan Gris o Salvador Dalí.
Tras una portada azulina presidida por el sobrenombre de “El automóvil. Poesía y arte sobre ruedas”, un Corvette del 62 tuneado por el director de la publicación, Lorenzo Saval, ilumina con sus faros al lector. En sus 288 páginas Litoral desgranan un recorrido artístico por el planeta propio que conforma el automóvil. El motor, el asfalto, las ruedas, la música, los retrovisores, los paisajes, las chatarrerías, el humo, los faros, las ambulancias, las carreras, los comics, el cine, los viajes o el ruido que emana de sus motores han servido de inspiración a cientos de escritores y la publicación nos enseña un muestrario de todos ellos para descubrir impagables historias.
José Saramago sufría. Al dieciocho veces Doctor Honoris Causa y Nobel de Literatura portugués le comía por dentro su realidad. Antes de juntar letras y ser aclamado como uno de los más grandes literatos de la historia contemporánea se pringó las manos de grasa: su primer empleo fue el de mecánico. A su taller le llevaban coches de todo tipo, y él les abría las tripas, los recomponía, los echaba a andar… pero no sabía conducir. Sin licencia para poder manejarlos con libertad, ni para comprarse uno, fueron los coches los que le rescataron de la pobreza más absoluta. Iba para ingeniero, pero sus padres lo sacaron de sus estudios porque no podía sufragar la escuela industrial a la que asistía. Saramago murió con ochenta y siete años y se marchó con el amargor de no haber conducido jamás un coche.
Mario Benedetti, otro de los grandes escribanos del Siglo XX tuvo una carrera vagamente similar. Antes de dedicarse a lo suyo, su primer curro fue en una empresa de recambios para automóviles; se llamaba Will L. Smith, S. A, aunque nada tenía que ver con el Príncipe de Bel Air.
A Lorca no le gustaban los coches. Viajero incansable, los consideraba una molestia necesaria. A pesar de usarlos de forma constante, entendía que hacían ruido, gritaban con sus molestas bocinas y eran peligrosos. James Joyce escribió “Después de la carrera”, un cuento corto más tarde integrado en “Los dublineses” en la que desgrana una prueba de velocidad internacional que cruza a toda velocidad por su vecindario. A Ramón Gómez de la Serna, inventor literario de Twitter (aunque en su época lo de Internet estaba aún algo verde) dedicó numerosas greguerías y aforismos al automóvil como “el coche es una coctelera de las velocidades, las distancias y los peligros” o “el automóvil empolvado parece haber salido de las bodegas de la velocidad”. Al cachondo de Gómez de la Serna si le gustaban los coches, y en uno de ellos llevaba a Margarita, su muñeca. Al dramaturgo le gustaba llevar una muñeca de tamaño real a las cafeterías a las que asistía de tertuliano —las redes sociales de la época— con su muñeca para la que pedía su respectivo café. Los camareros, acostumbrados ya, se lo ponían.
No se lo pusieron fácil a Lorenzo Saval los escritores para poder elegir los extractos que ofrece en su publicación, y de hecho, la temática elegida, el automóvil, estuvo unos años en un limbo debido a la enorme cantidad de alusiones y lo penoso de tener que dejar fuera muchos textos. De hecho fue tan así que a pesar de haber sido la primera idea temática alrededor de mecanismos autopropulsados, aviones, trenes y barcos salieron antes a la luz a pesar de haber llegado más tarde. Cada año Litoral saca dos ejemplares, uno en mayo o otro antes de Navidad, y a este le han puesto especial cariño. Con un diseño vintage, muy retro y con evidentes referencias a los orígenes de la publicación, muestra fotografías de Man Ray y Robert Frank, reproducciones de cuadros de Tulio Crali, o el archiconocido autorretrato de Tamara de Lempicka con su mirada perdida de femme fatale al volante de un Bugatti verde de 1929. Hay colecciones de carteles de Grandes Premios, o un muestrario de coches tuneados y pintados por Andy Warhol. Alexander Calder, Jeff Koons, Keith Haring o David Hockney.
El cine y la música también tienen su espacio. En recuerdo a tres hitos del cine de coches… El primer largometraje de George Lucas fue “American graffiti”, donde tomaban el protagonismo los Low Riders tuneados para competir en carreras pirata. Spielberg, antes de aterrorizarnos con bichos náuticos o presentarnos a visitantes del espacio, dedicó parte de su filmografía a una lucha a muerte sobre el asfalto en su “El diablo sobre ruedas”. Y la mítica del DeLorean de Marty McFly nos trajo una de las frases automovilísticas menos celebradas pero más épicas de la historia del celuloide sobre ruedas: “si mis cálculos son correctos, cuando esta maravilla alcance los 140 kms vas a ver algo acojonante”, en boca de ‘Doc’ Emmet Brown en “Regreso al futuro”. Hay menciones a “Bullit”, “Días de trueno”, y Humphrey Bogart junto s su Jaguar XK descapotable, Marlene Dietrich o el fascinante Ford Thunderbird 1955 de Frank Sinatra aparecen como invitados.
Los coches son ruido y de la mano de un experto en cine y uno de los mayores coleccionistas español de vinilos, Manuel Bellido, Litoral nos recuerda que la música es el menos molesto de toda ellos para recordar algo: la primera canción de rock de la historia loa las bonanzas de un coche. En 1955 Chuck Berry rasgueó la primera guitarra eléctrica de la historia junto a Jerry Lee Lewis en “Maybellene” en las que decía:
“Mientras me motivaba en la colina
Vi a Maybellene en un extremo de la ciudad.
Un Cadillac rodando por la carretera,
Nada superará a mi Ford V8.
El Cadillac hace como noventa y cinco,
Va de parachoques en parachoques rodando lado a lado”.
Y es que la música y los coches han ido siempre de la mano. John Lennon era muy de Rolls-Royce, Janis Joplin cantaba aquello de “oh, señor, ¿porque no me compras un Mercedes-Benz?”, y la esbelta Christina Rosenvinge, que perteneció al grupo ‘Rosenvinge y los neumáticos’ cantaba su
“Voy en un coche que robé anoche
a un tipo listo que iba a ligar
es un spider con dos asientos,
coge dos cientos sin apretar”
Aunque para excesos al volante, Joaquín Sabina:
“Pisa el acelerador, gasta las ruedas
Pisa el acelerador, hasta que puedas
Pisa el acelerador, siéntete viva
Pisa el acelerador, no estés cautiva
Mientras tenga gasolina tu motor, ¡pisa el acelerador!”
Y el megaquinqui al volante al que la DGT quitaría todos sus puntos del carnet antes incluso de subir a un coche, es sin duda Jorge Martinez, de Los Ilegales, que confunde el asfalto de los comunes con el Circuito de Monza:
“soy un macarra,
soy un hortera,
y voy a toda hostia por la carretera”
Y es que hay coches que piden correr, porque como dijera Marinetti, “un automóvil de carreras con su capo adornado de gruesos tubos parecidos a serpientes de aliento explosivo”, una invitación a devorar kilómetros.
Y es que los coches dan para mucho. De acuerdo con Gillo Dorfles, “el automóvil ha tenido siempre la prerrogativa de ser un objeto con el que nos vestimos, un objeto para ponerse, que es parte integrante del propio yo social”, por eso el siglo pasado, los novios chinos, se hacían fotos de boda metidos en coches de cartón, a sabiendas de que jamás pillarían uno… era su sueño. No sueño, sino realidad palmaria, la que escribió Juan Ramón Jimenez tras un viaje mecánicamente accidentado, y reflejó su peripecia con un mecánico malagueño:
Vino seguro al coche, levantó con exactitud la cubierta del motor, miró dentro con precisa inteligencia, acarició la máquina como si fuera un ser vivo, le dio un toquecito justo en el secreto encontrado y volvió a cerrar en ritmo y medida completos.
- El coche no tiene nada. Pueden ustedes ir con él hasta dónde quieran.
- Pero, ¿no tenía nada? ¡Si lo han dejado por imposible tres mecánicos!
- Nada. Es que lo han tratado mal. A los coches hay que tratarlos como a los animales (no dijo personas). Los coches quieren también su mimo.
Al acabar nuestra charla con Lorenzo Saval, pagamos los cafés y separamos nuestra ruta. Él condujo su SUV compacto a casa y el accidente de otro coche le retuvo una hora varado en mitad de la carretera. Al deportivo que gasta el que esto escribe, en el mismo trayecto pero en sentido contrario, se le encendieron dos chivatos: el de una bombilla que pasó a mejor vida y el de la reserva de la gasolina. Malditos coches. Benditos coches.
PD: La revista Litoral es un objeto de colección que cuesta 30 euros y se puede conseguir en cualquier librería de cierta entidad, solicitarlo a través de ellas, o adquirirlo en la web de la editorial.