Prueba Rolls-Royce Dawn, rey de reyes
Muchos fabricantes han pasado a lo largo de los poco más de 100 años de historia del automóvil. Muchas marcas han caído en el olvido, y otras tantas perduran. Sin embargo ninguna se puede igualar a Rolls-Royce. Yo he probado uno, el último de ellos, el impresionante Rolls-Royce Dawn.
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Publicado: 04/06/2017 20:00
En la era de los youtubers, influencers, millenians y demás falsos mitos creadores de tendencias, cuesta encontrar un reducto de clasicismo y tradición. Si tenemos que buscar más vale hacerlo en el más profundo de los pueblos o en lo más alto de la sociedad, pues son ellos los que viven alejados de la necesidad de los “me gusta”, “FAV” o “retweets”. El lujo no pasa de moda, y no entiende de épocas. Al igual que Rolls-Royce, nació para ser un coche de reyes y ha terminado siendo el rey de todos ellos.
Es la viva imagen de la más clásica de las tradiciones, del más alto standing social. De una lucha que lleva librándose más de 100 años por alcanzar la perfección. Fue en 1904 cuando Sir Frederick Henry Royce tuvo la osadía, la determinación, de fabricar el mejor coche del mundo. Dos años después la empresa que hoy conocemos por la doble R se fundó, y a partir de entonces el resto de fabricantes quedaron en un segundo plano. Había nacido un mito, una leyenda, que perdura en nuestros días con el Rolls-Royce Dawn. La última joya salida de Goodwood.
Los albores del siglo XX fueron propicios para historias románticas como la de Rolls-Royce. Es el resultado de la unión de un ingeniero y un aristócrata que supieron ver en el incipiente mundo de las cuatro ruedas un mercado por conquistar. Frederick H. Royce y Charles S. Rolls unieron sus fuerzas para crear lo que hoy conocemos. Desde el primero de sus coches, al último de ellos, siempre han sido un símbolo de distinción. El mejor coche que tu dinero puede comprar.
"El precio es lo que pagas. El valor es lo que recibes”
A estos dos nombres, ya de sobra conocidos, hay que sumar un tercero. Una figura en la sombra: Mr. Claude Johnson. Un visionario que supo llevar la compañía, desde el sillón presidencial, a una dimensión desconocida. Un genio del marketing que se convirtió en pieza fundamental y que no siempre ha recibido el mérito que merece. A partir de aquí la historia es de sobra conocida, y el que a día de hoy no conozca Rolls-Royce es que no vive en este mundo.
Pero hay una historia más, una que lleva insertada cada uno de los modelos que han salido de las líneas de Goodwood; el Espíritu del Éxtasis. No nació con la empresa, sino que lo hizo años después, cuando los primeros modelos fabricados empezaron a lucir ornamentadas, variopintas, y en ocasiones inapropiadas, figuras sobre las parrillas. Fue entonces cuando Johnson buscó una solución única poniéndose en contacto con un escultor, Charles Skyes, que tras varias modificaciones dio a luz a la mujer alada que corona cada coche.
A día de hoy esta figura legendaria sigue fabricándose una a una, a mano y en acero pulido. Cada Espíritu del Éxtasis es único, pues cada molde es destruido tras ser utilizado. Por razones de seguridad Rolls-Royce se ha visto obligado a esconder a su apreciada fémina. Un complejo resorte esconde el emblema con solo empujarlo en cualquier dirección. Eso sí, nada más arrancar su esbelta silueta renace de las entrañas para así lucir como la diosa que es.
Para concluir esta pequeña guía por la historia de la legendaria marca inglesa, no puedo sino hacer una pequeña mención a los nombres de sus joyas. Es otra de las míticas historias que rodean al fabricante. Los Rolls-Royce siempre han destacado por su suavidad de rodadura, como si de espíritus se tratasen. Y esta es la razón por la que hoy topamos con denominaciones como Phatom (fantasma), Ghost (espectro) o Wraith (aparición). Solo el Dawn (amanecer) se salva, pero todo tiene un por qué.
Estamos ante una reinterpretación del que durante mucho tiempo fue considerado el mejor coche jamás construido, el exclusivo Silver Dawn de 1954. Poco o nada se parece aquella obra de arte a la de hoy en día. Pero lo mejor es que por mucho que el diseño, los materiales o la tecnología hayan cambiado, Rolls-Royce sigue conservando esa esencia, esa filosofía de vida, y ese aurea que siempre le han rodeado.
Con solo verlo el Dawn transmite calidad y lujo. Su diseño está pensado para ser atemporal, para soportar el paso del tiempo sin inmutarse. Clásico a la vez que moderno. La belleza de lo simple, pues a pesar de lo que pueda parecer está diseñado para pasar inadvertido. Eso no quita para que el frontal conserve la tradicional parrilla victoriana, típica de las casas inglesas. Las grandes esencias se venden en frascos pequeños, pero Rolls-Royce nos la sirve en un formato de más de cinco metros de largo y dos toneladas y medio de peso.
"La calidad permanece en el tiempo, el precio es olvidado"
Pero este no es un coche de datos o valores, no se pagan casi 400.000 euros para alardear de potencia o prestaciones. De hecho Rolls no quiere ni oír hablar de tales banalidades. Es más, hasta hace bien poco los ingleses ni siquiera aportaban datos de rendimiento. No importan. Es un coche de sensaciones, de cómo te hace sentir tras el volante, de cómo te hace sentir sentado en sus asientos de piel perfecta. Es un coche como no hay otro igual.
Y es que a día de hoy se abusa sobre manera de la palabra premium. Tanto que ya cuesta tomarla en serio. Muchos fabricantes se honran de ser considerados como tal, pero créeme que ninguno se acerca a los estándares de la casa inglesa. Un Dawn puede tardar hasta seis meses en fabricarse, tan solo el interior se demora 18 días. Por el contrario, un coche convencional, por muy premium que este se autodenomine, apenas tarda unas horas en empezar y acabar su producción.
Y es que todo empieza antes incluso de su fabricación. Al igual que un buen chef, Rolls-Royce busca los mejores materiales del mundo para fabricar sus coches. Olvídate del vulgar plástico, de la ordinaria piel o del insustancial aluminio, que en este caso solo se usa para fabricar el chasis y la carrocería. Cuero de las mejores reses del mundo, metales pesados y nobles, maderas exóticas y todo lo que puedas imaginar. Cada cliente escoge su Dawn. Personalización en estado puro. No hay límite a la creatividad, 44.000 colores están a tu disposición. Cada unidad sale de fábrica a juego con la personalidad de su acaudalado propietario.
Pero obviamente el tiempo corre y aunque una marca tan clásica como Rolls-Royce se resigne al avance, no hay duda que la tecnología es parte fundamental de los coches de hoy en día. Los ingleses pasaron a formar parte del conglomerado de BMW allá por el 2001, y desde entonces la marca vive una segunda vida. Además de lujosos, sus coches ahora son tecnológicos. Pero con discreción, la palabra que mejor define a este Dawn o a cualquier otro Rolls.
Pocas evidencias muestran que tras ese salpicadero cincelado y revestido a mano se esconde un avanzado equipo de última generación. Toda la tecnología procede de Alemania, e incluye todo lo que uno pueda necesitar, y más. Todo lo que puedas imaginar está integrado en el Dawn, aunque ya digo que no lo parece. La pantalla no queda a la vista, y los botones de control no son de plástico, sino de frío metal y suave cuero. Pero, ¿a quién le importa semejante detalle? Ni tú, ni yo, ni nadie se compra un Rolls-Royce por su tecnología.
Ni tampoco por su rendimiento. El Dawn, al igual que cualquier modelo de la casa, monta un V12, de 6,6 litros en esta ocasión, que emplea dos turbos para desarrollar 570 caballos de potencia. Al igual que Rolls-Royce voy a prescindir de hablar de cómo se comportan tales cifras, porque de verdad, una vez te pones tras su grande y fino volante, nada importa. Solo el viaje, y si puedes tardar más de lo debido, mejor aún. No es el mejor coche que he probado, pero sin lugar a dudas es el mejor coche que he tenido ocasión de conducir.
Su V12 arranca de forma suave. Cada cilindro se toma su delicado y precioso tiempo para empezar a moverse, y eso provoca un sonido que recuerda mucho al de un avión a reacción. No se ha movido y el Dawn ya te ha conquistado. Solo es el principio, porque es un coche que necesita un periodo de adaptación a él. Su tamaño, su giro, e incluso su volante resultan extraños, y no os engaño, en un primer momento asusta manejar un barco de más de cinco metros de eslora y casi medio millón de euros.
Pero poco a poco el Dawn va meciéndote, recogiéndote entre sus suaves brazos. Su dulzura y suavidad son incomparables, y nada de lo que pasa a tu alrededor importa. Es más, es como si el tiempo transcurriera a otro ritmo. Einstein postuló que cuanto más nos acercamos a la velocidad de la luz, el tiempo pasa más despacio. Se equivocaba, pues nunca debió subirse a bordo de un Rolls-Royce. A pesar de ser un coche del siglo XXI te transporta a otra época. A un mundo sin prisas, sin agobios, y por su puesto a un mundo de lujo supremo.
Las miradas indiscretas son difíciles de contar, incluso circulando por Marbella, terreno habitual de semejantes modelos. Las pulsaciones se ralentizan y solo le hecho de tener el volante en el lado equivocado provoca sobresaltos. El Espíritu del Éxtasis me guía en la ruta, y en ella no se perciben vibraciones, ruidos o molestias de ninguna clase. El lujo toma ahora un nuevo significado y nada se puede comparar a la experiencia de conducir un Rolls-Royce. Solo hay una cosa que puede mejorar el viaje: replegar el techo.
Es entonces cuando descubres el verdadero placer de conducir. Sol del Mediterráneo, V12 alemán, y clasicismo inglés, ¿qué más se puede pedir? En realidad nada. Cada kilómetro, cada curva se disfruta. En todo momento notas la artesanía de este coche. No lo ha fabricado un frío e insensible robot, lo ha fabricado una persona, como tú o como yo, y se nota. Se presta atención al menor de los detalles. Desde sus cinco capas de pintura con efecto espejo, hasta la teca que cubre la capota una vez plegada, pasando por la fina y sensual línea que recorre la carrocería, hecha a mano. Impresionante.
"Un coche de reyes que se ha convertido en el rey de los coches"
Muy a mi pesar se acerca el final del día. La jornada ha estado plagada de miradas, flashes y dedos apuntando. No es de extrañar, cualquiera gira la cabeza ante el paso de un coche así. Envidio a aquellos que bajen al garaje y tengan uno de estos esperándoles. Es la culminación de una vida. Cuando te compras un Rolls-Royce es que has llegado a lo máximo que se puede aspirar. Yo por mi parte me llevo la experiencia de haber probado uno, la experiencia de decir que por un día, fue mío. No sé si llegará a repetirse, pero de lo que estoy seguro es que nunca se olvida tu primera vez.
Rolls-Royce lleva más de 100 años luchando por ser el mejor fabricante de coches del mundo. Nada ni nadie va a discutir que tal objetivo hace mucho tiempo que se logró. Pero admiro ese empeño por seguir mejorando. La perfección es inalcanzable, pero si hay algo que se acerque a ese clímax, sin lugar a dudas sale de Goodwood. En los próximos años llegarán nuevos modelos a la casa, su primer SUV, el Rolls-Royce Cullinam, la renovación del Phantom y así como algún que otro proyecto secreto. No importa lo que venga, será mejor que cualquier producto existente.