Prueba Mercedes-AMG G 63, un Rey todopoderoso al que nadie quiere (ni puede) enfrentarse
En el mundo hay muchos coches en circulación, pero pocos tienen la fama y la presencia de un Mercedes-AMG G 63. Una bestia dentro y fuera del asfalto que resulta tan innecesaria como imprescindible. Un reducto del pasado.
16 min. lectura
Publicado: 13/06/2024 18:00
Mercedes se las prometía muy felices con sus coches eléctricos. En Alemania se pensaban que iba a ser tan fácil como lanzarlos y venderlos, pero la realidad está siendo un poquito diferente. El objetivo de la compañía era convertirse en una marca 100% eléctrica para el año 2030, pero viendo los resultados de los últimos cursos la empresa ha tenido que recular. En 2030 aspiran a que un 50% de sus ventas sean eléctricas. La mitad. La otra mitad seguirán siendo coches todavía tienen un gran espacio en el mercado, aunque no todos. El coche que hoy nos ocupa, el Mercedes-AMG G 63, no es el más vendido, pero sí uno de los de más éxito.
El Clase G es una leyenda viva del mundo del motor. Un coche nacido para movilizar el ejercito y que ha terminado siendo uno de los medios de transporte más cotizados por los ricos, los famosos y los influencers. El cambio de paradigma ha sido tan brutal como escueta su transformación. Aunque cueste creerlo, ahí donde lo ves, el Clase G acumula casi 50 años de vida. Su primera generación salió al mercado en el año 1979. Es posible contabilizar las diferentes generaciones, pero cuesta diferenciarlas. Los años no pasan por él. Sigue tan joven o viejo como el primer día y ese es uno de sus principales encantos.
Hoy vivimos tiempos de cambio. Una era de transformaciones eléctricas y comerciales. Desde hace más de una década los SUV dominan la escena internacional y coches como el Mercedes Clase G han servido de muestra. Sus líneas transmiten poder. Da igual la versión o el acabado que escojas. Es verlo y reconocerlo al instante. Su diseño es primitivo, sí, cargado de líneas rectas y formas rectangulares, pero no por eso deja de ser atractivo. Es una atracción más psicológica que estética. Su aspecto se ha quedado desactualizado, pero a la vez uno comprende su poder nada más verlo y eso hace que todo el mundo lo quiera.
El Clase G es un ente propio dentro de Mercedes. Un coche que cuenta con un chasis propio, un desarrollo propio y una fábrica propia. Ni siquiera es Mercedes la que lo fabrica. Ese trabajo corresponde a los expertos de Magna Steyr en su planta de Graz, Austria. Sin embargo, cuando combinamos las letras AMG y el número 63 el resultado es muy diferente. La planta de Affalterbach, Alemania, aporta su granito de arena. La sede de AMG transforma el Clase G. Pasa de ser uno de los todoterrenos más poderosos del mundo a uno de los todoterrenos más poderosos y radicales del mundo. Dos mundos que nunca se mezclan, como el agua y el aceite, al menos no de la misma forma que lo hace el G Wagon.
Nada más acercarte a él notas un ambiente diferente. Su imponente tamaño no puede dejarte indiferente. Si lo hace es que no tienes alma o corazón. Tampoco puede decirse que sea especialmente grande. Son 4,87 metros de longitud. Sí, es largo, pero teniendo en cuenta cómo han crecido los coches hoy en día no se me antoja nada especial. Son las cotas de anchura, 1,98 metros sin retrovisores, y la altura, 1,97 metros, lo que más llaman la atención. Lo mismo que la altura libre con respecto al suelo, 24 centímetros. No hay que olvidar que estamos ante un verdadero 4x4 y eso se comprueba con sus cotas offroad: 31 grados de ángulo de entrada, 30 grados de ángulo ventral y 26 grados de ángulo de salida con una profundidad de vadeo de 70 centímetros.
En ciudad se donde más se notan sus desfiguradas proporciones. El resto de coches parecen ridículamente pequeños. El puesto de conducción es alto, tan alto como lo es el de un conductor de autobús. Incluso algunas furgonetas son más bajas. Es tan ancho que cuesta mantenerlo en los límites del carril. La altura también puede suponer un problema ya que muchos parkings están limitados a 1,90 metros. Si la medida es inferior a 2 metros ni lo intentes, no entra. Ya ni hablemos de buscar un hueco de aparcamiento. No es un coche pensado para la ciudad, pero se comporta mucho mejor de lo esperado.
Moverse entre el tráfico no supone ningún problema. Basta meter el morro para amilanar al resto de usuarios. Las plazas de aparcamiento de la calle que sean cortas tampoco son un inconveniente. El Clase G se sube a los bordillos con una facilidad pasmosa. De hecho es capaz de subirse a casi cualquier cosa que se le ponga por delante. Incluso creo, aunque no lo he comprobado, que podría ligar el techo de los aparcamientos a su paso. Conducirlo en ciudad es sentirse el animal más poderoso de la selva. Y cuando a ese poder de tamaño se le suman 585 caballos de potencia el efecto se intensifica. El peor enemigo de los amigos de lo eléctrico.
Por que sí, porque esta unidad con orígenes en Affalterbach no puede ser comparada con ningún otro 4x4 del mundo. Muchos han intentado plantarle cara, pero todos han huido con el rabo entre las piernas. Con el Rey no se juega. No te creas que porque tu compacto sea más pequeño va a ser más rápido. O que tu berlina de 300 caballos puede con este armatoste. Nada más lejos de la realidad. Los ingenieros de AMG han dotado a SU Clase G de algún que otro recurso importante. El principal, un bloque de 8 cilindros en uve y doble turbo con cuatro litros de cilindrada que desarrolla 585 caballos de potencia y 850 Nm de par motor.
Vale, es pesado, 2.560 kilogramos en orden de marcha, pero ahí donde lo ves es capaz de acelerar de 0 a 100 km/h en apenas 4,5 segundos, mientras que su velocidad punta está limitada a 220 kilómetros por hora. Mercedes no dice nada, pero juraría que el G 63 es capaz de alcanzar esos registros sobre cualquier tipo de terreno. Aunque no es la primera vez que lo pruebo, no deja de sorprenderme lo imponente que resulta pisar a fondo el acelerador. En función del modo de conducción es un poco lento de respuesta, pero cuando encuentra la configuración ideal sale disparado hacia delante.
Es lo más parecido a ver una manada de elefantes en estampida. Inicialmente la suspensión trasera se encoge notablemente al recibir semejante transferencia de peso. El morro se levanta y la velocidad aumenta rápidamente a la vez que los cuatro escapes laterales emiten un poderoso alarido. El grito de un animal desatado. Todo empieza a quedar atrás y la sensación inicial es que es fácil llevarse por delante a cualquier cosa que ose enfrentarse a su morro. En línea recta es sorprendente, pero, obviamente, el resultado cambia cuando entramos en una carretera de curvas. Ni siquiera el modo Sport + con un ajuste específico de la suspensión es capaz de controlar semejante esfuerzo.
El peso y la altura provocan que la carrocería oscile demasiado en las curvas. El coche se inclina, pero mucho menos de lo esperado. Es posible coger curvas a un ritmo muy alto, pero depende del arrojo del conductor. Sus neumáticos mixtos tampoco ayudan mucho, pero no creo que haya mayor problema. Está claro que un coche más pequeño y ligero iba a comportarse mejor en este tipo de escenarios, así qué ¿a quién le importa? Viendo las ventas, está claro que a nadie. Si te piensas que el Clase G no se vende estás muy equivocado. No son muchas las unidades que se producen, pero la lista de espera es enorme. Hay más demanda que oferta y eso que no estamos hablando de un coche barato. La factura mínima es de 137.600 euros, para el caso del AMG G 63 esa cifra aumenta hasta los 210.400 euros.
Problemas menores cuando hay posibilidad de gastar tanto dinero en un coche. Sin embargo, no deja de resultar chocante que haya cosas en las que el Clase G deja mucho que desear. El confort de marcha, por ejemplo. Al superar la barrera de los 100 kilómetros por hora el habitáculo empieza a cargarse de ruido aerodinámico. Las formas rectangulares no favorecen la circulación del viento y el cristal delantero recibe enormes masas de aire que es imposible camuflar a ciertas velocidades. Tampoco es un coche particularmente espacioso. La fila trasera es angosta para pasajeros altos. Hay coches más pequeños mejor aprovechados. El maletero no es nada del otro mundo. 454 litros que deben ser suficientes para todo tipo de usos.
A pesar de los problemas, los sinsentidos del G 63 sigue siendo un coche que enamora porque es capaz de hacer cosas que ningún otro coche es capaz de hacer. Además de esa forma de correr que te he contado puede adentrarse por el campo con absoluta normalidad. Su chasis de largueros y travesaños, su reductora electrónica y sus tres diferenciales bloqueables son todo lo que necesita para poder surcar cualquier terreno como si asfalto se tratase. La electrónica, a través de diferentes programas específicos, también aporta su granito de arena. Cuesta imaginar un Clase G atascado ante un obstáculo. Si algo así ocurre es que el conductor ha hecho algo mal.
Está claro que quien se compra un G 63 es porque realmente quiere tener un coche muy especial en su garaje. Su figura y su potencia son las principales atracciones, pero, de regalo, Mercedes ofrece un interior muy bien acabado. Las últimas evoluciones le han permitido sumar tecnologías modernas como el sistema de doble panel. Dos pantallas de gran formato que generan una gran vistosidad interior, pero sólo son la punta de flecha. Es posible equipar todo tipo de comodidades como los asientos delanteros con masaje, el techo solar, los faros full LED o las cámaras de aparcamiento. De todo.
También hay asistentes a la conducción, pero no resultan molestos ni intrusivos. Los materiales elegidos por Mercedes son los mejores, los que podemos ver en un Clase S. Cuero, maderas o fibra de carbono se entremezclan con todos los botones y sistemas analógicos que están y no van a desaparecer. Por supuesto, para los clientes más exclusivos, los alemanes ofrecen su extenso y costoso programa de personalización, Mercedes Manufaktur. Todo es sensible de ser alterado a nuestro gusto, aunque, eso sí, hay que abonar una cuantiosa cantidad por ello. Lo que no se puede cambiar, ni se debe cambiar, es el rudo, basto y encantador sonido de apertura y cierre de puertas.
Conclusiones
No me extraña nada en absoluto que los millonarios de todo el mundo se peleen por contratar los servicios de un Mercedes-AMG G 63. El dinero te da el poder de comprar cualquier cosa que quieras, por muy inútil e innecesaria que esta sea. El G 63 no tiene ningún sentido y eso es lo que me enamora de él. Es ridículamente grande, pesado y potente, pero no le quitaría absolutamente nada. Es caro, consume una barbaridad no es especialmente cómodo en carretera, pero tampoco me importa lo más mínimo. Es más que un Rey, es un Dios, es un símbolo de tradición. Un elemento fijo en el tiempo. Un producto de cuerdos en una era de locos. Me gusta, lo necesito y eso no lo podrá tachar ningún eléctrico.