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La sonda Lambda, crucial en sistemas de control de emisiones, monitoriza y ajusta la proporción aire-combustible en vehículos. Este componente esencial garantiza un rendimiento eficiente del motor y la reducción de emisiones contaminantes.
Los vehículos modernos basan su eficiencia y sofisticación en el uso de sistemas electrónicos de gestión del motor como la centralita o ECU. Pero para que estos elementos funcionen correctamente y expriman todo su potencial es necesario el uso de sensores y sistemas de medición que proporcionen información sobre múltiples parámetros.
Uno de esos elementos vitales es la sonda Lambda, que se encarga de medir la concentración de oxígeno para que la mezcla de aire y carburante en el proceso de combustión del motor sea perfecta en todo momento.
A medida que los motores de combustión se han ido perfeccionando, la sonda Lambda ha ido ganando importancia para permitir que la centralita electrónica gestione la combustión del modo más eficiente posible en función de las circunstancias.
Este elemento se sitúa en el conducto de escape del vehículo y determina el Factor Lambda a través de la medición de la cantidad de oxígeno presente en los gases de dicho escape. La mezcla de aire y combustible debe cumplir la proporción estequiométrica para dar como resultado una combustión óptima.
Dicho de otro modo y tomando como ejemplo un motor de gasolina, por cada gramo de combustible deben quemarse 14,7 gramos de aire. Esta proporción debe ser especialmente precisa en los motores con catalizador, pues de lo contrario se producirá una oxidación excesiva de los hidrocarburos en el interior del mismo.
Para que una sonda Lambda pueda realizar la medición de oxígeno en los gases de escape, es imprescindible que alcance los 340 grados centígrados de temperatura. Por esta razón, viene acompañada de una resistencia que se asegura de que se cumplen las condiciones adecuadas para su funcionamiento.
Comenzando con los tipos de sonda que podemos encontrar en el mercado, básicamente encontramos dos:
El objetivo principal de la sonda Lambda es medir el oxígeno presente en los gases de escape, pero ello permite realizar dos funciones distintas.
Como cualquier otro elemento de nuestro vehículo, la sonda puede fallar en un determinado momento, lo que suele traducirse en pérdida de prestaciones del motor, aumento del consumo o incluso un ralentí inestable. Ello viene propiciado porque la función de la sonda Lambda es vital para el funcionamiento del motor.
Si la mezcla de aire y combustible es pobre hay más presencia de oxígeno en la misma, lo que se traduce en menos consumo, pero también menos potencia y más emisión de óxidos de nitrógeno. Además, el riesgo de detonación (combustión rápida y violenta que puede dañar los pistones) se incrementa y el motor, incluso, puede llegar a detenerse.
Por el contrario, si la mezcla de aire y combustible es rica, existe falta de oxígeno y el combustible no se queda como es debido. Aunque proporciona más potencia, también aumenta el consumo, propicia que se genere más hollín en el escape y se incrementa la emisión de dióxido de carbono.
En resumen, un mal funcionamiento de la sonda Lambda influye de manera negativa en la potencia y el consumo del motor, además de en las emisiones de gases contaminantes o incluso la fiabilidad de elementos como los pistones, los cilindros o el bloque motor.
Por todo lo anterior, nos conviene realizar un control periódico del buen funcionamiento de la sonda Lambda, pues nos evitará gastos inesperados a largo plazo. De no hacerlo, podemos ver cómo nuestro vehículo consume más e incluso podemos vernos obligados a afrontar una avería más costosa o tener problemas con la ITV o multas por exceso de emisiones contaminantes.
Por regla general, la vida útil de una sonda Lambda ronda los 170.000 kilómetros y el coste de una unidad oscila en torno a los 25 euros, pudiendo incluso optar nosotros por cambiarla si el acceso a la misma en nuestro motor así lo permite.
En el caso de que no queramos complicaciones, acudir a un taller a realizar su sustitución tampoco es excesivamente caro, rondando de media los 250 euros en función de las horas de mano de obra necesarias para ello.
Si nuestro vehículo tiene un acceso sencillo a la misma y sentimos que somos lo suficientemente manitas como para animarnos a hacer la operación por nosotros mismos, estos son los pasos a seguir:
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