Prueba Ford Focus 2.0 TDCi, un viejo roquero por el que no pasan los años
El Focus es uno de los compactos más antiguos del momento. A pesar de ello estrenó lavado de cara en 2015 y en esta ocasión he podido probar una variante que combina el estilo deportivo con una mecánica más común, el Ford Focus 2.0 TDCi de 150 caballos.
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Publicado: 10/12/2017 20:00
Cuando hablamos del Ford Focus solemos pensar que se trata de otro modelo más del segmento C. Sin embargo este americano juega un papel muy importante en dicho segmento, pues durante unos años ha sido el modelo más vendido del mundo, en un año natural. Es algo que no pueden decir muchos de sus rivales y es lógico que se haya ganado la fama que se ha ganado. Esta vez hemos podido probar a fondo el restyling de la tercera generación que conocemos desde que fue lanzado al mercado a finales del siglo pasado.
En concreto Ford la presentó en sociedad en el año 1998. Sirva como curiosidad que primero llegó a Europa y posteriormente al resto de mercados, raro si hablamos de un producto yanqui. De esta manera la marca del óvalo sustituía a una leyenda urbana, al extinto Ford Escort. La jugada no le ha salido nada mal, pues como ya he mencionado el Focus rápidamente se ha convertido en uno de los pesos pesados del segmento, algo que no le gusta al Volkswagen Golf.
El alemán es el líder indiscutible del segmento, al menos en Europa. Es con él con el que comparamos la mayoría de compactos, pues es él el que marca el paso de un mercado que sigue aguantando el empuje de los SUV. Para contrarrestar esta fuerza el Focus sigue apostando por una configuración clásica: cinco puertas, motor delantero, tracción delantera y un comportamiento mejor que sus supuestos hermanos todocamino.
Como ya digo esta es la tercera generación del Focus, que todo sea dicho de paso no es nueva. De hecho fue presentada en el Salón de Ginebra del año 2010, ahí es nada. Sin embargo recientemente, a finales de 2015, Ford decidió que ya era hora de hacerle un lavado de cara para así poder seguir siendo un referente dado que el avance de los rivales era ya acosador. Así que eso es lo que se hizo; mantener las bases y darlas una nueva imagen.
Por supuesto eso incluyó una nueva y elegante carrocería. En la parte delantera se estrenó una nueva imagen de marca, la misma que tiempo atrás presentó el Ford Mondeo. Con ese nuevo morro el Focus ha perdido parte del estilo deportivo para dejar paso a un ambiente más glamuroso, más refinado, y por qué no decirlo, más europeo. No hay que olvidar que Europa tiene un gran peso en el número total de ventas del segmento C.
Personalmente me gusta, me gusta porque es diferente al resto de modelos que circulan por Europa. Tiene un toque distinto, al menos en el frontal porque en la parte trasera las cosas no cambian tanto. Sí, se ha cambiado el parachoques, el portón y los faros, pero en esencia sigue siendo el mismo Focus que ya conocíamos. Ojo que eso no quiere decir que no haya mejorado, que lo ha hecho, lo único que cambia menos con respecto al modelo original de la tercera generación.
Es un diseño que va a medio camino del gusto europeo y el gusto americano. Estiloso pero con ese toque cañero que tantos éxitos le ha dado. Obviamente como el buen fabricante que es Ford se ha currado diferentes estilos para un mismo coche, por eso encontramos diferentes niveles de acabado estético. Por un lado están los Focus normales, por otros los ST y por último los RS, las bestias más pardas de la manada que rara vez se dejan ver por ahí. En el caso concreto de la unidad de pruebas se disponía del acabado especial Red&Black Edition que acompaña al acabado estético ST Line. Un medio camino entre la sobriedad y la deportividad.
El resultado de tal combinación es de buen gusto, aunque si tu rollo va más con lo tradicional seguramente no comulgues con semejante opción. A fin de cuentas no deja de ser un acabado ST Line al que se le suma una combinación de colores particular y unas llantas de 18 pulgadas con tan solo cinco radios. Ésta emplea un color rojo para la mayor parte de la carrocería y las pinzas de freno, y el negro para los detalles. Hay otra versión que es totalmente inversa, negro en carrocería y rojo en detalles. ¿Averiguas su nombre? Pues si, Black&Red Edition.
Saltando al interior llegan parte de los problemas. Por mucho lavado de cara que se haya hecho el Focus acusa una larga vida comercial. En este punto es donde empieza a perder con sus rivales, pues todos ellos se han modernizado más recientemente y con ello se han incluido una serie de cambios que van más en consonancia con los gustos actuales. Por decirlo de alguna manera, este interior está muy visto.
Eso no quita que no haya tecnología tras él, pero indudablemente no se presenta de la misma manera que los coches actuales. Hay dos zonas que claramente lo delatan, una es el cuadro de instrumentos y otra es la pantalla del salpicadero. Es exactamente igual que la presentada en 2010, dos indicadores de gran tamaño acompañados por otros dos más pequeños y por una pantalla multifunción que tan solo desprende datos básicos de la conducción, como los consumos, la velocidad media y poco más. En la era del cuadro digital.
La familia Focus es muy extensa. Por un lado tenemos la unidad de 5 puertas, el familiar y los deportivos, con el RS a la cabeza.
Por su parte la pantalla del salpicadero ha evolucionado más y mejor. Su tamaño es de hasta ocho pulgadas, y dado el incremento de dimensiones los diseñadores se han tenido que "comer" la ingente cantidad de botones que antes manejaban el equipo de música. Los botones de éste han quedado relegados a la parte inferior, y gracias a Dios ahora son mucho más claros e intuitivos. Más abajo está el módulo de la climatización, a la que también se le ha dado un nuevo estilo muy acertado.
Aunque la disposición de elementos es la correcta, la forma no termina de convencerme, tampoco lo hacía en el antiguo. Es demasiado mazacote, demasiado voluminoso. Si la comparas con la del Golf notas la diferencia de edad. Sin lugar a dudas lo peor es la profundidad de la pantalla. A día de hoy la mayoría van "flotando" en el salpicadero, la del Focus se esconde tras una repisa que obliga a alejar la mano del volante mucho más de lo recomendable. Pero que no cunda el pánico, Ford sabe de estos fallos, y seguro que de cara a la próxima generación lo solucionará. Por cierto, esa cuarta generación ya está en sus últimos pasos de desarrollo tal y como se demuestra en la buena colección de fotos espía que tenemos del modelo.
Pero como ya he dicho el Focus engaña. Su vieja estructura interior provoca que la tecnología no luzca como debe porque haberla la hay. Eso quiere decir que encontramos elementos avanzados de seguridad como el avisador del ángulo muerto, el lector de señales de tráfico, el asistente de mantenimiento de carril o el asistente de frenada en ciudad. No son pocos, pero se echan en falta más de estos gadgets que tan necesarios son ahora para incrementar la seguridad de los ocupantes.
Más allá de ellos encontramos elementos como el navegador, el techo solar, el control de crucero, la cámara trasera de aparcamiento, el asistente de aparcamiento, los sensores perimetrales, asientos climatizados, el climatizador bizona y una muy buena conectividad para dispositivos móviles vía bluetooth y USB. En definitiva es eso, hay mucho equipamiento, parte de serie y parte opcional, y es por eso que más abajo, en la tabla de valoraciones, lo destaco como algo positivo. Puede haber más, sí, no lo dudo, pero para un servidor es más que suficiente porque así conseguimos mantener la factura baja, algo que siempre se agradece.
En cuanto a sus medidas, estamos hablando de uno de los modelos más grandes de la categoría. En sus 4,36 metros de largo, 2,64 van destinados a la batalla. Si por ejemplo lo comparamos con un SEAT León, el español es 10 centímetros más corto de largo pero presenta la misma batalla. Eso quiere decir que Ford no aprovecha al límite las capacidades de habitabilidad del Focus, con lo que no quiero decir que sea un coche angosto, porque no lo es.
De hecho la batalla otorga un buen espacio para los ocupantes. Cuatro mejor que cinco, pero este último no irá del todo incómodo en una plaza central que no peca ni de estrecha ni de dura. Además el túnel de transmisión apenas se eleva del suelo porque lo que no tendremos esa penalización. En cuanto a maletero estamos ante un mínimo de 277 litros, ampliables a 1.148 si abatimos la segunda fila de asientos. Esta medida no es para tirar cohetes porque si la comparamos con sus rivales, tales como el mencionado León, éste dispone de 380 litros. Una diferencia muy exagerada.
Donde siempre ha destacado el Focus es en el apartado dinámico. En cuanto a chasis y plataforma nada se ha tocado con respecto a lo existente, pero los motores sí que han sido revisados y actualizados. La gama ofertada es amplia y variada con dos motores diésel y otros tantos gasolina con tres y cuatro cilindros. Hay que sumar un quinto motor que siempre irá asociado a una impulsión combinada entre gasolina y gas. En cuanto a potencias, se parte de los 95 caballos y se llega a un máximo de 182. Estas cifras crecen si saltamos al Focus ST y al Focus RS que presenta la salvaje cifra de 350 caballos.
Pero en este caso no hablamos de extremos, sino de equilibrio. La unidad probada equipaba una configuración muy correcta de motor diésel 2.0 TDCi con 150 caballos y cambio manual de seis velocidades. Es una combinación muy propicia por diferentes motivos. Equilibrada en cuanto a comportamiento, rendimiento, consumos y precio.
Posiblemente este último apartado sea una de las grandes cualidades del Focus. El precio de venta del Ford Focus parte de los 19.275 euros, que con descuentos pueden llegar a quedarse en poco más de 13.000 euros. En el caso concreto de la unidad de pruebas el precio de venta, según configurador, es de 32.225 euros. Este presupuesto baja considerablemente si nos apuntamos a los diferentes descuentos que hay, quedándose en apenas 24.500 euros. Un precio excelente dado que la unidad no solo equipaba la edición especial Red&Black Edition, sino que también hacía gala de un buen número de elementos opcionales.
Prueba Ford Focus 2.0 TDCi
A la hora de analizar un coche todo se basa en el equilibrio. No hay un producto perfecto pero lo que suma tiene que ser mayor a lo que resta. Por todo lo anteriormente dicho hay mucho que suma en el Focus, y alguna que otra cosa que resta, la mayoría de ellas debidas a una longevidad acusada. Pero, ¿qué pasa a la hora de ponerse en marcha? Una vez más luces y sombras.
Por un lado tenemos lo positivo, lo bueno. Me refiero a su comportamiento y rendimiento. El chasis pueda que sea viejo, pero eso no quita para que siga cumpliendo de forma sobresaliente. De hecho lo hace mejor que algún modelo de la competencia con menos años en su historial. Sabe afrontar esfuerzos con soltura y apenas permanece inmutable a la hora de enlazar curvas o realizar giros rápidos. En este apartado no hay ni una sola pega que poner.
Tampoco hay que sumarla en el tema mecánico. El motor de dos litros entrega sus 150 caballos máximos a 3.750 revoluciones, mientras que el par de 370 Nm lo tenemos disponible en un rango entre las 2.000 y las 3.250 rpm. Esto quiere decir que tendremos que acostumbrarnos a llevar algo elevado de vueltas el motor para así poder disponer de toda la fuerza del motor. Por debajo de ese rango la respuesta es óptima, aunque por debajo de las 1.500 rpm nos obligará a reducir la marcha si queremos una reacción más rápida.
De la gestión de dicha fuerza se encarga la caja de cambios, que en este caso era manual con seis relaciones. Ford la ha preparado para que sus tres primeras marchas sean cortas, obteniendo más respuesta, mientras que las últimas tres sean considerablemente largas, sobre todo la quinta y la sexta que llegan al punto de ahogar el motor circulando a bajas velocidades.
La tercera marcha es la clave, la que sirve para todo, con ella engranada el coche se siente a gusto aunque tu bolsillo no tanto. Es un problema endémico de los cambios manuales de última generación al que no puedo tachar como defecto pero que sí requiere acostumbrarse a ello. Para que te hagas una idea, no es el típico diésel en el que puedas circular a 50 Km/h con la quinta metida, poder se puede pero despídete de cualquier respuesta.
La unidad probada no disponía de varios modos de conducción. Su comportamiento es óptimo siempre. Fácil y sencillo.
No vayas a pensar que el coche no tira o que no se le notan los 150 caballos de potencia, porque nada más lejos de la realidad. De hecho si llevamos el motor en su rango óptimo de vueltas y la caja de cambios en la marcha correcta, nos encontramos ante una gran combinación, alegre y resolutiva para todo. De hecho si lo comparamos con rivales de potencias semejantes, el Focus es más alegre en sus respuestas, aunque le siguen pesando las recuperaciones en marchas largas.
Esto se debe a que el Focus siempre ha preferido una conducción alegre a una conducción eficiente. El restyling de la quinta generación hace extensible esta filosofía y por eso el 2.0 TDCi es muy bueno si nuestra conducción tiende a ser alegre y vivaz. Todo acompaña a ello, desde el conjunto del motor y la caja de cambios, pasando por el chasis y la dirección.
La suspensión no termina de seguir el ritmo, pues en ciertos momentos peca de blanda, tendiendo al rebote del eje delantero a la entrada de la curva. Tampoco pienso ponerlo como pega pues tampoco es que afecte tanto al carácter del coche, solo aporta ese puntito de confort. Mención aparte merecen los neumáticos. La unidad probada llevaba calzadas unas gomas de 18 pulgadas ContiSportContact, lo que en ningún caso favorecían el refinamiento de marcha, más bien todo lo contrario, haciendo al coche más ruidoso con un deslizamiento más rugoso. Culpa de un neumático que bien podría llevar un deportivo, y a una llanta algo grande.
Llegamos a la parte menos buena del 2.0 TDCi, los consumos. Ford oficializa un consumo medio de 4,0 litros a los 100 kilómetros. No sé de dónde se sacan esas cifras los americanos porque en ningún momento a lo largo de la semana de pruebas se dejaron ver en el ordenador de a bordo. Tras más de 1.000 kilómetros recorridos dicho ordenador desprendió un gasto medio de 6,2 litros, una cifra excesivamente alta y alejada de las mediciones oficiales.
Sin lugar a dudas es lo peor de esta versión pues en ningún caso esperaba obtener semejantes datos. La ruta fue muy variada, teniendo un mayor protagonismo las autopistas. Bien es cierto que en ciertos momentos se exprimió el motor, pero en la mayoría del tiempo la conducción fue completamente cotidiana. A pesar de ello el ordenador desprendió esa cifra, y a día de hoy sigo considerándola muy alta para un coche de semejante potencia y tamaño.
Conclusiones
A fin de cuentas ¿qué hay de bueno y qué hay de malo en este Ford Focus 2.0 TDCi de 150 caballos? Pues el balance es bueno. A su favor cuenta con una estética agradable con ese puntito cañero que tanto nos gusta, un equipamiento muy correcto que no acaba por encarecer exageradamente el coche, y un comportamiento muy superior a la media a pesar de contar con unos añitos de más con respecto a su competencia. Con todo esto ya tenemos lo suficiente para un buen coche, pero si a eso le sumamos un precio realmente competitivo, el resultado es mejor aún.
En el otro lado de la balanza tenemos lo malo. Si bien su antigüedad no supone ningún problema en el plano dinámico si que lo supone en el plano del interior. El habitáculo se ve algo viejo, y muchas partes deben sufrir una profunda renovación. La próxima generación también tiene que mejorar el aprovechamiento del espacio, no es lógico que uno de los coches más grandes del segmento cuente con uno de los maleteros más pequeños. Y por último los consumos, elevados si tenemos en cuenta la potencia y el tamaño del Focus. Esos son los puntos a mejorar de cara a una nueva generación, eso sí sin olvidarnos de los puntos fuertes que son más.